Por Raúl Vigini
LP - ¿Qué niñez tuviste para pensar que eras heredero de todo un bagaje artístico?
C.D. - Mirá, básicamente fue una niñez muy feliz. Donde mi mamá era mi mamá, mi papá era mi papá, independientemente de la trascendencia de la repercusión que tenía su trabajo. Sí, acostumbrado a que a mamá la reconozcan por la calle, la quiera mucho la gente, pero no tenía noción, para mí era algo cotidiano, natural. Eso fue así, nunca pensé que fuera algo especial. La verdad que el otro día estábamos hablando con un amigo, Luis Zimbrosky, que llevó a la hija a la función de Hamlet en el Teatro San Martín. Entonces la hija andaba dando vueltas por ahí y yo en un momento le digo, mirá, mi infancia fue tal cual la de ella. Crecí en el Teatro San Martín, crecí en el viejo Canal Siete, ahí en el bajo, entre medio de los decorados. Recuerdo que mi mamá y mi papá estaban grabando y yo por atrás de los decorados, dos por tres se caía uno porque yo lo tiraba, y tenían que parar las grabaciones muchas veces. Veo por ejemplo en los comercios chinos cerca de casa que sus hijos se pasan el día en el negocio. Yo me pasé mi vida, mi infancia, en los teatros, en los canales de televisión, pero eso es lo que me tocó. Uno independientemente de eso puede tener una buena o mala infancia, la mía fue extraordinaria.
LP - ¿Cómo fue la popularidad de tu mamá cuando salían de casa con una vida casi normal?
C.D. - Ha cambiado ahora la respuesta de la gente en la calle. Me da la sensación que ahora es mucho más histérica. No hay afecto, no hay admiración, nada más que fama. Antes era afecto, era devolver lo que el artista le había dado, era cariño, ahora y lo digo en general, es como mucho más histeria que hay en la calle. Es un estado muy exitista, es una fama muy televisiva, por lo tanto, muchas veces no cuenta lo artístico, sino simplemente la cantidad de exposición que uno tiene. Es de otra calidad la respuesta me parece, antes era mejor. Tengo la sensación que era una respuesta noble de la gente en la calle. Ella siempre se detenía a saludar, porque no era agresivo como ahora, que es invasivo. Antes era mucho más personal, no había multitudes, era otra época en ese sentido. Y yo la vivía con mucha calidez, de verdad era un afecto que se sentía. El agradecimiento que se veía.
LP - Con esa vivencia familiar ¿cómo decidiste tu formación?
C.D. - Soy prácticamente un gran irresponsable. Cuento una anécdota: mi casa tenía un pasillo largo, yo dormía en la última habitación, mis padres en la de al lado, entonces para salir de casa tenía que pasar por la habitación de mis padres. Me despertaba mi abuela a la mañana temprano para ir al colegio, me peinaba, me hacía el desayuno, y me iba pasando por la habitación de ellos. Claro, habían hecho función la noche anterior y estaban durmiendo a pata suelta. Pasaba por ahí y yo olía el olor a dormido. Hay un olor de habitación donde hay gente durmiendo. Y un día dije: yo quiero hacer esto, quiero dormir a la mañana. ¿Y qué tengo que hacer para dormir a la mañana? Ser actor. La primera referencia que yo tenía. Es un poco un juego también esto, pero tiene su parte de verdad. Creo que soy actor para no trabajar, para no estudiar ni medicina, ni ser médico, ni romperme los ojos estudiando hasta las cinco de la mañana, o arquitecto, o lo que fuera. Pero me parece que siempre tomé la actuación como el lado del juego. Bueno, play en inglés: actuar y jugar, que quiere decir lo mismo. Después me di cuenta que no era tan así, por supuesto.
LP - Paradójicamente era ponerle el cuerpo, pero para evitar todo lo otro…
C.D. - Sí. Exactamente. En ese sentido creo que fue una decisión completamente irresponsable. Hasta el día de hoy todavía el trabajo me cuesta, me cuesta trabajar sobre un texto, me cuesta la disciplina. Por suerte o por desgracia tengo la intuición, que es lo que me salva en el teatro, pero no soy un actor disciplinado en cuanto a la metodología en el trabajo. Sí, soy el primero en llegar al teatro, soy el último en irme, pero la metodología en el trabajo es algo que me cuesta, la hago porque hay personajes que son muy accesibles y el camino es otro, pero hay personajes que no. Y hay que trabajar y trabajar.
LP - Cuando viviste esa vida en familia con tus padres. ¿Recibiste de ellos alguna sugerencia para esa formación que ibas a decidir para tu futuro al ser actor?
C.D. - No. Es más, te digo, empecé a estudiar teatro sin la pretensión de ser actor. El día que se lo dije a mamá, no le gustó ni medio. Es una profesión muy difícil, es una profesión muy injusta, hay muchos buenos actores con muy poco trabajo, y actores muy mediocres con mucho trabajo, no es una profesión fácil. Hay que estar muy tranquilo, hay que tener mucha calma y pensar que lo que uno hace es lo que a uno le gusta. Y entonces ahí más o menos uno lo va piloteando.
LP - Para eso elegiste lugares donde formarte.
C.D. - Sí. Fui con María Ester Fernández, cuando yo tenía veintidós años. El secundario no lo terminé porque me echaron de los tres colegios y desistí. Estuve trabajando en Canal Nueve en producción, en iluminación, pero me echaron porque no era un tipo disciplinado. Y es obvio que no me gusta. Soy un poco sibarita en ese sentido. Yo había vivido dos años en Nápoles, Italia, y había hecho un personaje de un napolitano que iba a escuchar al Papa a la plaza del Vaticano. Entonces en las reuniones empecé a hacerlo, y todo el mundo me decía que vaya a estudiar teatro. Fui con María Ester que había sido alumna de mi mamá en el conservatorio, y que después fue maestra toda su vida, una mujer extraordinaria, muy afectuosa, muy disciplinada, pero también estudié poco porque enseguida empecé a trabajar y no podía ir a todas las clases. Por suerte he trabajado con muchos directores excelentes, enormes, y ahí es donde uno de verdad después aprende. Y también el proceso… El otro día un amigo me dijo que mi trabajo en Hamlet es una bisagra en mi vida. Me quedé pensando en eso, y creo que tiene razón. Pero no por una cuestión artística, o de trascendencia, o de resonancia, sino por una cuestión de estar definiendo mi historia, qué actor soy. El tener una madre así, un padre así, es muy fuerte, lleva muchos años entender que uno no necesariamente tiene que ser así, que uno tiene que encontrar su melodía, tiene que encontrar su color, su tono, su nota, su ritmo. Tengo la sensación que ahora está un poquito más claro. Lo cual es un montón.
LP - ¿Cómo fue la relación con Alejandra?
C.D. - Rara. Porque era diez años mayor que yo. Cuando yo era chico ella se fue de casa. Es como si no hubiera sido mi hermana. Recién al final nos empezamos a encontrar y a entender que éramos hermanos, por lo menos desde mi lado. Ella tal vez lo tenía un poco más claro. Fue un vínculo muy raro.
LP - Esta vida heredada que después desarrollaste y potenciaste con una pareja que hace tu mismo trabajo, y coronaron con una hija que no sé si no elegirá también el escenario. ¿Qué balance te merece?
C.D. - La verdad es que si tengo algo bueno es el de poder disfrutar de las cosas. Absolutamente de todo. Claro, nadie es completamente feliz ni nadie es completamente desgraciado. Aunque uno está más cerca de una cosa que de la otra. Yo la paso bien, yo disfruto. Tuve una vida plena, hermosa, viajé, me enamoré, gané plata, tuve una hija. La verdad que tuve una vida muy completa, aunque tengo para rato. Es un balance feliz, sumamente positivo.
LP - Momentos destacados de tu trayectoria.
C.D. - Muchos. Muchos. Porque disfruto mucho de mi profesión. Ahora para mí es un momento destacado. Terrenal lo fue también. La Banda de la Risa fue un momento destacado, que era un formato de circo rioplatense y después empezamos a hacer adaptaciones de obras clásicas desde un grupo de clown. Algunos programas de televisión fueron momentos destacados. Me gusta mucho lo que hago y creo que debería pasarle a todo el mundo.
por Raúl Vigini
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