Por REDACCION
Desde 2007, cuando se decidió la intervención del INDEC para ocultarla, la Argentina comenzó a convivir con la inflación, prologándose tanto tiempo merced a una evaporación de recursos realmente notable, con los cuales se consiguió sostener un sistema que marchó a contramano de la economía, incluso del sentido común. En algún momento se llegó a justificar "un poco de inflación es buena", aunque ahí quedó sembrada la semilla para que luego se fuese haciendo incontrolable, llegándose a una situación muy complicada que requirió de medidas que, al no ser tomadas en conjunto y como parte de un orden establecido, no dieron el resultado esperado, al menos en un comienzo.
Días atrás el economista Ricardo Arriazu publicó un interesante escrito analizando el fenómeno inflacionario, titulando su columna "Ningún país puede convivir con la inflación", y detallando en un sobretítulo "Casi todos los países han advertido los peligros de los desequilibrios entre gasto y emisión. Sólo algunos pocos persisten en políticas dañinas", con lo cual sólo habría que haber terminado por incluir a la Argentina en este último grupo, ya que junto con Venezuela, Irán y Bielorrusia son los países que mayor inflación tuvieron durante 2013.
Formulado el introito, el autor referido destaca que el año pasado fue de baja inflación a nivel mundial, con una tasa promedio -preponderando la tasa inflacionaria de cada país por su PBI- del 3,76%, dando a conocer que en 103 países la inflación fue inferior a ese promedio y sólo 5 países tuvieron niveles superiores al 20%, la Argentina entre ellos, como queda dicho.
Los países industrializados fueron los primeros en atacar la inflación luego que la misma se elevara al 14% en 1980, consiguiendo reducirla al 3% en 1986, lo cual fue muy destacado por el corto lapso, mientras que en la última década la tasa logró ser estabilizada en el 2%. Por su parte los países emergentes demoraron un poco más en atacar la inflación, aunque en la última década estuvieron en el promedio de 6,18%.
Retrocediendo bastante en la historia, Arriazu recuerda que la inflación fue un fenómeno recurrente desde que los gobernantes de Lidia (Grecia) decidieron en el siglo VII AC restarle un poco de oro a sus monedas. ¿Saben cuál fue la consecuencia? Los precios subieron de inmediato. El fracaso llevó a Solón de Atenas a crear una nueva moneda decretando que se le cortarían las manos -incluidas las suyas- de quien alterara el contenido metálico de la nueva moneda. Así se mantuvo, incluso durante las guerras, extendiéndose su uso durante seis siglos.
A pesar de esta lección, y durante la historia antigua, hubo numerosos casos de monedas espurias, que siempre concluyeron con resonantes fracasos. Siempre, tanto en la historia pasada como la contemporánea, la inflación estuvo ligada al exceso del gasto público, para el cual no se tuvo la capacidad de financiación suficiente.
Aclara Arriazu que "lo importante para evitar la inflación no son los niveles absolutos del gasto y de la emisión, sino los desequilibrios en relación a lo demandado o a lo financiable. En esencia, de lo que se trata es de no gastar más de lo que se puede y no emitir más de lo que el público está dispuesto a atesorar (demandar)".
Se alude luego a las experiencias de Japón y China durante sus períodos de gran expansión económica, lo cual resulta muy ilustrativo para comprender más claramente la situación, destacándose que en ambos países la demanda de dinero creció en forma exponencial al crecer la economía, las transacciones y la riqueza, mientras que el comportamiento fiscal y monetario de características ortodoxas en ambos países establecía que la emisión de origen interno fuese mucho menor que la demanda, obteniéndose como resultado muy fuertes superávits externos y en emisión como contrapartida de la acumulación de reservas.
Se consignan casos similares, aunque de diferentes características, cuando la demanda de dinero crece por los temores sobre sistemas financieros, como ocurre en Estados Unidos, Europa y Japón, cuyos bancos centrales se embarcaron en políticas monetarias muy expansivas sin que se evidenciaran presiones inflacionarias.
Todas estas experiencias, se concluye, indican que no habrá inflación en tanto y en cuanto la emisión sea acompañada por un aumento similar de la demanda, pero será inevitable cuando la supere.
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