Por Raúl Vigini
LP - ¿Cómo surge tu interés por la música?
I.P. - Desde pequeño ocasionalmente escuchaba música clásica y me gustaba mucho pero no tenía demasiada continuidad. Fue durante un breve tiempo medio discontinuo. Llegó la adolescencia y no tenía un gusto muy marcado por la música porque tengo un hermano mayor que es disc jockey y la música que pasaba no me gustaba del todo. Había cosas buenas pero contadas. En realidad mi inicio fuerte con la música fue a los quince años cuando en el secundario me pasaron un casete de Metallica y de Dir en Grey y al año siguiente empecé a tocar la guitarra. Tenía un profesor que se llamaba Rulo Di Gregorio que no tenía una técnica. Un desarrollo formal muy estricto, pero lo que tuvo de bueno es que me enseñaba a tocar y te mandaba a tocar con lo poco que sabías, formaba un conjunto y te incluía. Y ahí tenías que improvisar. Yo sabía la escala pentatónica que es lo primero que sabés hacer en la guitarra. Y eso de mandarse es muy importante, yo me copé mucho y también ahí curioseando uno aprende y te va generando más dudas. Ese período estuve estudiando por mi cuenta, estuve en dos bandas de heavy metal que fue una pequeña explosión porque ponés en práctica todo lo que vas aprendiendo y de atreverse, sin haber estudiado composición a nivel formal, por lo que veía en las revistas, por lo que me marcó mi maestro, por lo que uno va experimentando. Siempre es un crecimiento y una evolución, lo personal y lo musical. Ahí conocí a mi maestro de violín Juan Luis Gandolfo y una de las cosas que me dijo es que si yo estaba tocando con los que son mis pares, de técnica y conocimiento nunca iba a llegar a nada, y que iba a aprender cuando toque con los que más saben.
LP - Hasta ahí había sido guitarra eléctrica. ¿Por qué desde ahora el violín?
I.P. - Porque lo conocí a Gandolfo un día de vacaciones, época del año despoblada, donde no tenía nada que hacer. El falleció a los noventa y nueve años y en ese tiempo tenía ochenta y cuatro. Lo vi tocando a través de una vidriera de un local. Toqué el timbre y empezamos a hablar, me contó que había estado en México, en Japón, que había recorrido prácticamente el mundo. Era cerca de mi casa y el lugar donde él había nacido.
LP - ¿Aceptó darte clases?
I.P. - Ahora lo veo medio atrevido, casi una falta de respeto, pero él me hablaba y me contaba y a mí me interesaba escucharlo tocar. Eso fue un viernes y el lunes empecé a estudiar violín a los veintiún años. El me enseñó no solo violín, sino teoría, solfeo, que es toda la parte formal o más académica que yo prácticamente no tenía. Hay como dos sistemas, está el tocar de oído y el tocar con la cabeza leyendo. Tiene que haber un balance, un equilibrio entre ambos, porque cuanto más sepas va a ser mejor.
LP - ¿Cuánto tiempo estuviste con el maestro hasta hacerte profesional con el instrumento?
I.P. - Estudié con él hasta que falleció. Le preguntaba cuándo uno es profesional y me respondió “cuando gana dinero”. Tenía cuatro años de estudio con él, de tres de la tarde a nueve de la noche, seis horas de lunes a viernes. El me enseñaba y yo le ayudaba con algunos trámites.
LP - ¿Encontraste en el maestro algo especial?
I.P. - Te voy a contar algo que es muy interesante. Es muy particular, no sé si lo habrás escuchado de otros músicos. Es que el intérprete acepta el instrumento. Yo le daba mi violín, él lo tocaba y le mejoraba el sonido. Hasta el día que murió iba y sucedía eso. Hay un orden en la materia que tiende del desorden al orden en ese sentido, porque lo está creando una persona que sabe. Lo percibí porque le daba el instrumento y me lo devolvía y era como que sonaba mejor. Es increíble. Son cosas que pasan estando con personas de esa edad con esa trayectoria y con ese conocimiento. Yo no sabía nada de música, venía del ruido amplificado, y me mandaba al patio a escuchar mientras él tocaba cada uno de sus violines para que yo distinga a la distancia la diferencia en los sonidos de cada uno. Un tipo muy generoso.
LP - ¿Te habló de otros músicos?
I.P. - Me contó la anécdota cuando Roberto Goyeneche le pidió para cantar en su orquesta. Con Azucena Maizani fue hasta Paraguay. Cuando Enrique Delfino en sus últimos años estaba ciego, mi maestro era más joven y desconocido, y lo visitaba para escribirle la música que él tocaba y ayudarlo. Formó el Cuarteto Cambareri que en un certamen empataron junto a Roberto Firpo que era una leyenda del tango.
LP - La gente se pregunta cómo hace el músico para cumplir con sus obligaciones, especialmente en la gran ciudad.
I.P. - Mientras no se solapen las fechas uno se va acomodando y le buscamos la vuelta. En estas dos orquestas somos varios músicos en común, entonces hay una amistad y un núcleo que se va conformando. En el caso de los alumnos se van modificando los horarios. Así nos vamos conociendo y por eso pasamos de una orquesta a otra. El ritmo de los ensayos es uno por semana, y a veces si es necesario se juntan los músicos por cuerda para reforzar o se agrega un ensayo general en ese caso. Vamos antes de la función para repasar. Y uno siempre está ensayando individualmente.
LP - Como alumno de un gran maestro. ¿Qué te interesa de un músico hoy desde tu lugar de docente?
I.P. - Particularmente en el caso del violín lo que hay que trabajar es la motivación. Como vengo de la parte de la guitarra y del rock que es algo mucho más lúdico e informal donde te juntás con tus pares a divertirte, básicamente, obviamente que me divierto con el violín, pero para eso tenés que pasarla un poco más en solitario, esforzándote. Entonces es mucho más arduo el camino y es más difícil. Y a la vez es mucho más fácil que el alumno se decepcione porque uno ve el violín y le encanta pero para alcanzar bien una nota en un instrumento que no tiene trastes lleva tiempo.
por Raúl Vigini
Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.