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Información General Domingo 21 de Marzo de 2021

Amor de circo, amor para siempre

Elisa Demaría fue una entusiasta seguidora de diversas expresiones artísticas, entre ellas la radio y sus protagonistas desde la década del cincuenta. Partió el año pasado, a los 92 años y merced a la gentileza de sus familiares hemos rescatado algunos de esos valiosos testimonios, a los cuales le daremos forma de vuelo, de imaginación, como a ella le hubiese gustado.

REDACCION

Por REDACCION




Por Edgardo Peretti



NOTA I

Los encontré de casualidad. Fue una tarde cuando un semáforo me detuvo. Frente de los coches un artista callejero mostraba sus habilidades: palos al aire, malabarismos varios y otras exhibiciones conformaban su repertorio. A ellos los divisé a un costado, mirando, como parte de un show donde ni siquiera estaban invitados.
Ya en el retorno del atardecer los volví a ver. Me ganó la curiosidad y me bajé del auto para hablar con ellos. Amables y dispuestos se presentaron: Luisito Barani y Elsa Barani, así separados, cada uno en su parte del cartel.
Me obsequiaron con sus tarjetas personales, un cartón con una edición en clisé que lo mostraba a él con un traje amplio (quizás de colores, la foto era b/n), un sombrero de ala levantada en la frente, camisa clara y un paraguas en la mano. La cara pintada dejaba en claro lo que decía la “tarjeta”: Recuerdo del Tony Luisito Barani.
Ella era una mujer joven de edad demorada, aunque de cuerpo esbelto que cubría una malla de colores brillantes (suponemos) y sostenía una escalera de soga. Su aporte expresaba “Recuerdo de la trapecista Elsa Barani”.
Muy dispuestos me contaron que habían venido varias veces a la ciudad con diferentes circos en la década del cincuenta, ya que ellos se consideraban artistas independientes y se integraban de manera temporal a las compañías, sin ser parte estable de ninguna.
Elsa era una artista de trapecio, donde desarrolla una rutina muy precisa y arriesgada, ya que lo hacía sin red. El, Luisito, era un hombre de pista, tanto a la hora de armar un número o de “hacer los tiempos” entre la preparación de acto y acto. Un moderador que sacaba sonrisas mientras cambiaban los artistas en la pista.
El caso es que un día cambió todo. El equipo entero estaba en la estación del Ferrocarril Central Argentino esperando para subirse al tren que los llevaría a Ceres, próxima parada. Pero el propietario nunca llegó y nadie tenía un peso partido al medio, ni para el pasaje ni para comer.
Algunos vecinos fueron solidarios hasta que la ayuda y la paciencia se fue diluyendo hasta agotarse. Algunos intentaron irse como polizontes, otros cambiaron de rubro; Así, el domador de leones fue a la feria a manejar vacas en un corral, el mago se transformó el mozo, el forzudo estibaba bolsa de cereales, la mujer barbuda se conchabó en una peluquería y los animales se fueron muriendo de hambre y enfermedades.
Algunos aseguran que pasaron a ser parte de la dieta de los abandonados artistas, aunque un chisme confirmaría también que las cebras terminaron siendo chacinados y a los elefantes los compró un turco para llevar telas en el monte santiagueño.
Sin entender nada, Luisito y Elsa (Barani, ambos) actuaban en los bares de los alrededores y dormían en uno de los galpones del ferrocarril, sobreviviendo con menos que lo justo.
Me cuentan que un día una maestra que se llamaba Yolanda (¿Santi?) los contrató para entretener a sus chicos de preescolar de una escuela que estaba frente a una cancha (Atlético?) y que esa vez comieron hasta ponerse al día. Y que también hicieron lo propio en un jardín de infantes que se llamaba algo así como “Frutita verde”, que regenteaba una paraguaya muy bondadosa.
Ya conocidos fueron parte de la Murga de “Don Bachicha” en los carnavales y hacían números en el Parque del Doctor Chalita y se consiguieron trabajo en el buffet de la cancha de Sportivo, entre otras actividades.
Simpáticos los dos personajes. Se notaba que sabían contar historias, pero era muy poco para conciliar setenta años. Se fueron hacia el lado de Susana, tomando por el bulevar Centenario, al sur. ¿Quién sabe que habrá sido de sus vidas? ¿Seguirá ella volando como un ángel en los cielos de la carpa? ¿El tony habrá cambiado su rutina? ¿Habrán existido o sólo fue mis ganas de hablar con ellos?
La magia de los artistas de circo es así. Aman, viven y sufren en un mundo de fantasía y combaten el hambre con sus propias ilusiones, desafiando al tiempo contando historias a ingenuos como uno que no tiene más remedio – y ganas- de creerlas.
¡Qué macana! No me animé a preguntarles si usaban el mismo apellido porque eran hermanos o pareja.




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