Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Información General Lunes 20 de Febrero de 2023

Baile de carnaval en el barrio

Argentino Quilmes en marcha…

FOTO CLUB QUILMES//
FOTO CLUB QUILMES//
FOTO CLUB QUILMES// Crédito: PALITO ORTEGA// Uno de los más populares que cantaron en Quilmes. Foto 1 de 2
Crédito: MÚSICA Y CARNAVAL//La pista de Quilmes al ritmo de la orquesta bailable. Foto 2 de 2
REDACCION

Por REDACCION


Por Raúl Vigini

Esa tarde, después de refrescarnos en la pileta que nos esperaba en el patio de la casa de la Mima y el Coco -generosos vecinos de nuestra niñez-, (y que en otras épocas del año cuando el agua estaba fuera de uso estival albergaba y mantenía en vida a centenares de ranas que habíamos cazado en grupos familiares en los puentes ferroviarios de Pilar o en alcantarillas de Presidente Roca por las noches de luna plena y que terminaban en futuras reuniones sabatinas con fritangas y choperas para disfrutar la camaradería de amistades eternas en la casa de la Chiche y el Gogui), nos tocaba el baño de ducha libre en nuestras casas más tempranito aun ante el bochorno del verano intenso. Es que era el día del baile de carnaval en el Club del barrio -Barrio Sarmiento de Rafaela- y teníamos que ir a reservar la mesa y las sillas para asegurar la comodidad del grupo que a la noche haría de las suyas en ese acontecimiento anual que el mismo almanaque anunciaba como feriado inamovible.
Radio Rafaela, primera AM de la región, lo venía anunciando, entre otras cosas mencionando los contenidos de la gran rifa con el automóvil 0 kilómetro de premio mayor, pero también el Fiat 600 que se sorteaba con bonos gratuitos que se iban repartiendo con las entradas y con los sobres sorpresa que incluían regalos varios aportados por comerciantes afines de la institución. De eso damos fe porque nos tocó algún par de medias violeta, o una cubetera de plástico, si no el vasito verde digno de cualquier parque de diversiones. Pero todo se disfrutaba sin cuestionamientos de ningún tipo. Para algo iban a servir esos regalos indefensos e ingenuos. Un programa radial al atardecer que se llamaba “Argentino Quilmes en marcha” nos anunciaba con la voz de Ramona Galarza, la orquesta dirigida por el maestro Carlos García y las marchas de Osvaldo Sosa Cordero -grabación de 1968- ese momento cotidiano durante todo el verano.
El hecho concreto es que a las 18 teníamos que hacer acto de presencia y desde esa hora la guardia sentados junto a una mesa con el Beto, amigo desde que nacimos, y con quien emprendimos las más insólitas anécdotas como tener un karting que espantaba vecinos, o promocionar la venta de gladiolos en nuestras bicicletas vociferando, que su familia ofrecía para el día de los fieles difuntos, y por qué no armar la murguita de la cuadra o intentar una carrocita con material reciclado. Pioneros en todo. Incluidos los disfraces desde la infancia por el celoso accionar de madres y padres inquietos como la Chocha y Marino, en lograr los mejores modelos que también fueron premiados en concursos al que nos llevaban orgullosamente a probar suerte. Porque el carnaval nos quitaba el sueño.
Había que resistir sin mucho para el entretenimiento en esos años ajenos a las redes sociales y la tecnología de la comunicación. En la pista de Quilmes, al aire libre, éramos nosotros dos interactuando cada tanto con algún miembro del club que nos preguntaba qué hacíamos ahí. Pero el tiempo corría sin prisa pero sin pausa y llegaba la noche cuando la puerta de acceso permitía el ingreso de los asistentes que habían pagado la rigurosa entrada, entre los que estaban nuestras familias. Desde ese instante comenzaba el ritual de acomodar las sillas y las mesas en cantidades necesarias antes de que sean ocupadas por los centenares de interesados.
Y aparecían las orquestas locales con sus repertorios de época y jolgorio. Las llamadas jazz o de música moderna, alguna catalogada como característica también, todos acordes a esas noches de celebración al Dios Momo. Y una típica que por reglamento debía presentarse entre las demás. Recordamos American, Panamericana, San Remo, Santa Rita, Arias, entre tantas más de Rafaela y la región. Y la Habana Jazz que había estado también en los carnavales de Corrientes por esos años. Casi todas llevaban atuendos floridos y coloridos con sombreros identificados con la cumbia colombiana y la alegría de cantar Adelita, Fru fru, Cielito lindo, La raspa, La bamba, y un sinnúmero de temas que hacían bailar sin solución de continuidad.
Ese grupo de amigos y parientes que aseguraban su felicidad por unas horas, habían dejado los problemas cotidianos y los temas menos importantes de sus vidas, para confirmar unas horas compartidas con los seres más queridos que rodeaban esos recipientes de acero inoxidable con hielo para contener la botella de sidra adentro, y los choripanes que atacaban la languidez. Y cada tanto salir a bailar una selección para estirar las piernas y mover el esqueleto (que era el título de un tema del repertorio de Los Wawancó y del Cuarteto Imperial que también se cantaba en el escenario con La piragua, Qué le pasa a mi camión, El sombrero de paja, La burrita, entre otros miles). Y al ritmo de las consabidas marchinhas brasileiras Cidade maravilhosa, Aurora, Cachaça não é água, Mamãe eu quero…
El festejo incluía producción casera e inesperada con el agua y el talco o la harina. No había disfraces pero sí desborde que trataba de contener, limitar y acomodar algún integrante de la comisión directiva, especialmente uno de talla pequeña y paso militar, que se paraba frente al grupo y brazos en jarra pretendía que todo se vaya reduciendo en esa adrenalina que había teñido de blanco caras y ropas además de convertirlo en engrudos con el agua helada de los recipientes de las bebidas. En este desopilante momento los festejantes coreaban a grito pelado el apellido del guardián local pronunciando musicalmente las tres sílabas de su apelativo. Mientras lo relajaban en su postura y todo seguía por buenos destinos hasta que la noche llamaba a silencio y descanso.
En otras de esas incursiones fantásticas, el Club Independiente de Rafaela fue testigo de nuestra presencia grupal con niños y adultos que terminó en la salida de algunos integrantes que fueron a un autoservicio abierto en domingo a la noche en esos años setenta, para adquirir una buena cantidad de paquetes de harina, que en pleno verano ingresaron al espacio bailable ocultos en ¡abrigos! Y en el momento de mayor descuido de los miembros del grupo, los traviesos amigos vaciaban el contenido de la molienda del trigo en cabezas inocentes e indumentaria desprevenida lo que originó un desbande de toda la gente que estaba en mesas aledañas para evitar la deriva de ese polvo molesto y rebelde.
Viene bien recordar ese tiempo. Tiempo diferente que la nostalgia no permite olvidar. Que el presente no autorizaría repetir por la intolerancia reinante. También porque el individualismo se fue instalando en la sociedad. Hoy ya no sabemos quiénes son nuestros vecinos tal vez. Porque estamos hablando de “una vez…” como en los cuentos… Había una vez… que los vecinos se prestaban el pan rallado, se cuidaban la casa cuando viajaban, compartían un postre nuevo, o cortaban el césped de la vereda una vez cada uno. En nuestro caso, rotábamos la compra diaria del pan con Elsa y sus hijos Silvana y Mauricio. Por 3 generaciones ese grupo de familiares y amigos sigue diciendo presente. Buena siembra. Mejor cosecha.


Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso