Aprendí a leer muy temprano, casi accidentalmente, un poco por estimulación y otro poco por necesidad… Fui una niña con problemas en la vista desde muy chiquita, y entre visita a la oftalmóloga y visita a la oftalmóloga, entrenamientos y mucho apoyo de mis padres, las letras del afiche para examinar cómo iba progresando mi visión se volvieron familiares muy pronto. Primero eran formitas, luego tenían sentidos, y ya después serían ladrillitos que construirían casas de historias en barrios de ficción que yo querría habitar durante días enteros, para salir a jugar con personajes de otros siglos y otros continentes. En algún momento de mi infancia -creo que en los primeros grados de la primaria- escuché hablar de la carrera de “Letras”. No sabía mucho de qué se trataba, ni tenía suficiente información para comprenderlo, pero sonaba a un juego de libros, y ya el nombre me enamoró. La idea de que habría una posibilidad de vivir entre libros, de ser entre libros, me dibujó una hoja de ruta.
Desde cuándo mi interés por las lenguas
Desde la primera clase en que leímos el Curso de Lingüística General de Saussure, en mi primer año universitario, la lingüística me pareció una disciplina completamente fascinante. Esa fascinación no haría más que crecer, y a medida que fui explorando nuevas áreas dentro de ese campo -como fonología y fonética, psicolingüística, oralidad y alfabetización, epistemología, gramática latina, entre otras- en materias, cursos, congresos y jornadas fui descubriendo que lo que siempre me había gustado de aprender a hablar otras lenguas -y aprender acerca de las lenguas, la propia y las ajenas- era compartido por mucha gente -muy inteligente- que había escrito al respecto, para que personas como yo pudiéramos entender un poco mejor de qué se trata eso que nos produce tanto gusto: hablar, leer, hablar sobre leer, leer sobre hablar, hablar sobre hablar y leer sobre leer.
Llegar con una propuesta a 5RTV, el canal de la provincia de Santa Fe
Un sábado por la tarde, en un festival, en una ronda de debate después de un panel sobre proyectos culturales autogestionados, en medio de una conversación interesantísima, alguien explicó, con convicción, la etimología de una palabra. Yo no pude contenerme e intervine para comentar acerca de algunos mitos que se encuentran muy difundidos. El siguiente lunes por la mañana recibo en mi casilla de correo este mensaje: “nos conocimos el sábado en la charla de inclusión. Te escribo por acá porque hablando con mi jefe le comenté lo que me dijiste sobre las etimologías de aborigen y alumno y justo me dijo que andaba buscando a alguien de las letras para hacer un ciclo. ¿Podría pasarle tu contacto?”. No tuve duda alguna sobre la respuesta que daría a ese primer mensaje, y que luego me traería la propuesta de participar de un proyecto para llevar el conocimiento adquirido en un ámbito académico a un público no experto, unido por el afán de entretenerse mientras aprende. Respondí inmediatamente que sí, que por supuesto, que me escribieran. Nuestra Lengua es para mí uno de los proyectos más felices, no solo porque el resultado sea maravilloso, sino porque todo el proceso fue excelente. Trabajar así es como siempre debería trabajarse. El guion y la conducción son míos, lo suficiente como para que el ciclo tenga mi cara, mi voz y mi forma de pensar, pero lo que lo hace realmente rico, en mi opinión, es todo lo que fue producto de una colaboración multidisciplinar que contó con aportes y perspectivas de muchas personas: la dirección de mis modos y ritmos de habla, las decisiones de escenografía y fondos, las luces, los ángulos de cámara, el vestuario, el maquillaje y, en particular, un delicado y atento trabajo de edición y postproducción que le pone encanto, dinamismo y color a mi discurso y a los movimientos que lo acompañan.
El lugar que le asigno a la docencia
Cuando decidí estudiar Letras en la universidad, estaba convencida de que mi área favorita sería la Literatura, la razón de mi primera inclinación vocacional. A medida que avanzaba en la carrera, descubrí que me había enamorado el estudio de las lenguas y, al llegar al final de mi recorrido, elegí escribir mi tesis de Licenciatura en la orientación Lingüística y Lengua Española, bajo el título “Lenguaje y validación expositiva en la tesis de grado. Decisiones de escritura en la comunicación del conocimiento”: La lengua española, su aprendizaje y su enseñanza se convirtió en mi interés principal como estudiante, y continúa hasta hoy siendo uno de los principales de mi vida profesional. Durante el cursado de la carrera di clases particulares de Lengua y Literatura a estudiantes que necesitaban apoyo con sus exámenes. Se trata de un trabajo muy gratificante, pues combina el disfrute de exponer mis temas favoritos con la satisfacción de ayudar a personas jóvenes -cuya curiosidad y entusiasmo son frecuentemente muy contagiosos- a superar desafíos y a acercarse al goce del conocimiento. En los últimos años de la carrera me desempeñé como Ayudante Alumna de la cátedra de Lengua Latina II, lo que me permitió profundizar en el conocimiento de la gramática de la madre de las lenguas romances, al mismo tiempo que ensayaba ser docente y aprendía sobre qué es necesario para llevar adelante una clase y atender las necesidades de un curso. Al trabajar como profesora comprendí cuánto me gusta trabajar con gente, especialmente cuando se trata de incentivar el amor por la lectura, el arte, la filosofía, la historia, todas las formas de la cultura, todas esas invenciones humanas, esas construcciones que el principio de Rayuela de Cortázar, leída a los brincos, llama “pura tura”: “Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas”.
Qué reflexión me merece el habla de los argentinos
Muchísimo podría hablarse acerca de las múltiples e interesantísimas particularidades de nuestra variedad lingüística y de su historia. Es la variedad del español con más italianismos, por ejemplo, algo que quizás no sea sorprendente para nadie que vaya a tomar “birra” con un amigo a su casa y allí diga que está “de su amigo”, comiendo “panceta” en lugar de “tocino”, escuchando música por “altoparlantes” en lugar de por “altavoces”. Por otro lado, comparte con otras variedades del español andino la influencia del quechua, por lo que nuestras “tiendas de campaña” son “carpas”, nuestros “campos de juego”, “canchas”, nuestros “aguacates”, “paltas” y nuestros “frijoles”, “porotos”. Otra de sus peculiaridades características es nuestra segunda persona del singular. Desde que nuestro país existe, en las charlas entre argentinos hubo voseo: no “ven, tú” ni “¿quieres?”, sino “vení, vos” y “¿querés?”. Lo había en 1810 y en 1910 como lo hubo en 2010, como lo habrá -probablemente- todavía en 2110. Sin embargo, durante la mayor parte de la historia de nuestro país, ocurrió algo muy curioso en el paso entre los cafés, los saludos por las calles y los textos escritos: en la escritura, los argentinos se tuteaban. En las escuelas primarias argentinas del siglo pasado y el anterior, la materia equivalente a la que hoy llamamos “Lengua” se llamaba “Castellano”, y los maestros y maestras recibían instrucción específica para enseñar a escribir en la lengua de la región de Castilla, y el mandato de utilizar exclusivamente las formas verbales de los pronombres “tú” y “vosotros”. Aunque en la vereda las amistades y la familiaridad lucieran como “vos”, en las aulas, en la academia y en los textos oficiales, la cercanía y la informalidad se vestían siempre de “tú”. Los argentinos de principios del siglo XX hacían un pequeño esfuerzo cada vez que escribían: cuando redactaban -incluso cartas íntimas-, escribían “tú”, aunque la carta fuera a la misma persona a quien habían tratado de “vos” en una charla una semana antes. El tuteo, la norma aprendida en la escuela, se enfrentaba al voseo, entendido como un vicio de la lengua, aunque estuviera presente a diario, en la oralidad, en todos los círculos. Hasta bien entrado el siglo XX, en el cine, los medios, la literatura y hasta en las canciones populares, el “tú” era la norma. Recién en los años ‘60 el voseo comenzó a imponerse en el periodismo, las canciones populares y la publicidad y, cuando las misas se dejaron de dar en latín, se extendió a los sermones religiosos. Finalmente, en 1982 -¡hace poquísimo tiempo!-, y tras abundante discusión y polémica, la Academia Argentina de Letras le otorgó legitimidad al pronombre vos y a todas sus conjugaciones verbales. Para terminar con las singularidades rioplatenses, una que lo vuelve muy fácilmente reconocible frente a otros hablantes de español... Se nota inmediatamente cuando decimos “yo me llamo”. El nombre oficial de este fenómeno, en fonología, es “yeísmo rehilado”, y tiene dos partes: -“Yeísmo” es la falta de distinción entre la pronunciación de lo que escribimos con y, y lo que escribimos con ll. Se han “fusionado" dos fonemas, y en nuestro inventario fonológico hay un sonido menos que en el de otras zonas. Esta fusión de los dos fonemas no es exclusiva de nuestro español, sucede en muchas otras variedades, pero no es siempre el mismo sonido el que conquista los dos territorios. -Lo “rehilado” es lo que vuelve a nuestra pronunciación una excepción en todo el mundo hispánico; refiere a cómo realizamos el sonido, en una “consonante fricativa”. Las “fricativas” se realizan armando un canal muy estrecho por donde se hace pasar el flujo de aire generando unas turbulencias. Es como se arma la f, entre el labio inferior y los dientes superiores, o la j, entre la parte trasera de la lengua y el velo del paladar. Nuestra y/ll se realiza armando un canalcito con la lengua, y puede ir desde una pronunciación sorda -sin vibración de las cuerdas vocales, se nota apoyando la mano sobre la garganta al pronunciarla-, parecida a la sh del inglés, hasta una sonora -en la que sí vibran las cuerdas, lo cual se siente en la mano sobre la garganta-, parecida a la j del francés.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Agustina Gimbatti
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