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ESPECIAL Jueves 7 de Septiembre de 2023

El fraile metalúrgico y revolucionario

El día del nacimiento de Luis Beltrán, 7 de septiembre, fue elegido por la Unión Obrera Metalúrgica para conmemorar el Día del Metalúrgico. Una breve biografía del fraile que cumplió un rol clave en el Ejército de los Andes que lideró el General José de San Martín.

REDACCION

Por REDACCION

Luis Beltrán nació el 7 de septiembre de 1874, en el camino que va de San Juan a Mendoza. A los tres días sus padres lo anotaron con el nombre de José Luis Marcelo. Un mal entendimiento de quien tomó sus datos transformó su apellido paterno Bertrand en Beltrán y así trascendió para su vida y para la historia.
A los 16 años entró en el Colegio San Francisco de Mendoza. Con los hábitos conseguidos fue enviado a Chile, donde prosiguió con sus estudios hasta consagrarse como sacerdote. Mitre afirma que era muy inteligente y tenía una predisposición especial para las matemáticas, la música, y toda clase de oficios tales como relojero, carpintero, herrero, dibujante, pirotécnico, cordonero, físico, químico, bordador y médico. Todo lo que sabía lo había aprendido por la lectura
y sus observaciones prácticas. Estudió química, matemática, física, mecánica, ciencias que aprendió a dominar con amplitud.
En 1812, ya sacerdote entró como Capellán del ejército chileno de Miguel Carrera. Pronto sus conocimientos lo llevaron a hacerse cargo de las armas de los patriotas. O”Higgins lo puso al mando de la maestranza de su ejército.
Después de la derrota de Rancagua cruzó la cordillera a pie con un bolso en donde portaba sus inventos y herramientas. O’Higgins lo recomendó a San Martín, quien inmediatamente y con el grado de teniente lo puso al frente de la fabricación de armas. En sus talleres trabajaban más de setecientos hombres, ininterrumpidamente, para hacer lo que San Martín necesitaba. Los historiadores lo han llamado, “Vulcano con sotana”, “El Arquímedes de la patria”, “Artesano del cruce”. Un día le dijo al general: “Si los cañones tienen que tener alas, las tendrán”, como remedando al Molinero Tejeda. Pronto no quedaron campanas, ni ollas, ni rejas en Mendoza. Todo metal le servía a Fray Luis Beltrán para cumplir con sus encargos. Fue asombrosa su tarea: hizo cañones, granadas, fusiles, municiones, sables, lanzas, vehículos de transporte, elementos de seguridad, estribos y herraduras, puentes colgantes, grúas, pontones para doblar quebradas intransitables.
Inventó “las zorras”, carros agostos de cuatro ruedas tirados por caballos con los cuales cruzó los cañones por los Andes.
Comenzó su propio cruce de la Cordillera el 19 de enero de 1917 al mando de la maestranza y encargado de los pertrechos de guerra.
Después la campaña lo llevó hacia el Norte, al Perú. Acompañó a San Martín y luego a Bolívar. Luchó como un soldado más en la última batalla del Ejército Americano, la definitiva Ayacucho.
Un día Bolívar visitó el parque de armas y vio que había muchos fusiles que descansaban inútiles. Enojado, le ordenó, enérgicamente, a Fray Luis Beltrán, el embalaje de mil fusiles y armas de puño en un lapso de tres días. El fraile y sus
hombres trabajaron incansablemente, durmiendo pocas horas, para cumplir con el encargo. Al octavo día regresó Bolívar. El plazo se había cumplido de sobra y la tarea no estaba realizada. Bolívar lo retó sin reparos ni ahorro de palabras y hasta amenazó con fusilarlo. Fray Luis Beltrán entró en una profunda depresión. Una noche se cercioró de que todas las aberturas de su cuarto estuviesen bien cerradas, puso el brasero a su lado y se acostó a esperar la muerte. Pudo ser
salvado a tiempo pero la locura lo ganó. Deambulaba a la deriva por el pueblito de Huancacho, en el Perú, vendiendo estampitas y asustando a las mujeres. Los niños al verlo le gritaban. ¡El loco, el loco! ¡El fraile loco!… Fue rescatado
por una familia amiga.
Volvió a la patria en 1824 y se puso a disposición del Coronel Martín Rodríguez, que estaba organizando en la línea del Río Uruguay para combatir en la guerra con Brasil.
Su grado era el de Teniente Coronel. Por supuesto se encargó del parque de artillería y le proveyó armas y municiones a los barcos del Almirante Guillermo Brown. Participó en el triunfo de Ituzaingó. Pero su salud no daba para  más. Volvió a Buenos Aires a retomar los hábitos y pasó sus últimos días en penitencia y reconciliación con su Dios Había quedado ronco definitivamente en Mendoza de tanto gritar a sus hombres entre los ruidos de los metales, los martillos y la fragua. Su voz era áspera y a veces desagradable, raspaba el aire. Pero aquella madrugada sonó a consuelo, a bálsamo.
Alrededor suyo estaban los oficiales del Ejército de los Andes, mustios, tristes, desanimados. Venían de recorrer los desastres que había dejado Cancha Rayada. Muchos pensaban que ahí terminaba la patriada. San Martín les insuflaba aliento pero tal vez su voz era demasiado clara, se necesitaba una voz ronca. Entonces habló Fray Luis Beltrán.
“Perdimos una batalla, pero no la guerra. Tengo en mis depósitos municiones y armas suficientes para que en pocos días podamos transformar esta derrota en victoria”. San Martín lo miró con duda en su mirada, pero las palabras roncas habían dado resultado.
“Con municiones y armas, vamos a hacer que la noche se les vuelva día”. El ánimo de los militares cambió de la angustia a la esperanza. Al salir de la reunión Fray Luis se encontró con su amigo, el Coronel Manuel Rodríguez, chileno:
–Amigo, necesito un favor suyo y muy grande.
Mande a sus soldados a que traigan todas las personas que puedan juntar. Necesito mil. Todos servirán, hombres, mujeres, niños. Pero los necesito ya.
Y Manuel Rodríguez se los trajo.
–Van a trabajar unos días a la fuerza, pero bien vale la pena el sacrificio.
A las mujeres las ocupó en coser cartuchos de cañón, a los muchachos en hacer cartuchos para fusil y a los hombres en la fundición y maniobras de fuerza. No pararon. Igual que en Mendoza, trabajaron día y noche recambiando a la gente.
En solo 16 días tuvo listo 22 cañones, cientos de fusiles y miles de municiones. El 5 de abril de 1818 el Ejército de los Andes obtenía con esas armas el triunfo definitivo: Maipú.
La noche del 16 de abril hubo fiesta en Santiago. Los fuegos artificiales también eran obra del fraile guerrero. San Martín, junto a él, lo veía sonreír. De pronto se animó a hablarle.
–Lindas explosiones. Me gustan más que las del campo de batalla.
Fray Luis sonrió aún más.
–Estos chinos nos dieron un lindo invento.
Aprovechó el general.
–Dígame, Padre, cuando estuvimos aquella mañana reunidos después de Cancha Rayada. Digo, cuando dijo usted que tenía municiones y armas como para seguir la lucha, usted mintió ¿no es así?
La sonrisa del fraile fue todavía más ancha.
–No teníamos ni para empezar, general.
San Martín volvió a mirarlo como en aquel día. 
–¿La mentira no es un pecado, padre?
Ahora la sonrisa de Fray Luis fue total.
–No, general, a veces apenas es una confusión del lenguaje. Entre “tener” y “tendremos” solo hay un tiempo de verbo. Y eso no es pecado.
Entonces quien sonrió fue el general. Pensó: “Ojalá que Dios nos siga mandando hombres como este”.

Nota: El día del nacimiento de Luis Beltrán, 7 de septiembre, fue elegido por la Unión Obrera Metalúrgica para conmemorar el Día del Metalúrgico. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. A pesar de varios intentos nunca fueron encontrados. 

(Fuente mendoza.edu.ar)

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