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Información General Lunes 20 de Abril de 2020

El despenador

Tercer premio en el VII Concurso Literario Nacional Biblioteca Popular Beck-Herzog 2017 Humboldt (Santa Fe).

Orlando Pérez Manassero

Por Orlando Pérez Manassero

Cuando estuve solo pude al fin abrir la tranquera de la imaginación para dejar salir algunas de mis ariscas fantasías. Sé que cada una de ellas lleva en sí el embrión de un relato inédito pero, de tan esquivas que son, pocas veces puedo capturar una con el lazo de las palabras. Y cosa de mandinga… ¡acabo de enlazar un cuento! Es uno de esos de tierra adentro, uno que comenzó cierta noche cuando se abrió violentamente la puerta de la Pulpería “La Rajada”. En el negro recuadro se recortó la blanca figura del “Payo” Barroso… y viera don; parecía el doble de albino de lo que naturalmente era. Los presentes quedamos inmóviles sin comprender el porqué de la sorpresiva vuelta del “Payo”; es que hacía un ratito nomás había salido saludando a todos con un alegre ¡hasta mañana la paisanada!.

─ ¡Lo vide… lo vide!... ¡juro que lo vide!... ─ gritó con la mirada perdida al tiempo que, afuera, su caballo relinchaba como aprobando sus palabras.

─ ¿Qué es lo que viste, “Payo”? ─ preguntó el también sorprendido pulpero rodeando el mostrador y acercándose al asustado recién llegado.

─ ¡ Lo vide… lo vide a don Barragán!

─ ¿A quién?... ¿A don Barragán?... ¡Vamos “Payo”!… te estas poniendo viejo; ahora cinco copitas de ginebra ya te hacen ver visiones ─ le dijo el pulpero volviéndose a su lugar.

─ Pulpero, sírvame nomás la sexta porque le juro por… mire, le juro por mi caballo que lo vide al viejo…

─ Mirá “Payo”… el viejo Barragán murió hace como seis meses, lo enterraron al costado del callejón, justo en la curva de los Pavia. Él era muy huraño y no creo que ahora que es finado ande haciéndose ver por ahí…

Varios comenzaron a reír abiertamente, otros, como yo, permanecimos serios como lechuzas bajo la garúa. Entonces un tal Juan Cuello - uno de los serios - se paró y habló con voz profunda y calma:

─ Vean, miren... le creo al hombre, está asustado de verdad. Pa´ que sepan yo también una vez vide un aparecido, pero lo enfrenté y me dijo; “vea don, ando como alma en pena porque morí la mitad… ¿no me haría el favor de...?” ¡Ni lo dejé seguir al pobrecito!... ahí nomás fue que saqué mi trabuco y le despené lo que faltaba. Supongo que quedó agradecido… nunca más lo vide.

─ ¿Y di ái?... ─ inquirió el pulpero.

─ Y di ái que el tal Barragán puede haber muerto la mitad y anda buscando que le ayuden con el resto pa´ irse del todo.

Fue ese el prólogo de una unánime conclusión; los presentes aceptamos la existencia del medio finado y el “Payo”, más calmo luego de su sexta ginebra, narró con pelos y señales su encuentro con don Barragán:

─ …y cuando supe enderezar la curva de los Pavia lo vide al difunto frente a mí con los brazos abiertos como pa´ atajarme… ¡que me va a atajar!... hice recular al bayo y después, a todo galope, me volví a “La rajada”…

─ Le creo don Barroso ─ dijo Juan Cuello. Se acercó al mostrador, puso sobre él su temible trabuco y nos dijo a los presentes:

─ Miren, vean paisanos, si me pagan con un porrón de ginebra yo y este “amigo” vamos y lo despenamos del todo al viejo ─ El pulpero no lo pensó dos veces; puso al lado del trabuco una botella llenita diciendo:

─ Aquí está el porrón, yo se lo regalo, pero recién cuando volvamos… porque nosotros lo vamos a seguir… de lejos eso sí… digo, como para ver cómo es la cosa… ¿acepta?

Miró Cuello la botella y después al pulpero, se calzó el trabuco en el cinto y contestó ─ Está bueno… es justo y lo acepto… pero antes, si me permite, le voy a pegar un buen trago a cuenta… si fallo me lo cobra después; ¡permiso! ─ y se prendió al porrón como para terminarlo si no se lo sacan.

Desmontamos todos apenas antes de la curva de los Pavia y esperamos. Juan Cuello siguió adelante al paso lento de su caballo ya con el trabuco en la mano. Cuando llegó a la curva estuvo un rato mirando la oscuridad hasta que, de pronto y en medio de una ráfaga de niebla lechosa, apareció la difusa figura negra de brazos abiertos como para abrazarlo. Sonó el trabucazo y el aparecido cayó hacia atrás hundiéndose en la noche. Juan esperó un rato y luego se santiguó en silencio, volteó el caballo y emprendió el regreso. Atrás lo seguimos los testigos, calladitos y al paso nomás, escoltando al hombre hasta “La Rajada”. Al llegar volvimos a ocupar nuestros lugares habituales y comenzamos, siempre en silencio, a ayudar a Juan Cuello a terminar con el porrón de ginebra bien ganado por el despenador.

Eran cerca de las doce cuando el pulpero decidió empezar a despedir a los parroquianos; llegaba la hora de cerrar. Golpeando sus palmas se acercó a la puerta justo cuando esta se abrió violentamente rozando su nariz. Y allí, encuadrada por el marco, se recortó la figura de Anacleto Pavia… y viera don; tenía la cara más roja que la que naturalmente sabía tener. Nos miró a todos, uno por uno, con ojos llenos de furia, y enseguida gritó:

─ Quiero saber… y no me digan que no está aquí… ¿quién fue el borracho que me volteó de un tiro el espantapájaros de mi sembrao e´ porotos?...







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