Desde siempre, desde chico. En mi pueblo santafesino, Humboldt, en el cementerio las tumbas del sector evangélico estaban escritas en alemán. En cada una de ellas yo leía las palabras “geboren” y “gestorben” seguidas cada una de una fecha. Intuía que necesariamente debían significar “nacido en tal fecha y muerto en tal otra fecha”. Pese a que había un entorno alemán muy fuerte, no tuve la suerte de criarme en un ambiente donde se hablara la lengua, que es el modo más natural y fácil de aprender un idioma. Un niño, en un ámbito plurilingüe, puede ir aprendiendo varios idiomas a la vez sin problemas. Desafortunadamente no fue mi caso. Iba incorporando, sí, vocablos o expresiones que escuchaba corrientemente. Una hermana mayor me cuenta -eso yo no lo recuerdo- que ella memorizaba algún poema que debía aprender en francés para la escuela secundaria, yo la perseguía preguntándole qué estaba repitiendo, la imitaba y terminaba recitándola completa. Quizás eso queda registrado inconscientemente en la memoria. También te puedo decir que tenía el ejemplo de mi papá, que era español por nacimiento, pero que se las arreglaba para chapurrear cuanta palabra aprendía en alemán, italiano o en valesano, al que se llama también suizo-alemán. Para él era una preocupación no entender y le daba valor a los idiomas. Y además, en una amplia región del país, en la que incluimos la nuestra, estamos expuestos a escuchar y conocer varias lenguas por la presencia de distintas comunidades de origen europeo y si se presta atención, eso va influyendo también.
¿Hay una predisposición innata para aprender varios idiomas extranjeros?
Entiendo que se aúnan tres factores: una predisposición innata de gusto por los idiomas y una facilidad para la adquisición de los conocimientos. Pero hay que agregar la dinámica que exige su estudio. Horas y horas de práctica escrita y oral. Recuerdo el tiempo que me llevaba conseguir un sonido lo más cercano posible al original, a veces incluso frente al espejo. Pero este esfuerzo redunda luego en un rédito incomparable: es muy gratificante que te confundan con un hablante nativo y eso me ocurrió varias veces. Otra cosa que hacía en aquellos años jóvenes: iba al cine a ver una misma película muchos días seguidos para memorizar e imitar parlamentos, munido de una libretita que tenía encubierta en la penumbra y anotaba vocabulario nuevo. Esas locuras de juventud que no repetiría. También era de utilidad el intercambio de correspondencia juvenil estudiantil. Pensar que con la tecnología actual, lo que te cuento parece prehistórico. Ahora todo está al alcance de la mano en los buscadores de Internet.
El primero que abordé por inquietud
Ya instalados en Rafaela -yo tenía ocho años-, poco a poco fui descubriendo cada institución que enseñaba un idioma y allí iba en busca de información. Debo agradecer que la ciudad ofrecía una amplia oferta de posibilidades a través de la cual pude canalizar cómodamente esta afición, con profesores de primer nivel en institutos serios y donde las cosas se hacían con mucho amor y con conocimiento pleno del idioma. También puedo decir que, sin dudas, el cine marcó mucho a nuestra generación; ver películas era un incentivo para oír lenguas diversas y permitía acercarse a culturas a veces tan lejanas. El primer idioma que estudié sistemáticamente fue el francés, que me tocó en suerte en la secundaria. Paralelamente lo comencé a profundizar en la Alianza Francesa. En su momento el francés ocupaba un rango preponderante que lamentablemente fue decayendo. No obstante sigue teniendo una jerarquía intelectual incuestionable.
Criterios tenidos en cuenta cuando elegí cada uno de los idiomas
Después del francés, en los años inmediatos fui incorporando el italiano y el portugués. Cuando se empieza a dominar un idioma, aprender otros se hace más accesible. El inglés o el alemán los intercalaba como podía, según daban los tiempos. Estos dos idiomas tienen un parentesco, ya que el tronco común las remite a las lenguas germánicas y también ambas sufrieron influencia del latín, por la expansión del Imperio Romano que también había alcanzado los territorios de esos países. Hay un buen número de palabras en inglés o alemán afines al español. Eso facilita un aspecto de su aprendizaje. Me hubiese gustado incursionar en el árabe, el ruso o el japonés, pero en aquellos años no había quién los enseñara, así que me contento con saber algunos giros o expresiones, nada más. Ya no los estudiaría a esta altura de mi vida, pero tengo la certeza de que si estuviese obligado a vivir en cualquier país cuya lengua estuviese muy alejada de la nuestra, la aprendería rápidamente.
Lo que aprecio de cada uno de esos idiomas
A mi entender, el francés es la lengua literaria y culta por excelencia. Asimismo es muy interesante el concepto de francofonía -países donde se habla el idioma francés-, ya que ello abarca un amplio abanico de países cada uno con una idiosincrasia propia y entonces, a través del francés, podés instalarte cómodamente y bucear en esas otras culturas, Canadá, Bélgica, Suiza, el Africa negra, el Magreb, Haití… El portugués tiene la ventaja de ser el más parecido al español y geográficamente es el más próximo a nuestra realidad. No es difícil aprenderlo aunque tiene una dificultad: está plagado de lo que se llaman “falsos amigos” -palabras iguales o muy parecidas entre dos lenguas afines pero que difieren en su sentido-, ejemplo: “apelido” en portugués significa sobrenombre y “sobrenome” es el apellido, en Brasil mi “sobrenome” es Soto y mi “apelido” es Rafa; a un cepillo se le dice “escova” y escoba en portugués se dice “vassoura”, y así ad infinitum. Hay que tener mucho cuidado al emplear las palabras porque pueden darse situaciones desde graciosas a ofensivas. Pero también es divertido profundizar este aspecto del idioma. El italiano es una hermosa lengua: transmite una inexplicable alegría, es apto como para jugar un paso de comedia, con la gestualidad significan mucho. Los italianos, en general parecen no tener un apego exagerado a los compromisos y entonces hablar su idioma nos devuelve nuestro propio espejo de pícaros y nos cae simpático y empático. Te diría que me siento italiano por adopción y cuando en un acto se canta el himno nacional de Italia, es en el único caso en que me brota espontáneamente acompañar el canto. Supongo que es por haber crecido en un entorno marcadamente itálico, ya que no tengo ascendencia italiana. El alemán es un idioma lógico, concreto. Parece inabordable, estudiarlo es un desafío, no se lo domina nunca totalmente, es “indomable”, más bien él te domina a vos. ¡Aún hoy lo sigo estudiando! La pronunciación no es una valla, el vocabulario da una cierta aprensión por la longitud de algunas palabras, pero no es para tanto, es solo la yuxtaposición de dos o tres términos en uno solo, de allí mana la conocida humorada “subanestrujenaprietenbajen” por ómnibus, vocablo que obviamente no existe. La que es complicada pero apasionante es su gramática. Es un arcano que hay que develar con mucha paciencia y ejercitación. Hay que meterse en su “jungla de declinaciones”, y eso dice Borges literalmente en un poema que le dedica al idioma alemán. Su pronunciación suena rotunda, seca. Aunque se esté diciendo un chiste parece siempre un reto, una admonición. Un simple y enfático “Ichliebedich, mein Herz!” -te amo, mi corazón- puede sonar imperativo a nuestros oídos. Es verdad que se creó un estereotipo a través del cine de guerra, por eso suena como autoritario. Oyendo dialogar a los alemanes, parece que discuten o pelean y luego pueden despedirse a las risotadas. Del inglés huelga que diga nada; a mis propios alumnos de otros idiomas siempre los alenté diciéndoles que era imprescindible que lo estudiasen en primer lugar y luego agregaran otras lenguas. Con fines absolutamente prácticos, es por donde se debe empezar, su vinculación con el universo laboral, de la tecnología y de la informática lo convierte en ineludible. Yo lo estudié por gusto pero también por necesidad. Sigue siendo, desde hace mucho una lengua universal, la lingua franca que todos adoptan y comparten, como ocurría con el latín, en la Antigüedad. Nos entendemos hablando todos en un mismo nivel standard del idioma. Es el comodín para comunicar con gente de cualquier nacionalidad, con los orientales, por ejemplo. Aunque, en lo posible, a cada extranjero le encanta que se le hable en su propio idioma. Otra cosa que solemos hacer con el inglés es marcar una diferencia entre el inglés americano y el británico, que es mucho más claro a nuestros oídos y suena más refinado. ¡Pero es siempre la misma lengua! Igual que el español de España y el que hablamos nosotros. Y todos, todos los idiomas, son apasionantes por la literatura que vehiculan. Obras geniales que nos acercan mundos riquísimos, nuevos, inesperados… Aunque, no considero esencial leer un libro en su versión original. Sonaría presuntuoso decir eso, además no es fácil conseguir las ediciones, y no hace falta, ya que en general hay muy buenas traducciones a nuestra lengua.
Dedicarle tiempo al latín
Debería estar en la base del estudio de cualquier idioma, ser el esqueleto. En forma sistemática, lo estudié en el primer año de la carrera Profesorado de Castellano y Literatura, pero me es familiar desde siempre ya que me interesa mucho la etimología: es atrapante conocer el origen y evolución de las palabras. El latín se asienta en la cuna de nuestra civilización; también tiene una larga tradición en nuestra propia historia, desde el siglo XVII. Tenía carácter oficial dentro de la Iglesia católica romana y pensemos también en los Jesuitas. Desde épocas del Virreinato, la diferencia capital entre los instruidos y quienes no lo eran la determinaba el latín. Los jóvenes criollos de las clases acomodadas recibían una formación en latín, tanto en la Universidad de Córdoba como en la de Buenos Aires. Los cursos se dictaban en latín, lengua que los alumnos debían emplear para responder en clase y para participar en los múltiples estilos de debates académicos. Inclusive, hasta el siglo XX, el latín formaba parte de los programas de bachillerato en Argentina, en nuestro Colegio Nacional local, por ejemplo. Y aún hoy, en el Colegio Monserrat en Córdoba y en el Nacional de Buenos Aires, la enseñanza del latín y la cultura latina siguen teniendo un espacio importante dentro del plan de estudios. Sería indispensable conocer el latín para entender a fondo nuestra lengua y la cultura que hemos heredado y porque desmenuzar la etimología de las palabras favorecería ahondar en la raíz de nuestra propia esencia. Creo que no es casual que a lo largo de las épocas su implementación siempre haya encontrado resistencias -como diría Julián Marías, “casi siempre fomentadas, planeadas…”- para vaciamiento de las mentes.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Rafael Soto
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