Por Raúl VIgini
Del barrio al Parque Chalita
Nos habíamos juntado el último día de clases del 72. Era casi diciembre con un verano que se anunciaba. Estábamos en la casa del mayor del grupo en el barrio Villa del Parque de Rafaela. De ahí en más fue cuestión de reunirnos a diario aprovechando las vacaciones y todas las tardecitas ensayábamos, con la puerta del frente abierta compartiendo con el vecindario las decenas de veces que cantábamos cada canción. Pasó el tiempo y empezamos a cosechar algunos frutos para nuestra felicidad. Los tres, Esteban Panero (19), Daniel Colasso (13) y Raúl Vigini (14) que habíamos decidido llamarnos Los Changos, estábamos siempre dispuestos a acompañar a quien nos invitara para un momento social -privado o público- que pueda recibir el repertorio tradicional de ritmos folklóricos.
En nuestra rutina había acontecimientos de todo tipo y hasta serenatas por los barrios de la gente amiga o algún pariente. Y los autos de cada padre así como la indumentaria preparada por cada madre para cumplir con el compromiso artístico.
Pero un día llegó a la ciudad un parque de diversiones. ¿A quién no le gustan los parques, como los circos y los carnavales? A nosotros también nos atrajo ese lugar y el bulevar Roca de Rafaela -una cuadra antes de llegar a la Ruta 34- era una posibilidad de asistir al espacio mágico que se ofrecía. Lo extraordinario de la historia es que de ser ocasionales presentes aquella vez fuimos convocados por el representante del lugar para que vayamos a cantar como artistas programados.
Era el Parque de diversiones del Doctor Chalita en cuyo escenario se venían presentando la mayoría de los cantores populares de la época con mayor trascendencia. Fue así que pudimos asistir y compartir momentos emotivos para nosotros con artistas admirados desde nuestra adolescencia como El Chango Nieto, Los hermanos Cuestas, Rodolfo Zapata, El Soldado Chamamé. Siempre presentados, acompañados y asistidos por el famoso Doctor Chalita.
El parque tenía innumerables juegos mecánicos, puestos de destrezas y habilidades tradicionales y el varieté donde cantamos algunas noches. Pero había otra atracción no convencional ahí mismo: la familia de enanos, como ellos mismos se nombraban. Es decir, la señora Leonor y el Abuelo que era su esposo, y los hermanitos Luis y Antonio, dos mendocinos con signos físicos de liliputienses, o sea personas en miniatura perfectamente proporcionadas que parecían verdaderos niños. Y ofrecían una obrita de teatro y otras chácharas para amenizar la función. Todos ellos se alojaban en una casa de familia a un par de cuadras del lugar y se movilizaban en una Estanciera IKA con características particulares en el interior: asientos altos, pedalera larga y algún otro detalle para justificar al conductor Luisito que andaba por las rutas argentinas con su carnet habilitante para el manejo que aseguraba que en ese momento tenía 27 años, así como su documento de identidad confirmaba 98 cms. de altura. Y su hermano, algunos números más en ambas cifras. Con ellos pudimos disfrutar fines de semana, días de lluvia sin función, almuerzos, billar, paseos por la ciudad y mucho humor. Luisito tuvo su lugar en la televisión grande en un programa de alta audiencia hace algunos años desde Buenos Aires.
No fue la última vez, Chalita regresó a Rafaela unos años después suponemos con el mismo elenco pero se instaló en la vereda sur del bulevar Roca casi enfrente de la primera llegada. Y volvieron los grandes números: Rosamel Araya con Los Antonios y esos valses peruanos conmovedores o Antonio Tormo y sus canciones cuyanas. Los Changos ya no estábamos armados como conjunto pero no resistimos la posibilidad de ir a visitar a los amigos del lugar.
Pero… ¿Quién era el Doctor Chalita?
Este personaje inefable llamado Cristóbal Capó era el dueño del parque y el humorista que además presentaba a los artistas de cada noche vestido de payaso cerrando sus alocuciones con un… “¡meta baaaaaaalaaaaaa nomásssssssssss!”… del que se vienen contando infinidad de anécdotas desde las más originales hasta las más audaces. No sucedió en nuestra ciudad pero circula que por sus pagos anunció insistentemente a Los Cantores del Alba y con el parque desbordado de público largó pasada la medianoche a cuatro gallos en el escenario, y eso fue todo… o anticipando Los patos malambeadores en similar situación de mucha gente puso una jaula con dos patos en escena y le agregó una chapa caliente debajo acompañado todo por un ritmo telúrico. En algún caso la muchedumbre le desarmó las instalaciones y en otro lo persiguieron varias cuadras al dueño “especialista en humor” como se presentaba.
Su padre era Jaime Capó, uno de los carperos de Salta más tradicionales que competía con las demás carpas salteñas para el carnaval a ver quién concentraba más gente para los festejos. De ahí que le han dedicado la bella zamba La carpa de Don Jaime con letra de José Ríos y música de Simón Gutiérrez.
Y ¿cómo hacía Chalita para contratar a los músicos más exitosos del momento?
Porque además de ser amigo de todos por su condición provinciana desde su pago natal, aprovechaba el paso de ellos por la ciudad -la Ruta 34 era y sigue siendo un camino obligado para cruzar el país desde Buenos Aires hasta el Noroeste- y lo permitía también el hecho de que eran días de semana casi siempre con agenda libre del artista.
Así fue la historia que nos tocó en suerte. Todo perdurable para nosotros, esos tres jóvenes rafaelinos que con aquel primer ensayo a fines del 72 logramos llegar a la región a través de LV 27 Radio San Francisco, LT 10 Radio Universidad del Litoral, Festival Paso del Salado en Santo Tomé, por supuesto LT 28 Radio Rafaela desde La Casa de los Tíos primero y luego en Ruta Feliz.
Hoy los recordamos a todos ellos, la mayoría desde un lugar de privilegio trascendente porque nos dejaron físicamente estos últimos años. Pero con la ternura que nos dispensaron y la posibilidad de permitirnos participar de los momentos inolvidables de nuestras vidas.
Porque el repertorio de Los Changos está inalterable: Córdoba de antaño, Paloma, Llora corazón, Sabor almendra, Soñadora del carnaval, entre tantos más, y el inevitable Candombe para José. Alguna grabación casera que hay por ahí da testimonio de ello y lo revive.
Y bueno… si los que están allá arriba quieren seguir cantando, se lo merecen, si al final de cuentas, fueron ellos los que nos permitieron una vez intentar un lugar donde la música nacional nos reunía en el afecto a perpetuidad. Y cuatro décadas no es nada… Permiso, serenata…
por Raúl Vigini
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