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Información General Martes 25 de Mayo de 2021

Los fantasmas de la Placita Honda

CUENTOS PARA LEER EN CUARENTENA

Agrandar imagen IUSTRACIÓN O. PÉREZ MANASSERO// CUENTO. Dos fantasmas y la muerte, protagonista de una aventura en la Placita Honda.
IUSTRACIÓN O. PÉREZ MANASSERO// CUENTO. Dos fantasmas y la muerte, protagonista de una aventura en la Placita Honda.
Orlando Pérez Manassero

Por Orlando Pérez Manassero

Mirá que le dije: el fantasma de la Placita Honda no existe. Creo que dos veces le canté la justa al “Bocha”, mi hermano menor. Pero él me insistía con aquello de que el Beto Busatto le contó al “Rengo” que lo había visto y que después el “Rengo” se lo contó a él con pelos y señales. Me decía que según su relato el fantasma que vio el Beto Busatto era alto, flaco, todo blanco y no se movía, solo lo miró por dos agujeros oscuros sin ojos - que era lo único que se veía de su cara - y con voz cavernosa le pidió “dejame un peso p´al vino o me llevo tu alma al infierno”. Le dije, escuchame “Bocha”: cómo un fantasma que no tiene boca va a tener sed y va a estar pidiendo “p´al vino”. No te das cuenta que ese muerto debe ser un vivo. Pero no hubo nada que hacer, todos los días, apenas bajaba el sol, ya no se veía un alma alrededor de la Placita Honda y menos cerca del monte de paraisitos del camino perdido. El “Rengo” y el “Bocha” se refugiaban en la cocina de casa y me decían que era para escuchar el “Glostora Tango Club” y los “Pérez García”… pero después me tocaba a mí acompañar al “Rengo” la media cuadra que había hasta su casa. No, me dije, esto tiene que terminar. Me senté en la vereda a fumar un pucho y pensar. Eso de pedir “p´al vino” me hizo llegar a suponer quién podía ser el falso fantasma. El “Flaco” Fiordetti haría cualquier cosa por disponer de una o dos botellas de tinto Chapanay y como no era un muchacho con muchas ganas de trabajar que digamos siempre andaba seco y con sed. Y al fin me convencí nomás que el “Flaco” era el fantasma en cuestión. Entonces imaginé un plan; iba yo a correr al aparecido usando en su contra el mismo miedo que provocaba en los demás. Me conseguí una sábana vieja, le hice los agujeros para los ojos remarcándolos alrededor de negro con carbón y esperé el sábado. Es que para ese fin de semana habían anunciado baile en Independiente y después de medianoche pasarían por la calle Alighieri algunos milongueros volviendo a sus casas y eso sería seguramente aprovechado por el fantasma. Y así fue; temprano me escondí debajo de los paraisitos entre los tupidos yuyales del camino perdido y aguardé. Mi pálpito fue certero; poco después de la medianoche vi llegar al “Flaco” con su disfraz bajo el brazo y tomar posición en un recoveco cercano a la calle. Al rato se colocó la sábana y allí fue cuando me puse de pie y agitando la mía grité: “¡Fiordelli, ahora vas a morir de verdad!”. Se dio vuelta de un salto pero, en vez de salir corriendo como yo pensaba que haría, se quedó petrificado mirándome. Volví a gritar y el comenzó a hacer señas como señalando algo detrás mío. Para qué me habré dado vuelta, ¡que los tiró!... pocos pasos detrás de mí flotaba en el aire, iluminada, ¡la propia muerte con guadaña y todo! No sé quien empezó a correr primero pero creo que dos segundos después me vi disparando por la vereda de la Placita Honda apenas unos trancos detrás del “Flaco” Fiordelli… yo a mi casa y supongo que el “Flaco” a la suya. Por un tiempo no quise saber ni hablar de fantasmas. Todos los días, a la tardecita, me guardaba junto al “Bocha” y el “Rengo” para escuchar los programas de radio El Mundo empezando por Blanquita y Héctor en “¡Que pareja!” hasta el último “Reporter Esso” de la noche.

Pasaron unos meses y en uno de esos mediodías de asado con amigos en el que corrió bastante el vino tinto, se me ocurrió contar esta historia y fue impresionante las caras de quienes rodeaban la mesa porque les aseguré que había visto a la propia muerte revolotear sobre nosotros quizás buscándonos porque se creía burlada por dos fantasmas de mentirita. En ese momento una sonora carcajada nos sobresaltó a todos; venía del fondo de la galería. ¡Vaya susto!... pero era el Beto Busatto, el asador, que frente a la parrilla se desternillaba de risa. Y allí me enteré entonces del verdadero final de esta historia. Aquella noche el Beto, que había llegado a la misma conclusión que yo respecto a la posible sociedad entre el fantasma y el “Flaco” Fiordelli, decidió espantarlo dándole su propia medicina. ¡Igual que yo! Pero él sí que tuvo éxito, y vaya si lo tuvo; en lugar de un fantasma salieron dos corriendo como locos. Y eso sucedió después de que el Beto enarboló en la punta de una caña el disfraz de muerto que había usado en el baile del último carnaval del Club Juventud, eso sí, bien iluminado con la linterna de cinco pilas de su viejo. Lo perdoné al “Beto” porque desde aquella noche - y hasta hoy - nunca más apareció un fantasma en la Placita Honda.


 

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