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La Palabra Sábado 19 de Agosto de 2017

En busca de… Hugo Arana, actor

La infancia en escena Con una trayectoria para destacar por décadas de trabajo profesional y obras que fueron cumbre del cine, el teatro y la televisión, el presente lo encuentra ofreciendo su talento en el escenario y en las películas de las que participó estos años. Con la simpleza de los grandes, la sabiduría de un reflexivo y la nobleza de un generoso artista popular, conversó con LA PALABRA de su vida.

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archivo La Palabra Crédito: Profundo: El relato de Hugo Arana en su encuentro con LA PALABRA
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - Fueron muchas películas en las que participó…

H.A. - Nunca sabré cuántas son. Más de cuarenta y cinco… pero me olvido los nombres. “Un lugar en el mundo”, “La historia oficial”, “La tregua” primera candidata al Oscar, muchas. El mes pasado fui a ver en privado una película que hice el año pasado que se llama “Delicia” con Beatriz Spelzini, ella hace una renguita y yo hago un ciego. Protagónico de la película, y me gustó. Hace poco terminé “Todavía”, que es una banda musical que andamos en gira, con una trama que no hay que contar, a partir de Betiana Blum y Beatriz Spelzini, que son las protagonistas, y Tomás Sánchez es el productor y director.

LP - Teniendo en cuenta una vida sencilla desde lo familiar. ¿Cómo logra el estudiante que se está formando como actor encontrar todos los recursos que necesita para lograrlo más allá del instituto?

H.A. - En la infancia… Cualquier cosa que diga no es la verdad… es lo que creo… y pido que respeten mis creencias, pueden no aceptarlas. Creo que somos lo que hemos mamado en la infancia, y después de la adolescencia empieza a participar el cerebro activamente. Yo creo que somos lo que hacemos con aquello con lo que hemos quedado impregnados. Pero somos eso. De hecho hay cantidades de ejercicios que tienen que ver con la memoria emotiva y con la memoria sensorial, que es un viaje a la infancia. Y a mí me agarra siempre en esos cuatro años que vivíamos en una pieza. Porque es entre los cinco y los nueve años, y es en esa edad donde están impresas la mayor cantidad de cosas. Podría haber vivido en una estancia, es la edad donde todo se impregna, una caricia, un miedo, una lluvia, qué sé yo, lo que suceda. Lo sensorial está ahí. Si te pregunto por una fruta y me decís el durazno, es muy probable que el primer durazno que comiste esté asociado a un hecho amoroso y por eso te gusta, está asociado a un estado emocional. Porque es probable que si el primer durazno que comiste lo comiste en un velatorio, por ahí no es la fruta que más te gusta. No es una regla, ni es así siempre, pero es probable. Y bueno… uno abreva en la infancia…

LP - Los actores aprenden a despojarse del personaje cuando termina la función. ¿Cómo se logra esa situación cuando las historias son fuertes?

H.A. - Personalmente no he tenido el más mínimo problema. Y en general es así. Mucha gente pregunta: “¿Y usted se va a su casa, y el personaje no lo perturba?”. Un día se me ocurrió contestar: ¿Te imaginás un cirujano que va a un restaurant a comer con su mujer y se le cae el cuchillo y dice “Camarera, otro bisturí, por favor”? Está loco, le pasa algo, está perdido ese hombre, pero no porque sea cirujano. Si confunde un cuchillo con un bisturí tiene que ir a un terapeuta urgente. La actuación es -al contrario- poder poner afuera. A veces estamos grabando televisión y tenemos que ir al teatro. Hacés la función y salís cuatro veces mejor que cuando entraste. Más liviano, más ágil, más lúcido, es un masaje, porque es lo que uno ha elegido, y porque es lo que uno puede poner fuera aquello que está ahí. A la mayoría de los actores varones nos gusta hacer de cretinos, asesinos, y a las mujeres -no todas- les gusta hacer de prostituta. Claro, porque uno puede sacar la materia negra. Y cuanto mejor lo hace más lo aplauden. Es maravilloso. O sea que no hay nada que perturbe. Si llega a perturbar es que hay algo que no está funcionando bien. Es lo mismo que sucede en el beso o en una escena de erotismo. No te excitás. Si te excitás es porque dejaste de trabajar y se está ocupando de otra cosa. Tengo que actuar que lo mato, pero no matarlo.

LP - ¿Qué le exige a otro actor desde su mirada profesional?

H.A. - Verosimilitud, que siempre es una subjetividad. La mirada mía no es como la del otro, ni como la del otro. Hay momentos en que uno es muy mal espectador. Uno espera armonía, que fluya, que ilustre, que simplemente esté en situación.

LP - El actor se viene formando con teorías de las escuelas universales. ¿Ha cambiado eso en la actualidad?

H.A. - No participo de clases de teatro, pero hay buenos formadores. El tema es el teatro. En Buenos Aires hay trescientos cincuenta espectáculos por año. Compite con Londres, es excepcional. Y no es titular en los diarios. Debería ser titular. Porque el teatro es uno de los pocos espacios de reflexión que hay. Eso habla de un pueblo que se quiere expresar, y de un pueblo que quiere ser expresado, por eso está ahí sentado en la butaca. Y me parece  fundamental un pueblo inquieto que busca respuesta, se hace preguntas, que indaga. Es como cuando apareció el deporte del psicoanálisis acá. Uno puede decir ¡qué pueblo enfermo que se van todos a psicoanalizar! Y yo digo: qué pueblo inquieto que quiere saber… son las dos caras que uno puede elegir.

LP - Ustedes llegaron a un proyecto cooperativo con la obra actual. ¿Cómo lo concibieron?

H.A. - Porque amamos el espectáculo a muerte. La obra “Todas las Rayuelas”, cuando teníamos producción, atrás del escenario era una maravilla el trabajo y es la primera vez que laburo con todos ellos. Era un humor diáfano de besos y abrazos. Y es la obra. Ese granito de arroz que nos queda de nobleza, la obra lo riega y ha hecho un arrozal. Por eso generamos la cooperativa porque no queríamos largar este material, porque nos regala belleza a todos la obra.

LP - ¿Qué viene después de esta obra en lo que a teatro se refiere?

H.A. - Queremos seguir con esta obra en gira.

LP - ¿Cómo se hace para recordar un libreto completo de una obra de teatro de una hora y media sin intervalos?

H.A. - Por eso una obra se ensaya dos, tres, cuatro meses. Para repasar y pasar y pasar. Con los compañeros pasás letra. Uno se acuesta y lo pasa y lo pasa. En esta obra el autor Carlos La Casa venía a pasar letra conmigo. Cuando leí la obra pensé que el autor era un hombre maduro que había hecho un giro en la vida, y me encontré con un pibe de treinta y cinco años.

LP - Una anécdota linda de tu vida.

H.A. -  Cuando nació mi hijo. Mi mujer era diabética, el primer chiquito lo perdimos, falleció a los once días. Ella falleció en dos mil once, la operaron del corazón en la Fundación Favaloro y tuvo un infarto cerebral masivo. Ya tenía treinta y seis años y no sé cómo nos animamos a probar de nuevo, y con Juan -que es mi hijo- los últimos cuatro meses estaba en cama, chequeada y controlada cada cuatro días, y Juan nació perfecto. Y bueno, fue lo más importante de mi vida. Juan está cantando en dos bandas, labura de asistente de escenario, laburó en Paka Paka, en Romeo y Julieta con hijos de directores, autores, actores dirigidos por Virginia Lago. Y canta muy bien.

LP - ¿La actualidad cómo lo encuentra?

H.A. - Haciendo “Todas las Rayuelas”. Creo que es un refugio que me he buscado, y ya lo he pensado. Soy pesimista. Y digo: me parece que en esta realidad, ser pesimista es ser un observador objetivo. Primero porque es la historia del bichito humano, como dice Eduardo Galeano, amo a ese autor. Es la historia del hombre, ésta. Estoy releyendo las cartas de Cristóbal Colón a la reina Isabel la Católica. Ella le daba las naves, le metió presos como tripulantes, no todos, para pagar la condena yendo a la India. Colón le mandaba cartas a la reina en cada viaje informándole lo que había visto. Sumadas todas las cartas -y es un dato que larga Eduardo Galeano- Colón escribe veintiocho veces la palabra Dios y ciento setenta y dos veces la palabra oro. Fue hace quinientos años. Mataron a noventa millones de indígenas en América. Por idólatras, por adorar la Pachamama, la lluvia, y por el oro. Entonces por qué voy a pensar que el bicho humano va a cambiar. No es un invento porteño. Esto ha sido siempre así. Acá, en la China, en Holanda, en Rusia, en Estados Unidos, en el planeta. Digo que una ballena abre la boca y se come mil quinientos pescaditos que van nadando con la mamá y con el papá. El pajarito símbolo del canto, del color, del vuelo, el anhelo eterno del hombre, pasa la mariposita y se la morfa.  ¿Qué hicieron la ballena y el pajarito? Ejercieron el poder, porque si la mariposa tuviera que comer pajaritos y pudiera, lo haría. El hombre -que creo que somos un mamífero con psiquis- ejerce el poder. Pero el hombre tiene la posibilidad de ejercer el poder del amor, cosa que los animales no tienen idea de qué se trata. Y puede ejercer el poder de poner una picana y ver cómo se quema lentamente a alguien y muere. Es el ejercicio del poder.

LP - Vuelvo al principio. ¿Por qué lo contrataron para la propaganda del vino?

H.A. - Porque una compañera en las clases de Augusto Fernándes me empezó a hinchar que tenía un conocido que estaba en una productora y estaba buscando a un tipo con mi perfil para hacer una publicidad. Y yo decía ¿una publicidad? ¿cómo un actor va a laburar en una publicidad? Estuvo varios días siguiéndome por ese tema. Y veo en televisión a Ulises Dumont que vendía un calefón y a Norman Briski una hojita de afeitar. Y le hice trampa a mi conciencia. Y dije, si estos dos que ya eran famosos lo hacen… yo voy. Y fui al casting y quedé. Y así la hice.

por Raúl Vigini

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