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Información General Miércoles 25 de Marzo de 2020

Durmió en la calle, tuvo un romance con la hija de Castro, nos enamoró con "Camila"

Imanol Arias: durmió en la calle, tuvo un romance con la hija de Fidel Castro, nos enamoró en “Camila” y enfrentó acusaciones por evadir impuestos. Pasó una infancia sin televisor pero desde hace años protagoniza el éxito televisivo más grande de España. Lo conocimos como el sacerdote Ladislao, a los 60 años enfrentó problemas con el fisco, pero su seducción y talento siguen intactos.

Agrandar imagen FOTO SHUTTERSTOCK// IMANOL ARIAS// Su seducción y talento siguen intactos.
FOTO SHUTTERSTOCK// IMANOL ARIAS// Su seducción y talento siguen intactos.
REDACCION

Por REDACCION

Por Susana Ceballos


Cuando Imanol cumplió ocho años, su tío actor le preguntó si quería acompañarlo en una obra. Sin dudar respondió que sí. La obra era a beneficio de los presos políticos. Pero el día del estreno, la policía franquista apareció y todos terminaron en un calabozo. Lejos de asustarse el chico pensó: “Hombre, esto sí que es movido y divertido”. Y descubrió que sería actor.

Imanol Arias nació el 26 de abril de 1956. Creció en Eibar, un pequeño pueblito en la zona de Vizacaya, dividido por un río con dos fábricas en sus orillas. En una producían máquinas de coser y en la otra, pistolas. Había un cine, faltaba un teatro. De vez en cuando el cura prestaba la sala parroquial para representar una zarzuela. A falta de héroes ajenos, Imanol tenía el propio: su abuelo Enrique Arias Ricondo. Ferviente republicano, durante tres días mantuvo a las fuerzas de Franco expectantes con un mensaje: “Desde el Alto de Machorras, con cinco mil hombres y sin novedad, el comandante Ricondo dice ‘¡Viva la República!’”. Solo lo acompañaban su radio y un atado de radicheta.

El primer Imanol Arias fue su padre, un marino mercante y luego vendedor, de esos que te convencen de comprar la Luna. Lo supo Tere, una rubia de ojos verdes que trabajaba de criada en una casa vecina. Se enamoró de ese morocho pintón, tanto que a las semanas se casaron, como decían las abuelas, “de apuro”. Llegó Imanol, un “cuatrimesino” después y sin apuro, vinieron tres más. En el hogar sobraba amor, pero faltaba plata. El niño que de hombre brillaría en la tele hasta los 12 no tuvo aparato en su casa, tampoco bicicleta. Sus amigos jugaban carreras y él era el encargado de dar la señal de partida con su silbato. Al terminar le prestaban la bici. Pedaleaba en solitario, relatando una competencia imaginaria. “Imanol va solo, avanza por la pista y llega a la meta”.

A los seis vivió su primera gran aventura. Decidió salir a conquistar el mundo, pero luego de unas cuantas cuadras se encontró cansando, hambriento y sobre todo perdido. Alguien lo llevó a una radio y para pedir ayuda dijo tres mentiras y una verdad: “Mi madre se llama Pichi y yo me llamo Maumano y salí por una pelota, y que venga a buscarme, por favor”.

En los ’70 comenzaba el ocaso del régimen franquista. Un ya joven Imanol se hizo fanático de Deep Purple, de la cerveza y se integró a una bandita de jóvenes a los que les gustaba provocar. Lo suyo era solo gritar. Flaco y desgarbado por cada piña que daba recibía cuarenta.

Fue entonces que se enamoró de Ana Gorostiza Sarasqueta, una rubia que seducía con su mente privilegiada y su compromiso político. En su romance los besos ocupaban tanto lugar como los debates. Pero había algo que Ana no contaba y su novio no preguntaba. Había ingresado a un movimiento para conseguir por las armas la independencia vasca. Cuando pasó a la clandestinidad a Imanol lo detuvieron para interrogarlo y comprendió lo que significaba el miedo. De Ana no supo más. Hasta que le contaron que murió bajo las ruedas de un camión que pertenecía a una empresa especializada en el traslado de detenidos.

Después llegó el servicio militar en el norte de África. Soportó la lejanía fumando la hierba de los marroquíes, leyendo clásicos en la biblioteca y manteniendo un romance con la hija con novio del general y sobre todo tratando de olvidar a su primer y trágico amor.

Volvió a España pero no a su pueblo. Se instaló en Madrid, decidido a ser actor. Dormía en pensiones baratas. Por unos duros entraba a su cuarto a la medianoche cuando las prostitutas terminaban su servicio, si se prolongaba, la estación de subte se convertía en hotel. No desistió de su sueño y se presentó en Compañía Nacional de Teatro. En un año logró tres protagónicos. También conoció a Socorro Nadón, que de amiga pasó a novia y de novia a esposa.

El cubano Humberto Solás lo vio actuar y le ofreció protagonizar Cecilia. La única condición era dejar la península y mudarse a la isla. Imanol dijo sí, su esposa dijo no. Se tomó el avión, divorciado. Pensaba instalarse cuatro meses, se quedó dos años. Pasó de ser un actor de teatro a convertirse en un actor de cine. Su lugar favorito no era a playa sino la filmoteca. Se empachó de Fellini, Eisenstein, Pasolini, Mijalkov, Antonioni y los clásicos estadounidenses. Cenaba en un cabaret, veía béisbol e intentaba bailar cubano. Y si en Marruecos sedujo a la hija del general, en la isla enamoró a la hija del comandante. Tuvo una relación con Alina Fernández Revuelta, la hija no reconocida de Fidel Castro.

Volvió a España y alguien le contó que su ex estaba en pareja con otro actor. Por curiosidad y no despecho averiguó quién era. Lo encontró en la Compañía Nacional y apenas lo vio dijo “hostias, qué tío”. Era Antonio Banderas. Con en el tiempo se harían amigos. En 1982, rodaban Laberinto de pasiones y no se les ocurrió mejor idea que, disfrazados con las ropas femeninas del rodaje entrar a una discoteca. Pero eran tiempos de censura así que quedaron en medio de una redada y acabaron detenidos, acusados de “maricones”.

Eran otros tiempos, los últimos de los años grises de Franco, un tiempo donde los niños no podían ser inscriptos en las escuelas si no estaban bautizados. El mismo Imanol fue anotado como Manuel María porque no se permitían nombres que no figuraran en el santoral cristiano. Pero en los ’80, España se sumergió en ese tiempo de destape y libertad conocido como la “movida”. Con otros artistas él también aplicó la regla del “tres por uno”. Tres días para trabajar, divertirse y crear y uno para dormir.

En 1983, realizó tres películas Demonios en el jardín, Laberinto de pasiones –dirigido por Almodóvar- y Bearn. Fue entonces que le llegó la propuesta para encarnar a un cura en una película que se filmaría en un país del que su padre siempre le contaba maravillosas historias. La película era Camila, el país, la Argentina.

Camila fue Susú Pecoraro, Imanol Arias un perfecto padre Ladislao, ese a que por su acento tuvieron que doblarlo sí o sí en la postproducción. Se estrenó en 30 salas el 17 de mayo de 1984 y la vieron más de dos millones y medio de espectadores.

"Camila" fue un éxito de público y obtuvo una nominación al Oscar

Imanol era profeta acá y en su tierra. Su papel de abogado tierno en la serie Anillos de oro lograba que cada semana 25 millones de españoles se sentaran a verlo, entre ellos Pastora Vega, una famosa periodista. Seria, juiciosa hacia un programa de televisión para… criticar a la televisión. Imanol fue uno de los invitados y apenas lo vio se dijo a sí misma “es para mí”. El vasco también quedó prendado de esa madrileña con rostro de modelo, cabeza de filósofa y anillo de casada. Ella le confesó que estaba divorciándose y el amor que querían evitar se hizo inevitable. Hasta el mismo Antonio Banderas -que de actual de la ex, se convirtió en amigo- le dijo: “Oye tío que comparadas con Pastora, todas las demás parecen sucursal”.

El actor intentó huir de su destino. Con la excusa de acompañar el estreno de Camila volvió a la Argentina. Pero el amor pudo más y le mandó un telegrama: “Si estas palabras consiguen traspasar el mar y hacer no me saques los ojos por esta mierda que te he hecho, será más que suficiente para mí”.

El volvió, anunciaron su amor y al poco tiempo nació Joan, su primogénito. Para “encargar” el segundo, se tomaron más tiempo, Daniel llegó 14 años después. Con la maternidad Pastora, decidió convertirse en actriz. Su marido, lejos de incentivarla, le dijo que lo que iba a hacer era “arriesgado y difícil”. Compartieron muchos trabajos juntos. En la Argentina representaron juntos Calígula. Imanol definía la relación con un “somos unos novios que nos vemos mucho, vivimos en la misma casa, tenemos un hijo pero nunca nos casamos”.

Pero un día el amor se terminó y luego de 25 años la pareja rompió. Arias desdramatizó “Cuando mi señora me dijo ‘me enamoré de otro‘ pensé ‘qué bien, porque esto no iba”. Ella comenzó a salir con su colega Juan Ribó y ahora está en pareja con el actor argentino Darío Grandinetti. Él se enamoró de Irene Meritxell una diseñadora sevillana, 20 años menor. Se casaron en 2017, la ceremonia fue tan secreta que no asistieron familiares ni amigos ni los hijos del actor. Reacio a hablar de su vida privada, solía desafiar a los periodistas con un “si tu cuentas tus amoríos yo cuento los míos”.

Desde el 2001 se pone en la piel de Antonio Alcántara en la miniserie Cuéntame cómo pasó, con un público fiel de cinco millones de espectadores. Comprometido con su tiempo participó en todas las movilizaciones anti OTAN, fue presidente de la Propiedad Intelectual de los artistas españoles y logró impulsar leyes para protegerlos en el parlamento de su país y el europeo.

Pero en el 2016, cuando cumplió 60, su nombre copó los titulares por una situación impensada: evasión de impuestos, fraude fiscal y blanqueo. Se lo acusaba de tener una sociedad offshore en la remotísima isla de Niue, en el corazón del Pacífico. La Agencia Tributaria le reclamó una deuda de 4,9 millones de euros y pidió 27 años de prisión. Según el actor, los problemas surgieron cuando confió sus finanzas a un grupo de abogados que lo involucró en sociedades dudosas. “Es una situación que intentaré arreglar lo antes posible porque siempre he sido una persona honrada. He vendido todo lo que tenía”, declaró hace un tiempo y se comprometió a devolver “todo el dinero y cumpliré con lo que se me diga”. Como aseguró alguna vez: “Lo peor de ser actor no es ser pobre en un primer momento, sino ser rico por primera vez”.

Hoy no reniega del tiempo que vive. Asegura que “del pasado no tengo nostalgia. Ni siquiera tengo una buena opinión”. Dice que todavía siente mariposas en el estómago antes de salir a escena, que nadie en la calle le recriminó por sus problemas de impuestos y que le sirvió para salir de un lugar en el que jamás quiso estar: el del ejemplo. Lejos del sex symbol que fue, disfruta de su presente. “Tengo una legión de fans de 50 maravillosa. Llenan el teatro, aplauden, me esperan y me sacan fotos. Están aprendiendo a hacer ‘selfies’ y todo”. Y en el caso de estas pampas todavía le siguen repitiendo:

-Ladislao, ¿estás ahí?

-A tu lado, Camila.


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