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Editorial Lunes 5 de Abril de 2021

Una pobreza que duele

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REDACCION

Por REDACCION

No fue sorpresa el nuevo aumento de la pobreza en la Argentina, que ya alcanza al 42 por ciento de su población, el nivel más alto desde 2004 y equivalente a 19 millones de personas, de las cuales 4.700.000 son indigentes. Las mediciones del INDEC confirman que a lo largo del 2020 alrededor de 3 millones de habitantes pasaron a ser considerados pobres para las estadísticas públicas. La irrupción de la pandemia encontró al país en una situación económica particularmente vulnerable, en medio de una crisis macroeconómica que ya llevaba más dos años recesivos, con caídas en el empleo formal e incremento de la informalidad, así como descensos en los ingresos de los hogares, en un contexto de niveles de inflación cercanos al 50% anual.

El crecimiento de la pobreza es la consecuencia de la la fuerte suba de precios, el derrumbe económico del 10% registrado por la Argentina el año pasado, el cierre de empresas y el aumento de la desocupación. Detrás de los guarismos se advierte un costado preocupante, ya que el 57,7% de los menores de 14 años son pobres, un número equivalente a 6.300.000 personas, al haber registrado en 2020 un aumento de casi 5,5 puntos porcentuales. A tal punto llega el dramatismo de las cifras que para encontrar un número más alto de pobreza es necesario remitirse a 2004, cuando llegó al 44,3%.

Lo peor es que el 42% de los argentinos vive actualmente por debajo de la línea de pobreza justo cuando el gasto público social alcanza niveles récord, lo que deja en evidencia que las cosas no funcionan como se esperan y que es necesario encarar el problema no desde la perspectiva del subsidio sino desde la producción, es decir se debe buscar que la economía se expanda para generar trabajo. 

Algo así había propuesto hace un mes el Foro de Convergencia Empresarial, que agrupa a compañías vinculadas al agro, el comercio, la industria, el campo y los servicios, cuando pidió tanto al Gobierno como a la dirigencia política en general la implementación de políticas sustentables para invertir, generar empleo y en consecuencia reducir la pobreza.

En el 2002, con la salida de la Convertibilidad, se registró la tasa de pobreza más elevada en la historia del país cuando ascendió al 57,5% de los habitantes. Si la Argentina, y en especial la política, no cambia la forma con la que encara el problema estará más cerca de llegar a los registros de 2002 que a lograr un descenso de este flagelo que está muy emparentado al hambre. La radiografía del INDEC de lo que pasa en nuestros pueblos y ciudades enciende las alarmas sobre el futuro espeso y opaco que tendrá el país. 

Recientemente, la directora nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina, Alejandra Perinetti, planteó que el caso de la niña "M." ha llamado la atención de la sociedad en general sobre las precarias condiciones en la que viven miles de niños en la Argentina. Pero la pregunta que nos debemos hacer, según sugirió, es ¿Qué hubiese pasado si los vecinos de "M." no cortaban la autopista y visibilizaban la problemática? La especialista advirtió que lamentablemente casos como éste se repiten en todo el país y lo alarmante es que como sociedad nos acostumbramos a ver niños y niñas en la calle, viviendo en situaciones extremas, casi como si formaran parte del paisaje de cada ciudad. 

La pandemia por la que atravesó el mundo y Argentina no fue excepción, profundizó, acentuó y puso más en evidencia la pobreza en la niñez, lo que agranda la brecha de la desigualdad. Vivir en un país donde seis de cada 10 niños y niñas viven en la pobreza es alarmante y no podemos esperar más, tenemos que actuar. Esta situación nos muestra que vivimos en una sociedad que no logra ocuparse de quienes más lo necesitan y si el presente es complicado, el futuro no será prometedor. Si existe un sólo niño, niña o adolescente que se encuentra en situación de calle es porque en algo se está fallando.

Los nuevos indicadores socioeconómicos de la Argentina se conocieron justo en los días previos a la Semana Santa, un período de reflexión profunda en el que además se revisa el termómetro de la solidaridad. En este marco, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Oscar Ojea, consideró que sin unidad para enfrentar la pandemia y recuperar la economía, no habrá otra orilla, y la pobreza seguirá siendo una realidad que nos humilla y avergüenza. 

Se requieren consensos básicos y políticas de Estado que se continúen más allá de quien gobierne para de una vez por todas poner a nuestro país en dirección del progreso y el bienestar común. 




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