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Información General Sábado 25 de Abril de 2020

El sueño de la señorita Magdalena

Pocos han hecho tanto por la educación, desde diversos niveles, como Magdalena Bruno. No sólo donó su fortuna a la causa, también le dedicó su vida. Pero aún falta algo para hacer por ella. Falta una escuela.

ARCHIVO PRIVADO EL TESTIMONIO.- Magdalena firma la donación de la esquina de Bolívar y Ayacucho al Club 9 de Julio. Certifica el escribano Carlos Marín y asisten los directivos Hilario Nicola y Nelson Pochetino. ESQUELAS.- Los mensajes de dos grandes
ARCHIVO PRIVADO EL TESTIMONIO.- Magdalena firma la donación de la esquina de Bolívar y Ayacucho al Club 9 de Julio. Certifica el escribano Carlos Marín y asisten los directivos Hilario Nicola y Nelson Pochetino. ESQUELAS.- Los mensajes de dos grandes
ARCHIVO PRIVADO EL TESTIMONIO.- Magdalena firma la donación de la esquina de Bolívar y Ayacucho al Club 9 de Julio. Certifica el escribano Carlos Marín y asisten los directivos Hilario Nicola y Nelson Pochetino. ESQUELAS.- Los mensajes de dos grandes Foto 1 de 2
ARCHIVO PRIVADO EL TESTIMONIO.- Magdalena firma la donación de la esquina de Bolívar y Ayacucho al Club 9 de Julio. Certifica el escribano Carlos Marín y asisten los directivos Hilario Nicola y Nelson Pochetino. ESQUELAS.- Los mensajes de dos grandes
ARCHIVO PRIVADO EL TESTIMONIO.- Magdalena firma la donación de la esquina de Bolívar y Ayacucho al Club 9 de Julio. Certifica el escribano Carlos Marín y asisten los directivos Hilario Nicola y Nelson Pochetino. ESQUELAS.- Los mensajes de dos grandes Foto 2 de 2
Edgardo Peretti

Por Edgardo Peretti

Mi amiga, la escritora Susana Merke, me sugirió que escriba algo sobre mujeres destacadas de la ciudad y que lo haga en primera persona. No es fácil, no es lo habitual, pero trataremos.
Al lado del lugar donde trabajo, en la pared más cercana, tengo un cuadrito con dos tarjetas que alguna vez, en mi juventud, me enviaron. Una lleva la firma de Magdalena S. Bruno y expresa: “...con todo cariño y admiración. Magdalena.”. La otra consigna “Feliz Navidad, con ideales y buena literatura. Siempre adicta a tus realizaciones. Adelina (la de la historia)”, y como no podía ser de otra manera, firma Adelina Bianchi de Terragni.
Las dos esquelas están fechadas en 1980, cuando quien esto firma contaba con 22 años y había tenido la posibilidad de hacer algunas notas con ellas para este Diario. Eran otros tiempos, otros horizontes. Otro mundo. Uno se bebía los vientos con la fuerza de la juventud, sin saber que algún día se detendrían, o irían más lentos.
La querida Adelina (y su esposo Antonio) me habían recibido en su casa para participar –obviamente, como testigo- de una reunión organizada por su hijo, el querido doctor Marco Antonio, donde participarían escritores, abogados y jueces, entre ellos el Dr. Eugenio Zaffaroni.
Muchos años después, y en otras funciones, tuve oportunidad de recordar el hecho con este destacado jurista. Pero en ese momento, uno era joven y se sentía responsable del destino del mundo. Tuve la suerte que la familia Terragni estuviese cerca de mis trabajos y siempre estaré agradecido.
De Adelina hemos escrito otras veces. La llevo en mi corazón. Me quiero detener ahora en otra figura, esta gigante de alma y corazón que fue Magdalena Bruno.
Hoy hay una calle y un Jardín de Infantes que llevan su nombre, pero no estoy seguro si las nuevas generaciones la recuerdan; la tecnología virtual se está consumiendo muchas memorias y recuerdos, y nada hace presagiar que esta tendencia se revierta.
Primero debo decir que estamos hablando de una maestra, la que – además- fue educadora, trabajadora social desde el aula y tremenda organizadora. Todo ello, con el notable agregado de una personalidad muy fuerte y decidida.
Una breve recorrida por su biografía nos dice que nació el 10 de setiembre de 1908, que cursó sus estudios primarios en la escuela “Manuel Belgrano” (su casa paterna estaba en Maipú y Ayacucho, donde está el jardín que lleva el nombre de su hermana Margarita Boccheto y la vieja escuela en Avanthay al 600). Después, ya recibida de maestra en la Escuela Normal (en 1925), recorrió todo el camino que se pueda imaginar en la docencia: escuelas rurales, escuelas de pueblo, direcciones y supervisión. Nada fácil, siempre alzando su voz por los que no tenían nada y siendo castigada más de una vez por sus reclamos.
Y esta mujer no pedía dinero ni privilegios quería que la educación sea para todos y todas. No me detendré demasiado en esta alternativa, porque tengo mis propias ideas al respecto, pero creo conveniente adecuarlo ahora a lo que era hace un siglo donde las mujeres no tenían casi posibilidades de educarse, menos si eran pobres.
Los lectores de más edad podrán dar de ello, de esa alternativa de las familias desposeídas de entregar a sus nenas de 10 o doce años a familias para que las críen y alimenten a cambio de trabajo. Algunas cayeron en buenas manos, otras sufrieron hasta todo lo horrible que pueda imaginarse. ¿Educación? No. Comida y buen trato, más un cuarto grado, eran suficientes en los mejores casos.
Quien mejor ha reflejado su obra ha sido la querida Elda Massoni, quien en su libro “Señorita Magdalena” (nunca tan bien titulado una obra) destaca la trayectoria y los logros de esta mujer, rebelde con causa, heroína de la lucha contra la desigualdad. Maestra que no tuvo rubores en dar clases de educación sexual a adolescentes ignorantes, ¡en los años treinta!!!
Tampoco en alargar sus horas de docente de escuela nocturna ante “sirvientitas” (palabra que me asquea pero que escribo para que nadie se haga el distraído porque aún la escucho) que se dormían en aula tras interminables jornadas de trabajo. Ella las dejaba y se quedaba para ayudarlas en la tarea.
Gigante maestra.

SIEMPRE HABRA SUEÑOS
Todos saben que donó su vivienda de la calle Moreno a los escritores, su casa materna para el Jardín Municipal, el terreno lindante donde está la escuela de Discapacitados Auditivos (sobre Ayacucho) y la esquina de Ayacucho y Bolívar (donde hay un parque) al Club 9 de Julio, para ser destinado a “una obra en beneficio de los niños”. Esto dice la escritura, el cargo de la cesión.
Estuve presente en ese acto donde actuó el escribano Carlos Marín y acudieron los directivos Nelson Pochettino e Hilario Nicola. Esto fue a mediados de los años ochenta y guardé esa foto durante más de treinta años.
¿Por qué? Cuando conocí a Magdalena era muy chico y fui a su casa de la calle Moreno en visita social junto a mi tía, la escritora Elda Alma Cremona. Me impresionó esa mujer. Era todo suavidad, pero sin debilidad a la vista.
Muchos años después, en 1980 le hice una nota para LA OPINION. Recuerdo que me sirvió su té, sus masitas y sus consejos. Cuando fui adulto, y un poco más, se me ocurrió la idea que esa esquina (que es del club) bien podría ser la sede de una escuela; quizás secundaria. Intenté de algunas maneras –tampoco soy un mártir- y siempre fracasé. Perdón, Magdalena.
Queda claro que uno puede renunciar a sus realidades, incluso a su futuro, pero jamás a los sueños. Yo sé que algún día en ese lugar habrá una escuela. Se lo debemos a ella.
Pensaba en terminar esta historia con el final de su vida física. No me sirve. Decir que sus restos están en el panteón familiar con su madre y su hermana; que en algún momento una florería estaba encargada de dejar flores periódicamente. Poco importa, jamás se irá. Magdalena está presente en la vocación y el compromiso de cada maestro, en la sonrisa de cada chico que ríe en un aula, que se educa. Que vive.
(A la interminable memoria de Elda Massoni)


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