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Información General Viernes 11 de Agosto de 2023

Aquel Boliche de la Avenida Centenario

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REDACCION

Por REDACCION

Por Orlando Pérez Manassero

Hoy vuelvo a esa Rafaela lejana en el tiempo que llevo guardada en el disco duro de la memoria y, al abrir el archivo, comienzan a desfilar por mi pantalla mental imágenes de esos días en los que todavía vestía pantalones cortos sujetos con tiradores. Claro que para hacerlas visibles a mis semejantes debo recurrir a la computadora y escribir sobre lo que cada una de esas figuras traen a mi memoria desde aquella década de los años cincuenta (y me cuesta decir “del siglo pasado”, pero es inevitable). Por ejemplo; en aquel entonces había en Rafaela un ancho callejón que nacía al sur de la Plaza 25 de Mayo entre la Iglesia Parroquial y la Cooperativa y terminaba, después de diez kilómetros, en la plaza de la localidad de Susana. La Municipalidad, en su recorrido urbano de solo diez cuadras por la ciudad de Rafaela, lo había bautizado como Avenida Centenario y no hace falta que les diga que estoy mencionando al hoy bulevar Hipólito Yrigoyen. En realidad las seis primeras cuadras eran las de un bulevar propiamente dicho, con sus dos manos de tránsito adoquinadas, separadas por canteros centrales con farolas, pantallas publicitarias, césped, palmeras, árboles de toronjas y algunos cercos de ligustrines artísticamente podados. A las cuatro cuadras restantes quizás se las podía llamar una avenida siendo que eran nada más que un ancho y profundo callejón de tierra con zanjas abiertas a sus costados que concluía justo en el paso a nivel del ferrocarril a Córdoba y el desvío de las vías del viejo Tranvía a Vapor a Pueblo Marini. En ese punto la calle se angostaba y a un costado de ella, como dando la bienvenida o saludando a quienes salían de la ciudad, se elevaba el monumento a la basura. Sesenta años de arrojar residuos en el lugar habían dado origen a una montaña de unos seis metros de altura y un diámetro de más de cien. Era “La montañita” que con las vías y la laguna a su lado conformaban casi un paisaje “serrano”. La última edificación de la mencionada avenida, antes del paso a nivel, era el “boliche” de don Luis Rosetti. Vamos a entrar a él. Vereda de ladrillos sobre la zanja soterrada, altas ventanas y una ancha puerta en un frente sin revocar eran su fachada. Adentro un enorme salón con piso de madera que nunca supo de lustre y ese olor ambiente clásico del anís producto de los cientos de miles de ajenjos servidos en tantos años. A la izquierda varias mesas de madera con tres o cuatro sillas cada una y al fondo, como para achicar el tamaño del salón, unos paneles con enormes afiches de cigarrillos Fontanares 12 que servían para conformar un depósito de polvorientas sillas, mesas y cajones con botellas vacías de distintas bebidas. A la derecha de la puerta de entrada un mueble vidriado guardaba los “atados” de los citados cigarrillos Fontanares, los 43, los Saratoga, los toscanitos Colmena y los fósforos de cera Ranchera. En otro compartimiento del mismo mueble estaban las delicias para los chicos; chupachupas, gallinitas de azúcar con licor, pastillas de menta Renomé, caramelos Marengo y galletitas Manon de Bagley. Latas rectangulares con un costado vidriado mostraban los bizcochos Canale o las galletitas de La Princesa mientras que más abajo un cajón de madera guardaba el pan fresco del día. Avanzando unos pasos más se encontraba el mostrador detrás del cual se parapetaba el dueño y señor del negocio, el rechoncho y movedizo don Luis, lugar de donde salía solo para servir a los parroquianos sentados a las mesas ubicadas tanto dentro del local como, en verano, sobre la vereda. Ese largo mostrador se extendía hasta las canillas de las choperas y del agua para la pileta donde se lavaban las copas que se apilaban boca abajo listas para ser usadas nuevamente. Luego seguía la enorme heladera Siam de madera barnizada, cuatro puertas y un ruidoso motor marchando sobre su techo que refrescaba bebidas, paquetes de manteca La Granja de Molfino y jamones y salames Lario de Fasoli. Detrás de don Luis la estantería con las bebidas de entonces. En rápido recorrido se podían ver botellas de Hesperidina Bagley, Amargo Obrero, Pineral, Ferro Quina Bisleri, Americano Gancia, Cinzano, Ginebras Bols y Llave, Fernet Branca, Caña 1º de Agosto, Anís 8 Hermanos, Anís Turco, Bitter, cervezas Quilmes Bock, Pilsen San Carlos y Palermo, vinos Trapiche, Chapanay o San Lorenzo de Paviolo. Para los abstemios y los niños las naranjinas Cinquetti o Vilma, la naranja Bilz, la Bidu, el amargo serrano Terma, la Granadina Cousenier y los sifones de vidrio con la soda de Francesconi. Y por supuesto el cajón con los siempre presente maníes con cáscara, acompañantes ineludibles de todas las bebidas y que eran servidos enteros sobre las mesas para pasar luego a ser solo rotas cáscaras vacías diseminadas por el piso esperando la escoba de don Luis. El archivo mental trae también a la memoria imágenes con audio y por eso me parece oír y ver, como en aquellos atardeceres de verano después de una lluvia, a las voces de Revelli, Mainero y Bartolo Ghione sentados frente a frente a una de las mesas de la vereda, con la nariz y los cachetes colorados, cantando en piamontés aquello de “E la violetta la va, la va, la va sul campo e la s´era insugnada…” acompañados por el coro de ranitas habitantes de la laguna cercana. Eso sí, con una mano tapando las bocas de los vasos del Suissé para que no entren en ellos algunas de esas miles de fastidiosas moscas provenientes de “La montañita”. Y las imágenes se están haciendo demasiado reales, dejemos entonces a don Luis Rosetti preparando un “flamenco” con Anís Turco, agua y granadina y vamos saliendo porque ya me parece ver que en el paso a nivel está el guardabarrera Flores agitando sus banderas y se oye el pito y el “chuf-chuf” del tren a vapor que viene de San Francisco. Es casi seguro que de un momento a otro la voz de mamá nos llamará a casa para que hagamos los deberes del día. Y con esta última y sensiblera imagen guardo y cierro el archivo que nos dejó ver aquel boliche de la Avenida Centenario a mediados del… ¡y me sigue costando decirlo!... a mediados del siglo pasado.



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