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Información General Lunes 21 de Noviembre de 2022

“Sólo decirle: papá, te quiero”

La simple y emotiva historia de Edelveis Picatto, una hija que volvió para cerrar un inmenso capítulo de su vida en la niñez y adolescencia. Su madre fallecida en plena juventud, al cuidado de sus abuelos de los 3 a los 5, y su paso de doce años en el Hogar del Niño y todas las experiencias allí vividas. Una necesidad imperiosa de decir lo que siente. Su padre fue Alivio Picatto.

REDACCION

Por REDACCION

Por Edgardo Peretti

Mayo de 2013. Los restos de José María Gatica son llevados a su Villa Mercedes natal. Allá, en la provincia de San Luis lo espera su monumento y los honores a medio siglo de su muerte. Su hija María Eva (ahijada de Evita) supervisa el traslado. Algún pretendido iluminado del micrófono le pregunta -con evidente mala leche- como era su padre. “Tenía muchos defectos”, responde con serenidad la mujer, ya adulta. “Pero era mi papá”.
Noviembre de 2022. Estoy en una mesa de la confitería “Amelia Café”, en el Hotel Toscano. A la hora señalada, en el lugar justo. Me acompaña mi hermano del alma Titi Moreno. Ubico a la mujer en la otra mesa, nos saludamos, y la invito a una más tranquila.
Se llama María Edelveis Picatto, nació en 1960, en la intimidad le dicen “Veis” (o al menos así me suena), es madre de Gonzalo y Natalia y orgullosa abuela de Celina y Santiago. Reside en Buenos Aires, ciudad a la que emigró cuando tenía 17, merced al cobijo de unos tíos trabajó y formó una familia. Después de muchos años, hace algunas semanas volvió a Rafaela a … ¿cerrar una historia? ¿O a vivificarla?
Me cuenta su vida. Y me autoriza a contarla, lo que agradezco, aunque adelanto que será tan respetuoso como pudoroso soy con las dignidades, especialmente cuando son ajenas. Estar de este lado del teclado no otorga impunidad, sino obligación de responsabilidad, como decían los maestros.

VIVIR EN EL HOGAR
Una breve sinopsis de tiempo nos ubica en la localidad de Vila a principios de la década de los sesenta donde el matrimonio de Alivio Picatto y Nilda Alessandrini vive en humildes condiciones con dos hijos, la mayor de tres años: Edelveis. A los 27, en plena juventud, la vida se lleva a su madre por lo que la niña – ante la imposibilidad del cuidado de su padre- pasa a vivir con sus abuelos paternos y su hermano, de pocos meses, con los maternos en la localidad de Santa Clara de Saguier.
Por razones que desconoce, aunque no es difícil de imaginar, por una decisión judicial, pasa a ser alojada en el Hogar del Niño “Don Orione” de la ciudad de Rafaela, con la tutoría de las religiosas y con el permiso a su padre para visitarla.
Es preciso detenernos aquí, aunque volveremos. Hay una pausa para desahogar la emoción y las lágrimas. Esta mujer que está delante de mí volvió a la ciudad y se reencontró con sus amigos, aunque también con notorios fantasmas de todo tipo que nos cuenta en su sinceridad, pero que guardaré por respeto.
Su padre, Alivio Picatto era un changarín que tanto trabajaba como peón en la construcción, como cortando pasto o lavando autos; todo lo que sea posible, pero no sólo para sobrevivir sino para poder entregarle a su hija un dulce a su hija cuando la llevaba a pasear el domingo (día de visita) al viejo parque de Tucumán y Santa Fe, donde le compraba un chupetín de cincuenta centavos, aunque todos los días pasaba a verla.
El escritor y artista local Oscar Pautasso lo define en su libro “Personajes, Anécdotas y recuerdos”, como un “tipo muy trabajador y pintoresco que un día llegó de Vila”, y le dedica una página.
Edelveis recuerda – sin dejar de lagrimear-que a ella no le gustaba que su padre la busque, que no quería verlo. Que no lo quería. Este, quizás, es el mayor de los pesos (o mochila, como dice) que trata de enfrentar ahora. “Sólo quisiera decirle: papá, te quiero”.
Picatto fallecería en 1983 a raíz de sufrir un accidente de tránsito. Sin familia y en la soledad del hospital. Algunas crónicas de la época reflejarían en la mención el luctuoso hecho.
Volvamos a la vida en el Hogar. Todas las nenas concurrían a la Escuela Alberdi para la instrucción primaria y a la Normal en la secundaria. La niña se convierte en adolescente y, a la manera que le permitía su condición, se relaciona con amigos y amigas. Esos mismos que hoy reencuentra y la abrazan.
Pero tenía que dejar el lugar por su edad. Es allí que consigue contactarse con algunos tíos por parte de su madre que viven en la gran Capital y allí se va. Comienza una nueva vida y ya nunca volvería a ver a su padre.
Debe saber el lector que a este escriba se le hace difícil, pese a la vaquía que otorga la edad, traducir tanto dolor y situación. Esta mujer no busca dar lástima (aunque algunos detalles dan para variadas definiciones al respecto). Agradece a la familia del doctor Engler por su ayuda, arma su grupo de “wps” con compañeras del hogar y hasta una de ellas nos acompaña.
Nos muestra algunas fotos, de las pocas que tiene. En una, con su papá, en una toma “de estudio” (que ilustra esta nota) a los 8 años, otra del casamiento de sus padres y otra con las nenas en el Don Orione en una escalera, todas tan iguales, todas tan solitas, el mismo vestidito, idéntico corte de pelo, padeceres diferentes aunque parecidos, y la inocencia que por entonces no escatimaba sonrisas.
“Yo no reclamo nada. Mi viejo me quería a su manera, con sus defectos y su amor. Y yo no lo entendía. Y hoy me gustaría tenerlo enfrente para poder decírselo”.
Se hace una nueva pausa. Surge un silencio intenso. Guardo el anotador que me sirve desde hace tanto, aunque la birome “BIC” punta gruesa está jubilada sigue fiel. Marina Bertone, que nos acompaña e hizo posible el encuentro, aporta algunas palabras.
Fin de la charla. Hablamos de la vida, de los hijos, de los nietos y del futuro. Quizás Edelveis pueda comenzar a guardar su pasado en el lugar que se merece.
Creo que la mochila ya la descargó.

Nota del autor: No tengo por costumbre dejar pasar las sensaciones, especialmente aquellas que aportan notas como esta. Tampoco de ignorarlas, pero trato -en lo posible- de sacar una enseñanza. Con este caso, me quedaré con una sola: ni la biología ni el sufrimiento pueden con la fuerza del amor, del cariño o como se lo llame. Tampoco con el valor de asumir lo que alguna vez consideremos errores. Gracias, Edelveis por permitirme sentir tu historia de valentía y amor.   

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