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Información General Jueves 7 de Julio de 2022

La vida y el tango siempre esperan

A lo largo de los tiempos el destino siempre hace de las suyas y escribe letras y escenas que son parte de la vida y después la cuentan los tangueros. Carlitos, Astor, Pichuco, el Polaco y el inolvidable “Estaño 33”.

REDACCION

Por REDACCION

Por Edgardo Peretti

“¿Querés hacer una nota de tango?. Andá a verlo a Guillermo Rico que actúa en Estaño 33 esta noche y sacale jugo”.
La sugerencia/indicación venía de Roberto Actis, por entonces Jefe de Redacción de LA OPINION y tenía por objeto cubrir la presencia de un referente de la música tanguera y del cine como lo era Guillermo Rico, que esa noche (sábado, obvio) cantaba en la tanguería “Estaño 33”.
El referido espacio no era otra cosa que los “altos” de la confitería “Munich”, en calle 25 de Mayo, frente a la plaza, espacio que gobernaba la familia Pasamonte y que contaba entre sus ofertas el boliche “Melody” en versión verano (en el patio) e invierno, en el primer piso. Allí, Eugenio Morbidoni, Ubaldo Magliaro y otros noctámbulos cultores del 2x4 habían armado un local para el rubro.
Era invierno y me fui caminando, cruzando la plaza “25” y tratando de pensar qué le iba a preguntar a un prócer como Guillermo Rico al que sólo conocía por haberlo visto en la novela “Rolando Rivas, Taxista”. No era cuestión de pasar vergüenza. En esos gélidos trescientos metros me acordé de lo que nos enseñara nuestra profesora de Educación Musical en la Normal, la señora Lilian Báscolo de Borgogno.
Esta gentil mujer nos permitía (y enseñaba) escuchar folclore y tango, con aportes suyos y dejándonos la posibilidad de llevar nuestros discos de vinilo (N. de la R. para jóvenes: especie de CD de importante tamaño, etc., etc.). Así, alguien aportó algo del “Cuarteto Zupay”, otro de unos melenudos rockeros que se hacían llamar “Sui Generis” y hasta un disco de un tal Astor Piazzolla. La verdad, pocos le auguramos éxitos a estos tipos, pero la querida Lilian (mi recuerdo y un beso para su otoño) decía que “no se apuren. La vida siempre los espera, especialmente con la música y sus gustos”.
Cuánta razón tenía esta mujer. Claro, esto lo digo, medio siglo después.

El Polaco, el Polaco…
No me fue mal con Rico. En un momento le pregunté por quién consideraba como el mejor cantor de tangos y no lo dudó: “El polaco”, contestó su hesitar.
Esta misma pregunta la vengo haciendo a cada tanguero (músico, cantor, director o compositor) desde hace más de cuarenta años. Y la respuesta es siempre la misma.
La picazón de la curiosidad me hizo leer una extraña parábola muchos años después. En la misma se armaba una especie de escala de hitos de la música nuestra con cuatro puntas: Carlos Gardel, Astor Piazzola, Aníbal Troilo y Roberto Goyeneche.
El hilo conductor es el siguiente. Cuando Gardel se bañaba de éxitos y fama en Nueva York (poco antes de morir) se le acercó un pibe argentino, hijo de ocasionales migrantes marplatenses. El joven tocaba el bandoneón y de a poco se integró a la vida artística del inmenso morocho. Este, incluso, le consiguió un papel de canillita en la película “El día que me quieras” filmada en la gran manzana (una foto lo documenta) y lo quiso lleva a su gira por América como músico, pero su madre y los sindicatos mafiosos que controlaban el rubro no lo dejaron. Hubiese muerto en Medellín.
Vuelto a Buenos Aires, el gran Astor terminó siendo arreglador de la orquesta de Troilo, el único que se atrevía a efectuar correcciones en las composiciones del “Gordo” y en hijo postizo y protegido de este y su esposa Zita, que no tenían propios. De los cuatro bandoneones que tenía AT, uno fue para Rubén Juárez (el blanco), otro para Osvaldo Piro y un tercero para Piazzolla. Los fundamentalistas de entonces se querían cortar las venas con la partitura de “Quejas de bandoneón” (¿qué otro tango podía ser?) porque no conocían - ni sentían- la historia.
Roberto Goyeneche, mucho más joven que ambos llegó a la fama eterna de la mano de los tangos de “Pichuco”. Su estrella era inalcanzable para el resto. El artista, que había escrito “Responso” el día que murió su amigo Homero Manzi no tuvo otra despedida que el gemir lastimoso de sus fueyes en mayo setentista.
Qué cosas que tiene la vida. Cuántas cosas que cuenta el tango. El “Gordo” sea apagó sumido en sus nostalgias en 1975 (con 61 años), Astor Pantaleón Piazzolla en 1992 (71 pirulos) y Goyeneche en 1992 (68).
Todos con mucho para dar. Todos habiendo dando mucho. Los tres con más noches que la luna. Eternos y en la piel de “tu ronca maldición maleva”, como asegura la letra de “La última curda”.
En algún sitio, en algún plano, en el medio de cada “fueye” habitará su alma y su fama y su ejemplo de la gran lección de vida: el tango siempre te espera.
Mientras el almanaque se lleva a los tangueros y pasan los años volví a sentir invierno en la plaza principal de mi pueblo. Allí percibí que si bien se renueva el arte a cada instante, la respuesta es siempre la misma “¿El mejor? El “Polaco”, sin discusión.

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