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Información General Lunes 11 de Diciembre de 2023

La medicina y el médico

En el marco del Día del Médico, que se celebró el 3 de diciembre, la Dra. Cecilia Ercole recuerda amorosamente a su padre, el Dr. Elido Ercole, con una columna que él escribió para LA OPINIÓN.

REDACCION

Por REDACCION

Por el Dr. Elido Ercole

Desde hace unos seis mil años en la historia de la humanidad, siempre ha existido en algún lugar de la Tierra, dos hombres, uno frente a otro, solos. Aun si estuvieran rodeados de otras gentes, lo cierto es que seguirían solos, en la séptima soledad de su misteriosa relación. Uno de esos hombres está enfermo, algo le aqueja o duele. El otro sabe cómo aliviarlo. El paciente a través de los siglos no ha variado: su naturaleza ha sido siempre la misma. Con contraste, ha cambiado el otro hombre, en su saber, su técnica, su situación, ya que no en su propósito curativo ni en su ética humanitaria. En todos esos siglos no se ha modificado el paciente, sino el médico y con él la Medicina.
Las principales enfermedades en tiempos de Hipócrates fueron sobre todo infecciones, traumatismos o males respiratorios. En la Edad Media enfermedades colectivas como la peste; en El Renacimiento enfermedades individuales como la sífilis; en el Barroco enfermedades de contraste como la gota, la desnutrición; en nuestro tiempo son dominantes el "stress", las enfermedades mentales, cardiovasculares y degenerativas, pero, básicamente males similares han afligido al hombre a través de toda la Historia.
El cambio radical y dramático se ha producido en el médico y en la Medicina, en el arte y ciencia de curar, sus instrumentos y técnicas, sus medicamentos y sus relaciones con la sociedad en que se desarrolla, del mismo modo que ha cambiado la actitud de la sociedad frente al paciente.
La reacción del enfermo ante la enfermedad ha sido siempre la misma: fuga, resignación, rebelión. Con esta última reacción ha sido siempre ayudado por el buen médico desde que al evolucionar el Cristianismo, dejó de considerarse la enfermedad como una bendición de Dios para el Candidato al reino de los cielos, del mismo modo que antaño se había dejado de considerar como un castigo para el pecador.
La enfermedad es una prueba: prueba desde el punto de vista biológico, moral o espiritual. En su sentido biológico ya que algo cambia en el enfermo ya sea inmunizándolo o alergizándolo. En su sentido moral (templando el alma del paciente) o en el espiritual como medio de alcanzar la vida ultraterrena.
En nuestro tiempo, el valor del médico, en el mercado de las cotizaciones históricas, ha disminuido tanto como se ha incrementado el de la medicina. Como profesional, el médico debe poseer una adecuada preparación científica y una fecunda imaginación para acometer tanto sus experimentos como sus exploraciones clínicas.
Lo importante, empero, son las cualidades del médico como sanador. Deberá ser cariñoso y comprensivo, no solamente, con el enfermo pudiente, sino también con el pobre, que tanto ha padecido por su miseria, mala alimentación y peor albergue y que por lo tanto está en desventaja ante la enfermedad. Deberá estimular en el enfermo, la voluntad de curarse, inspirar en este una fe en sí mismo y en el médico que vale por lo menos tanto como la medicina administrada y tratar de que sea paciente en todo el sentido de la palabra. Agréguese a ello la más exquisita cortesía y dulzura, preciosos dones que a veces se pierden con la prisa del médico con el enfermo en las grandes ciudades.
De los errores, retrocesos y dolorosos avances del pasado que surgen leyendo la Historia de la Medicina aprenderá el médico una lección de modestia y humildad, acaso la más preciosa enseñanza de la historia. Ese médico, el bravo samaritano cuya silueta hemos perfilado, es el ideal para tratar al paciente actual. Un médico que ame su labor y por ello ame a su paciente, y que en el amor a su obra cifre la ilusión de no morir del todo cuando él mismo muera porque en su obra perdurará su ensueño.   

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