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La Palabra Sábado 15 de Septiembre de 2018

En busca de… Ado Falasca, músico

Al ritmo familiar El escenario afectivo podía ser en el club de alguna localidad cercana, en los carnavales regionales, en la sala comunal o en el comedor de la propia casa. Siempre eran ellos: padres e hijos. Con impronta de actuar en público, el mayor de los varones se presentaba con su acordeón en los intervalos de la orquesta paterna. Así inició su carrera profesional que nunca se interrumpió hasta hoy. Acompañó a su hermana Rosanna en sus versiones antológicas, y a muchos de los grandes músicos del tango, así como a los cantantes más populares. Recordando ese camino del que nada se arrepiente, compartió con LA PALABRA esta charla mañanera.

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archivo La Palabra Crédito: Encuentro: Ado Falasca con LA PALABRA en su hogar porteño Foto 1 de 3
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archivo Ado Falasca Crédito: Protagonismo: Adito niño crecía tanto como su acordeón Foto 2 de 3
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archivo Ado Falasca Crédito: Trayectoria: Ado acompañó desde el teclado al maestro Mariano Mores Foto 3 de 3
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - ¿Cómo era la infancia en una familia numerosa donde el papá era un músico además de sastre y la mamá ama de casa?

A.F. - Empecemos a hablar de mis tías si te parece. Mi tía Inés era concertista de piano, aunque nunca la conoció nadie, que era de Humboldt pero vivía en Santa Fe porque se había ido a estudiar. Mi papá Ado era el mayor y mi tía Isolina la hermana menor de ellos. Mi papá formó la orquesta, la jazz de Humboldt, dirigía la banda que era del cura de la iglesia, yo tenía tres o cuatro años. Cuando cumplí seis tocaba el acordeón en los intervalos de la orquesta de mi viejo y hacía el show. Inclusive fuimos a Buenos Aires cuando tenía siete años. Ibamos a filmar una película, y como nacía un hermano mío nos tuvimos que volver. Después se disolvió la orquesta típica característica. Mi papá era multifacético, tocaba el contrabajo, el saxo, cantaba muy bien. De chico mi abuela me hacía acordeones de papel, y un día mi viejo compró un acordeón de veinticuatro bajos en un remate y ahí empecé a estudiar con un maestro de Rafaela que se llamaba Silvestre Scalenghe y Dall’Agata era el otro profesor. Scalenghe tenía un autito que hacía la gira por la región, iba a Nuevo Torino, a Esperanza, a Humboldt, y seguía, entonces llegaba a mi casa, donde venían los alumnos, era una cocina grande donde él daba clases en un lugar y mi mamá en el otro hacía el café con leche para los chicos. ¡Qué historia! El venía a la mañana y se iba al mediodía.

LP - ¿Y tus hermanos cuándo se suman con la música?

A.F. - Fue mucho después y es largo el tema. El que más se adhirió cuando íbamos a tocar a la Chopería Parra de Rafaela, fue Daniel a quien le enseñé el bajo. Y ahí él tenía trece años y yo diecisiete. Marcelo era mucho más chico que nosotros y apareció después.

LP - Después llega Rosana…

A.F. - El tema de Rosanna es así. Yo tenía dieciséis años más o menos y era Adito y su conjunto que tocábamos en bailes, y yo cantaba, mal, pero cantaba. Y un día estaba Rosanna -Chany- con unas primas y mi viejo le escuchó el timbre de voz y le dijo vamos a probar para cantar. Y ahí empezamos en casa, yo con el piano, y empezó a cantar en la orquesta que se llamaba Adito y Chany. Después iba de una profesora en Santa Fe a vocalización y respiración, aprovechando cuando íbamos a tocar a LT 9. Rosanna era una mujer preparada, después fue a Buenos Aires e hizo teatro. Eramos todos una familia, con mi papá.

LP - Y pudieron llegar a Buenos Aires…

A.F. - Así como íbamos a tocar a la Chopería Parra y a veces después de ahí hacíamos los carnavales en Sunchales, una vez fuimos al baile que organizaba el Club Quilmes de Rafaela, donde éramos teloneros del conjunto Los Bull Dogs, cuyo representante era Demartino y nos dio una tarjeta para que lo visitáramos en su oficina de Buenos Aires porque le interesaba Rossana como cantante. Llegamos a la capital del país, en la oficina céntrica de este señor no había nadie, estábamos solos en la gran ciudad sin saber qué hacer, nos recomendaron un hospedaje y fuimos al Hotel Oxford, sin saber qué hacer allí mi padre conoció al productor artístico de muchos consagrados como Hugo del Carril, Alba Solís, entre otros, pero no nos dio importancia. No sé cómo, apareció en nuestras vidas un señor Caputo, que era director de cámara de Canal Nueve, cuando había empezado el programa Grandes Valores. En esa época los canales tenían orquestas estables con treinta o cuarenta músicos y estudios de grabación. Nos ofreció un contacto con Santos Lípesker que era el director musical del canal. Fuimos y él le pidió a Rosanna que cante, hizo Zingara en italiano y yo en el piano, le gustó, le preguntó si tenía un tango. Le respondí yo que hacíamos Madreselva, nos sugirió grabarlo, lo grabamos, y quedó ahí. Nos fuimos sin saber cómo seguía todo y qué hacer. Nos fuimos en el colectivo rojo ciento tres, línea que todavía está. Al día siguiente nos llama por teléfono la secretaria de Alejandro Romay, dueño del canal, que quería tener una entrevista con nosotros, fuimos los tres: mi viejo, Rosanna y yo. Estaba Jaime Yankelevich, Romay con traje de alpaca, era otro mundo para nosotros, y le dice “Mirá Rosanna, me dijo el maestro Lípesker que preste atención, la verdad que en los dos géneros estás bárbara y lo hacés genial, es una voz personal que es lo importante, no te conocía como figura y veo que tenés una figura buenísima, pero el problema que hay es que está Violeta Rivas, está Claudia Mores y otras. Pero hay un programa de tango y no hay figuras de este tipo: rubia, de ojos celestes, a las tangueras se las ve siempre de otra manera. Te propongo una cosa: hay un concurso de tango, pero no quiero esperar hasta fin de año que se reúna el jurado, y yo necesito una figura femenina acá en el programa. Hay un jurado, vos te presentás, yo lo único que te prometo es que si vos ganás la noche, te saco del concurso y te contrato”. En eso había lealtad. Le pregunté por nuestra familia que estaba toda en Buenos Aires, y nos dijo que no nos hiciéramos problema. Y le dice a Rosanna: “Dentro de un tiempo, yo te voy a pedir a vos entrevista”. Nos dejó pensarlo hasta el día siguiente, llegamos al hotel sin saber qué hacer. Fue todo muy vertiginoso. Pero no teníamos nada. Yo tocaba el acordeoncita en la cantina de La Boca. Aceptamos la propuesta, fuimos al canal, me presentaron al director de la orquesta -“Pajarito” Calderón, bandoneonista- en la que estaban José Libertella, Luis Stazo, Mario Abramovich. Le expliqué cómo hacíamos Madreselva y preparó los arreglos en unos días. Debutó en Grandes Valores y fue un boom. Nos quedamos en Buenos Aires, alquilamos un departamento en Caballito, era agosto del sesenta y nueve, ¡y lo que trabajamos con ella!Ibamos a México y la reconocían por la calle, en Caracas la conocían por la calle, fueron diez años, cuatro películas, cuatro discos larga duración. Después empezamos las giras por las provincias donde llegaba el canal, y enseguida compramos un Ford Falcon. Es increíble cómo se ganaba y se hacía diferencia, y había quedado en el pueblo el Kaiser Carabela que había comprado mi viejo cuando estábamos en Humboldt. Al año y medio compramos un departamento. Después tuve una oficina y nos llamaban permanentemente, no teníamos que salir a buscar trabajo.

LP - ¿Cómo afrontó una chica de pueblo ese mundo nuevo con el éxito de un día para otro?

A.F. - Te voy a repetir una frase que me dijo ella una vez en un avión. Y eso lo sabe muy poca gente. Era un avión y que no sé adónde íbamos, supongamos que a otro país. En mi familia me dicen “Nene”. Y Rosanna me dice: “Nene, al final estamos como cuando estábamos en Humboldt, porque al final allá íbamos a tocar a Paraná, o a San Cristóbal, o a Rafaela, o vamos acá o vamos allá, y ahora vamos en avión, pero al final es lo mismo”. En Buenos Aires era nueva, pero ella venía de hacer Canal Trece de Santa Fe, Canal Cinco de Rosario, los canales de Córdoba, cuando inauguró Marcos Bobbio la primera transmisión desde Paraná allá por los años ochenta. Nosotros vivíamos en el escenario, los fines de semana siempre hacíamos bailes. Era cambiar la estructura fundamentalmente. Ella siguió estudiando canto en Buenos Aires. Era seguir, no empezar. Nunca se la creyó. Recuerdo que yo tenía todos los pasajes guardados y un día se los regalé a un ahijado.

LP - Y fue muy bien recibida por sus colegas.

A.F. - Sí, así fue. Como el caso de Jorge Sobral, Floreal Ruíz, la misma Libertad Lamarque que dijo “Esta chica es el boom de mañana”, o Virginia Luque, era amiga de todos. La amaban.

LP - ¿Fue feliz Rosanna en esos diez años? ¿Nada le significó un sacrificio por su carrera?

A.F. - Sí. Lo disfrutó siempre. Mirá te digo más. Llegábamos de una gira por Bahía Blanca, el viejo la llevaba al aeropuerto, tomábamos el avión y nos íbamos a tal lugar, volvíamos. Ir a Uruguay era habitual.

LP - Su presencia sigue vigente…

A.F. - Hoy en día digo Falasca y es increíble… También hay que entender que ella falleció en pleno apogeo. Y cuando ella falleció la familia se encerró y no hablamos. Nos llamaban, vivíamos en el mismo edificio, y recién ahora hablo un poco del tema. Y con toda humildad te digo: yo estuve al lado de ella, siempre.

por Raúl Vigini

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