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La Palabra Sábado 22 de Julio de 2017

El Centro Cultural de la Ciencia*

por Guadalupe Díaz Costanzo - coordinadora de C3 (Buenos Aires)

archivo C3
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archivo C3 Crédito: Vista: Del nuevo e imponente edificio del C3 Foto 1 de 4
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archivo C3 Crédito: Tiempo interno Foto 2 de 4
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archivo C3 Crédito: Escalando el universo Foto 3 de 4
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archivo C3 Crédito: Almanaque climático Foto 4 de 4

Estamos en el Centro Cultural de la Ciencia -muchas veces conocido como C3- es un centro destinado al encuentro de la comunidad con la ciencia, en el sentido más amplio que uno se pueda llegar a imaginar. Como su nombre lo indica buscamos que sea una declaración de principios, trabajamos a partir de entender a la ciencia como parte de nuestra cultura, y de hecho nuestro lema -la forma en la que construimos las actividades, la gente, la agenda de programación cultural- es justamente eso: ciencia es cultura. Otra característica nuestra es armar esta agenda de actividades y buscar contar la ciencia usando distintos lenguajes. Tenemos una exhibición de carácter permanente que es “Lugar a dudas” que tiene casi sesenta módulos interactivos, que abordan distintos temas de la ciencia o fueron inspirados en distintos temas de la ciencia, y después también contamos la ciencia con teatro, con danza, con talleres, con charlas, vienen muchos científicos, muchos artistas, muchos especialistas del área de la cultura, trabajamos mucho con la comunidad de periodistas científicos. Tenemos distintas comunidades con las que trabajamos pero mayoritariamente nuestro público de viernes a domingo es la familia, el público general que viene a visitarnos, y de martes a jueves las visitas educativas que hacemos pensadas para chicos y escuelas de quinto grado hacia el nivel medio todos los años.

¿Por dónde comenzamos?

 “Lugar a dudas”,  una muestra permanente que se apoya y la construimos alrededor de tres ejes: el tiempo, el azar y la información. Los elegimos porque son temas que podíamos mirar desde las distintas disciplinas científicas. Un poco reflejando la forma en que hoy por hoy se abordan los problemas y se hace investigación. A partir de un tema, cómo lo miramos. Vamos a encontrar módulos interactivos que están pensados desde lo que es la medición del tiempo, o la percepción del tiempo, y lo mismo con información. Desde señales hasta qué es la información y lo mismo en el azar que es un espacio un poco más de matemática, probabilidades, estadísticas. Esas son las narrativas que hablábamos antes y construimos inicialmente.

Las propuestas se van renovando

Cada tanto hacer esto que llamamos como temporadas temáticas. En lugar de hacer talleres o actividades sin algún eje y algún tema que las convoque, lo que hacemos es justamente eso, elegir algún tema que nos permita orientar hacia dónde vamos con esa programación cultural. Estos meses trabajamos alrededor del eje minerales, materiales.

Lo más efímero también tiene lugar en la programación…

En el cuarto piso organizamos un taller a demanda. Es un espacio para  mirar -y cuando digo mirar es con ojos de científico- gemas, minerales, ver sus características, agarrar piedras de todo tipo, rocas, algunas gigantes que no pesan nada, y ponemos a disposición de familias y público de todo tipo  instrumentos para mirarlos, y es nuestro Espacio Zoom y vamos cambiando su contenido progresivamente.

Otra de las salas nos espera  

La sala del Azar tiene una ambientación como kermés con muchos colores. Esto, la idea de hablar de azar, de probabilidad y de juego, qué es, y uno siempre piensa en dados, es un poco que nos fue llevando a una estética que es como la de una feria multicolor. Llegamos a un módulo interactivo que nos gusta a todos que es la música del azar donde dice “Componé un vals junto a Mozart”. Esto está basado en una historia real que cuenta que dos años después de la muerte de Wolfgang Amadeus Mozart se encontraron dos tablas con ochenta y ocho compases distintos cada una. Los compases, Mozart los dispuso en columnas y lo hizo porque en esa época en las familias aristocráticas el azar estaba muy de moda como esas mesas de juego. Lo hizo planteándose si alguien que no supiera nada de música podría componer un vals. Ese fue el disparador que él encuentra para armar esto que es esencialmente una máquina maravillosa que nos permite componer un vals. El juego consistía en sumar las caras de dos dados cuando se tiraban y ahí se determinaba el compás. Aquí nosotros lo que hicimos es reemplazar el proceso de tirar los dados por el de la propia elección del visitante. En total escribió ciento setenta y seis compases. Y lo más impactante es que la cantidad de combinaciones al tener once filas y dieciséis columnas nos dice que si escucháramos un vals detrás de otro sin parar tardaríamos cuatro veces la edad del universo con lo cual la probabilidad de que el vals que armaste sea la primera vez que se escuche como una ópera prima y esa probabilidad es altísima y que el mismo Mozart no haya escuchado nunca ese vals y solo armó los compases. Una historia que no deja de maravillarme y que hicimos con la colaboración de la Universidad Maimónides que trabajaron con el área de música y grabaron los compases individualmente con la orquesta. Suena a Mozart y Mozart es insuperable.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Guadalupe Díaz Costanzo

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