Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Información General Sábado 10 de Septiembre de 2022

Con el pasar de los días

“Escribo por el solo placer de escribir, para mí solo, sin ninguna finalidad de dinero o publicidad. En mi pobre vida, tan vulgar y tranquila, las frases son aventuras y no recojo otras flores que las metáforas”. Gustave Flaubert (1821 – 1880)

REDACCION

Por REDACCION

Por Ricardo M. Fessia

Un nuevo capítulo del mismo libro y como tal tenemos algún obstáculo para avanzar: se trata de obra y pluma conocida. Más aún cuando estamos en un entorno bastante limitado.
Autor y volumen, otros capítulos, han pasado por nuestras manos gracias a la generosidad que no reconoce de recortes ni menguas del autor: Edgardo Daniel Peretti. Generosidad en lo más amplio que le es posible al término: en compartir sus vivencias con los lectores, en entregar un tomo lo más acabado que se le permite con cuidadosos ejemplares, en ofrecer su amistad sin cortapisas. Todo lo que habla de su nobleza.
Del autor varias veces nos ocupamos y siempre nuestro limitado talento hace de las suyas. La firme convicción en transitar por la senda de lo objetivo no nos acompaña más que hasta terminar el primer renglón. En forma natural aflora el sentimiento y en adelante ese atributo nos hace crecer alas al cálamo que corre de manera libre e independiente.
Posee una hiperestesia propia que lo vincula a un aspecto de cada suceso. En su atención vigilante nada es menor. Critica con rigor, pero también con solapado humor. Si el objeto es un evento o una acción premeditada, su análisis se articula sobre ideas y pensamientos que fijan su posición de hombre recto y justo de una manera claramente definida. Algunas veces se confundió en discusiones con las que sólo tiene una vinculación indirecta, pero por sobre las que puede proyectar su opinión introduciendo el sentido de lo justo. Su inteligencia está siempre en actividad pendulante entre lo noble y lo atractivo. Entiende que debe ocupar su atención todo lo que puede ser valioso para la vida de la sociedad. Su interés se expresa de una manera natural y apasionada. Hay algo irremisible de su marcha que lo relaciona a los hechos y las gentes.
Todo ocupa su atención. Se encamina allí donde hay una novedad y apenas ello devuelve lo que recibe en valores recíprocos. Su curiosidad abraza todas las cosas, absorbe la esencia, goza sus matices.
Persiste en el camino cuyo inicio se pierde en el tiempo. No obstante, es la primera vez que se muestra explícito: “… para que el gusto por el pasado se disfrute en el presente”. Ese tiempo, que siempre es el pasado, que se forjó con presencia y con sentimientos, que permanece resguardado en nuestra memoria que por la misma razón de aquellas circunstancias a veces es cubierto por otros sucesos más recientes, deben ser desplegados en este presente.
Es cierto que el mérito es muy subjetivo. Evaluar lo que amerita y dejar cubierto con el manto del olvido corresponde a cada uno de nosotros. Pero el autor rescata lo que comentamos en nuestros días. Se entrega en un gesto de alma altruista y que muchas veces compartimos en reuniones gastronómicas o mesas de café.
Persiste en lo urbano, en lo nuestro. Pero no porque su mollera calva se le niegue. Es su medio, cincelado por la calle, el tejido de las canchas de domingo por la tarde, en cercanía de la linotipo de calle Lavalle, en la mesa de LT28, las largas charlas con Emilio Grande, el escucharlo a Víctor Hugo y tantas otras aventuras que su nervioso paso va despertando.
En el estilo de otros anteriores, reúne varios de esos trabajos breves que responden a necesidades que aparecen y una suerte incontinencia escrituraria lleva derechamente al teclado.
Lo de “Pasantía”, lo explica en un principio para que el lector no busque ese artículo, como es habitual en estas recopilaciones. En su percepción, vuelve a lo que había, en cierta forma, adelantado en “Rejunte”: la vida son momentos de temporalidad que se nutren de afectos, recuerdos y otros sentimientos que se convertirán en archivo.
Lo inicia con un hallazgo que es nostalgia: las puertas a mitad del estrecho pasillo de Aranjuez. El que esté libre de pecados que arroje la primera piedra.
Una parte especial es para “el barrio”, no se podría imaginar otra cosa. De los barriales, destacamos la evocación de “Cocho” Rossi. Se empeña en ceñirlo a ese espacio pero en verdad fue un personaje de la ciudad. No recuerdo haber llegado a la farmacia más de una o dos veces; teníamos la “Borella” sobre bv. Roca luego trocada en “Ingaramo”, un tiempo ahí mismo y cuando se loteo la manzana de Paviolo, se instaló en la esquina de Ituzaingó. Como alternativa estaba la “Rafaela” de la farmacéutica Kuschnir, frente a la plaza por calle Colón y otra era la “Kohn”, bien en la esquina del Sanatorio Moreno. De todos modos Rossi era reconocido en toda Rafaela y con su hija Silvia fuimos condiscípulos en la Universidad.
Tan justo como necesario es el reconocimiento a Mario Verdú, mi vecino. No solo en su recuerdo, sino que agrega las delicadas pinceladas del profesor Raúl Vigini. En Rafaela, podemos decir pletóricos de orgullo, que la política se hacía con hombres como Verdú, tan sencillo como un asceta, tan noble como un patriota, tan estudioso como el mismo Akádêmos.
Aquel asalto al Banco Italia, en una canicular siesta de enero del 72, vuelve en versión breve y desde los ojos del hijo de uno de los empleados. Lo de “vuelve” es por el hecho ocupó otras páginas, pero en formato novelado y con aportes de la retórica novelesca. El atraco para una Rafaela de inicio de los setenta, bien da para varias historias.
El espacio de la música está reservado a Magliaro y Zanoni. En ello no existe la grieta y cualquier allegado, hasta de casualidad al tango, lo reconoce. Voy a disentir con nuestro autor; en mi consideración “Troilo es dios y Goyeneche el profeta”, no al revés como lo sostiene. Ni uno es más, ni el otro es menos, pero la relación es esa.
V - Muy buen diseño –MAPP-, generosa tipografía –para cuando amengua la vista-, selectas fotos –la del ENET campeón del 81 con “Lechuga” Alfaro en la formación, la de un cenáculo (Peretti, Vigini y Pignoni) con Verdú en una mesa de plenos debates cuyo centro domina un porrón , creo que Santa Fe, un “tres cuarto” y un detalle de nostalgia; el sifón Drago. Qué más puede pedir un lector….?
Una crítica; no existe un índice o tabla de contenidos. Tendrá su razón atendiendo a que nada es improvisado. Pero no está y se lo extraña.
Bastaría, para concluir, la expresión de voluntad para que no cese la pluma. Pero estoy seguro que las teclas no se enfrían y esa vocación de “escribir por el solo placer de escribir” ninguna temporalidad agota. Peretti es, definitivamente, el cronista de las cosas nuestras.


Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso