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Información General Martes 20 de Septiembre de 2022

Recordando a las antiguas farmacias (Cuarta parte)

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REDACCION

Por REDACCION

POR PEPE MARQUÍNEZ

Las farmacias vendían pastillas y golosinas; las primeras fundamentalmente se relacionaban con sabores tales como: menta, mentol, anís, eucalipto, peppermint e hinojo.
Encontrábamos por ejemplo las refrescantes pastillas de goma azucaradas y los caramelos “alpinos”, ovalados, de color oscuro; su nombre evocaba un paisaje alpino, fresco, mezcla única de hierbas.
Se comercializaban además los caramelos “½ hora”. Aún hoy se expenden. Se lanzaron a la venta en 1952 y tienen un sabor derivado del anetol, un producto proveniente del extracto de anís y se elaboraban con regaliz, condimento de gusto anisado.
El origen del nombre de estos caramelos es dispar: hay quienes sostienen que se debe a la circunstancia de que duran ½ hora en disolverse en la boca, pero otra versión lo atribuye al hecho de que ½ hora antes de retirarse de la fábrica, los obreros limpiaban los restos de melaza de las máquinas y con ello se elaboraba el producto.
Se atribuía su invención a un asturiano llamado Rufino Meana quien en el año 1938 abrió una fábrica de golosinas en Chacarita, luego trasladada a Uribelarrea, partido de Cañuelas. En 1960 Meana murió y fue adquirida por diversos dueños sucesivamente. Esta es la historia sucinta de los caramelos ½ hora.
Entre las pastillas lucían las “Renomé” y la propaganda anunciaba “Para verla contenta, cómprele Renomé de menta”, pero también estaba la competencia: las pastillas “Trineo” “para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero”. Las farmacias también expedían las D.R.F de peppermint, anís, mentol, limón y naranja (5 gustos). Se afirma que la marca de fábrica obedecía a las iniciales del propietario: Don Rodrigo de la Fuente. Se inició en 1914.
Quién no recuerda a las famosas “Volpi”, “las más agradables al paladar” y las pastillas medicinales “Valda” (entre pecho y espalda tome pastillas Valda).
En cuanto a los caramelos, eran muy conocidos los Mú Mú, cuya fábrica se encontraba ubicada en Avenida del Libertador al 8200 de Buenos Aires; era de propiedad de la familia Groísman. Fue fundada en 1923. El 7 de julio de 1949, por no aportar fondos a la Fundación Eva Perón, fue clausurada por espacio de tres años y medio. La empresa fue perseguida, su producción decomisada, la marca de fábrica desacreditada, todo con argumentos falaces. Por aquel entonces se desempeñaba como Ministro de Salud de la Nación, Ramón Carrillo, reconocido antisemita. El “pecado” de los Groísman era pertenecer a una familia judía. Para destrabar la interdicción fue menester que la empresa aportara el 2 % de su facturación destinada a la mencionada fundación. Por fin, Mú Mú luego de haberse transferido en dos oportunidades fue cerrada. Corría el año 1983. Tras de ello, desapareció la magia de aquellos caramelos que supimos saborear en nuestra añorada niñez.
También se acudía a las farmacias en búsqueda del “chocolatín” Milkibar, blanco, con etiqueta amarilla y letras azules, y ni que hablar del maní con chocolate, caja amarilla del cual disfrutábamos en las funciones de cine de los domingo a la tarde.
No podemos dejar de mencionar a los famosos “Chiclets Adams” (“quitan la sed y que ricos”) que se presentaban en cajitas de 2 y 10 unidades, de color amarillo (menta), azul (mentol) y rosado (tutti frutti). El creador fue Thomás Adams en 1899. Se las encuadraba como “pastilla masticable aromatizada y que no se traga”.
En materia de hojas de afeitar encontrábamos “Legión extranjera” y “Gillette” cuyo inventor fue King Camp Gillette (1901). Se la define como cuchilla de afeitar descartable. Con Gillette también se produjo la lexicalización de la marca de fábrica. A toda hoja de afeitar sea la marca que fuere, aún hoy, se la llama Gillette.
Con motivo de la epidemia de parálisis infantil (virus que ataca al sistema nervioso) y que azotó a nuestro país en 1956, a los niños se les colgaba una pastilla de alcanfor en una bolsita blanca o bien se la abrochaba con un alfiler de gancho a la camiseta. El alcanfor se adquiría en las farmacias y se lo usaba para combatir la tos, el catarro, debilidades de las extremidades inferiores, como antiséptico y dolores musculares. Eran muy perfumadas y agradables al olfato. Se registraron 6500 casos y se contabilizaron más de 600 muertos. En muchas ocasiones dejaron secuelas. El pánico irrumpió en la población, se pintaron de blanco los cordones de las veredas, los troncos de los árboles y se usaba lavandina a troche y moche. Afortunadamente el médico estadounidense Jonas Edward Salk creó la vacuna específica y el facultativo polaco Alber Sabín la perfeccionó. El Estado adquirió gran cantidad de pulmotores y la vacuna que era oral se suministraba con un terrón de azúcar, dado lo amargo de su sabor. Ninguno de los nombrados recibió el premio Nobel. Una injusticia.
Continuará.

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