Otra vez el Negro no apareció por el bar, mejor dicho en el boliche donde junto al mostrador se reúne toda la barra, no precisamente para tomar una taza de té, sino más bien unos vasitos de tinto que levantan el espíritu y hacen la vida más alegre.
Son todos muy buenos amigos. No son hilos los que unen esa amistad tan grande, sino más bien una fuerte e indestructible cadena. Cada uno cuenta sus anécdotas y aunque a veces
repetidas, siempre causa gracia al recordarlas. Las reuniones en la esquina del barrio, cuentos de aparecidas o la anécdota del día.
Como aquella que le hicieron al Pancho, que para castigarlo porque se le había ido la mano en el tinto, esposado lo amarraron a un árbol de la plaza del barrio hasta que se le pasara la mona, habiéndole quitado previamente los pantalones.
Por eso la ausencia del Negro los preocupaba, aunque sabían que estaba bien de salud porque lo habían visto en el camión de reparto y los había saludado al pasar.
Uno de ellos se ofreció para ir a entrevistarlo, - me queda de paso- dijo, y menos mal que el departamento del Negro no tiene portero.
Como a las diez de la noche llegó el amigo a la casa y lo atendió el Negro en persona,
saboreando una manzana.
-¡Hola Negro, qué alegría verte!- Y se confundieron en un efusivo abrazo.
-Me´an comisionao los muchachos pa que venga a ver qué te pasa que no vai más al boliche, ¿tai enojao con alguno? La verdad que te extrañamos mucho.
-No, que va! No voy porque estoy leyendo un libro.
Asombrado por el motivo de la ausencia, el amigo quiere asegurarse que ha escuchado bien.
-¿Porque estai leyendo un libro no vai más por el boliche?
-Sí, así es.
-¿Y qué libro estai leyendo, se puede saber?
-Estoy leyendo La Biblia, que es la palabra de Dios, y la verdad que me ha atrapau, es de lo más emocionante.
No saliendo de su asombro el amigo le dice: -A ver contame algo de lo que dice La Biblia pa ver si es cierto lo que decís.
-Bueno, mirá, te voy a contar la parte en que Yavé o sea Dios, le dice a Moisés que debe sacar de Egipto al pueblo que El ha elegido para llevarlo a la tierra que le tiene prometida.
-¿Qué más?
- Resulta que el capo de Egipto es el Faraón que no los quiere dejar salir, si no que los quiere seguir teniendo como esclavos. Entonces Yavé, o sea Dios, les mandó de castigo siete plagas de lo más bravas. Una manga de langosta tremenda que les morfó todos los sembrados,
mosquitos hambrientos que picaban sin piedad, hizo llover ranas, un granizo del tamaño de un huevo y hasta hizo enfermar a todos los bebitos. Ahí se asustó el tipo y los dejó salir. Moisés entonces salió de raje con toda su gente cumpliendo lo que Yavé le pidió. Pero enseguida se encontró con un problemón. No podían avanzar porque tenían enfrente al mar, el Mar Rojo y no sabía cómo hacer para pasarlo. Pa’ colmo el Faraón se arrepintió de haberlos dejao salir y mandó todo el ejército a traerlos de vuelta. Así es que estaba Moisés muy preocupado porque no podía atravesar el mar, y el ejército que los venía a tomar prisioneros otra vez estaba cerca.
-¡Qué bravo Negro! ¿Y, que pasó?
- Entonces Moisés cachó la radio y habló con el presidente de Estados Unidos y le mandó de inmediato cinco mil helicópteros y los pasaron al otro lao del mar antes que llegara el ejército del Faraón.
-Tai loco Negro si creés que te voy a creer semejante boleto.
–Es que si te digo como dice el libro, menos me lo vai a creer.
Cuento premiado de Ramón Godoy Rojo