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Información General Jueves 14 de Abril de 2022

La ventana de la vuelta

Hacía un largo trecho que no volvía a mi escuela Normal, más de veinte años desde la última vez; sin explicaciones ni excusas, solo hechos concretos.

FOTO D. CAMUSSO
FOTO D. CAMUSSO
FOTO D. CAMUSSO Crédito: SALÓN DE ACTOS. Reunió a ex alumnos, ex docentes y también estudiantes de hoy día. Foto 1 de 2
FOTO D. CAMUSSO
FOTO D. CAMUSSO Crédito: CREADORA DEL BANDERÍN. Inés Grande, Analía Aschieri y María Lidia Cordero junto a la directora en la actualidad, María de los Milagros Garetto. Foto 2 de 2
REDACCION

Por REDACCION

Por Edgardo Peretti

La vida es una inmensa sucesión de ventanas que se abren a cada instante, pero que no tienen el mismo ritmo para cerrarse. Uno aprende, con el almanaque en la mano, que todas las decisiones requieren de voluntad, circunstancia y destino. A todas estas cosas hay que ayudarlas.
Hacía mucho tiempo que no hacía una cobertura. Demasiado, hay que decir. También hacía un largo trecho que no volvía a mi escuela Normal, más de veinte años desde la última vez; sin explicaciones ni excusas, sólo hechos concretos.
Dejo en claro que los nombres que los ministros, autoridades o burócratas de turno impongan a mi escuela no me interesan. He soportado críticas en otro tiempo y nunca renuncié a ese derecho que me cabe por ser parte de esa historia. Es “la” Normal.
La oportunidad que me brindó el destino la disfruté como pocas cosas en la vida; los años te quitan alguna fuerza física aunque jamás te matan el ideal. Pero confieso, sin pudores, que hice trampa. Fui el día antes.
El martes me devoré de un bocado todos los recuerdos juntos. Todo muy fuerte; fui a la dirección donde la querida Noemí P. de Benetto me llamó en abril de 1976 para contarme algunas cosas (y le hice caso), caminé por el hall principal, miré las escaleras pero no subí, me asomé a los patios, dejé correr la yema de mis dedos por los relieves de madera de los pizarrones cercanos y amagué con mirar el salón de actos. El piano, viejo y querido, era el único testigo, aunque luego reparé en los bancos y las mismas gradas de madera. Eran los mismos; me reconocieron y me recordaron viejos tiempos de bullicio y salvaje ansias juveniles.
Antes de irme, me asomé a la portería, donde tantos secretos guardamos, y le dejé un mensaje a Gaido, a Capella y a la portera Rosa. Les dije que volvería al día siguiente. Y lo hice, pero esta vez más en tono formal. El joven inquisidor de otrora era ahora un hombre grande, de traje gris y “Parker” en la mano en lugar de la vieja y querida “Bic” (punta gruesa). Pero las almas siempre superan a la lógica. Me volví a beber sin pudores los vientos de la nostalgia; fui al ahora invisible teléfono público y esperé la llegada de mis profesores; estaban Raquel Negro y Marta Gino, pero por la otra escalera venían bajando la inolvidable presencia de Alfredo Pfaffen, “Lito” Negro, Ana María Cardoni y Remo Acastello. Si. Estábamos todos y al final nos sacamos la foto con Analía Aschieri y Atilio Pignoni, y cada uno se llevó – como yo- un paquete inmenso de recuerdos.
Cerré una ventana en mi vida. No del corazón, tampoco de evocaciones o recuerdos. Me llevé mis raíces, las mismas que había plantado hace medio siglo en el mismo lugar. Ahora ya se que no tengo obligación de volver por mi alma. Tampoco si lo haré.



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