Por REDACCION
La normalidad en el comienzo del ciclo lectivo en la provincia de Santa Fe está dada por el conflicto docente. Y este 2021 no será la excepción aunque, a diferencia de otros años, los niveles de paciencia y tolerancia de los padres son inexistentes después de 12 meses de pandemia que ha robado la presencialidad escolar con todo lo que eso implica, negativamente, en el proceso de enseñanza. Es decir, en las familias se ha consolidado la idea que las clases virtuales ha significado una pérdida en todos los órdenes para los chicos, desde su capacidad de relacionamiento social hasta la de aprender. No se trata de saber sumar mejor o leer impecablemente, sino que los alumnos y las alumnas no han tenido, con la virtualidad, la oportunidad de desarrollar sus capacidades de comprensión, interpretación y resolución como si hubieran ido a la escuela. O en todo caso avanzaron más lento de lo que podrían haberlo hecho con clases comunes y corrientes.
En este marco, hay quienes creen, incluso, que se hipoteca todo el futuro de un niño o niña. Que este modelo concebido a las apuradas en el que un docente daba clases desde su casa a sus alumnos desde un zoom, un class room, un correo electrónico o un mensajito de WhatSapp ha sido una especie de peor es nada, pero es insostenible al menos para los chicos que están en pleno desarrollo cognitivo y de la personalidad.
Lo que nos lleva a otro obstáculo emparentado con la falta de desarrollo del país y sus incapacidades para ingresar a la senda de un progreso consistente que garantice oportunidades y bienestar para todos. La falta de conectividad ha sido un escollo insalvable, esto es la imposibilidad de miles de familias de pagar una conexión a internet para que los niños accedan a sus clases virtuales o al menos pueda descargar la tarea. También refleja la precariedad social que caracteriza al país con la mitad de su población pobre, pues en muchísimos hogares hay un teléfono con internet pero no una computadora, una herramienta clave para elevar el estándar de la calidad educativa en formato virtual. Con el celular no es posible que los chicos puedan encarar seriamente estudiar y resolver la tarea que le encarga el maestro.
Pero el problema de la conectividad es de doble entrada: los docentes también sufren la falta de recursos informáticos y de una buena conexión a internet. La cara más dramática del tercer mundo donde con buenas intenciones no alcanza. Un docente necesita de un buen equipo y una internet de calidad aceptable para vincularse con decenas de alumnos, enviar tareas, recibir los trabajos y poder corregirlos. Y no pocos pueden pagar una computadora 60 mil u 80 mil pesos y un servicio de internet de 3.000 o 4.000 pesos mensuales que, vale apuntarlo, bien podría haber pagado el Gobierno con un plan especial de emergencia.
A todo esto, también es cierto que los docentes tienen familia y a veces trabajar desde su hogar ha sido un problema. Si la casa es chica, si tienen hijos pequeños muy demandantes, si tienen una pareja que también debía cumplir con el régimen de teletrabajo configuraron en tiempos de cuarentena estricta un espacio laboral hogareño en el que era muy difícil, precisamente, trabajar. Tampoco había horarios, pues los alumnos enviaban sus trabajos, mensajes y preguntas a cualquier hora. De los salarios (bajos) mejor no hablar, porque es otra piedra en el zapato.
Lo que la virtualidad hizo, entonces, es que se pierda calidad en el proceso de enseñanza y, peor aún, la desconexión de miles de alumnos que no tenían los medios para aprender desde el hogar. Como se advirtió, hubo una desvinculación peligrosa cuyo impacto aún no se puede dimensionar y que es necesario remediar. Es cierto que los equipos de áreas educativas de gobiernos locales, como la Municipalidad de Rafaela, salió al territorio a buscar a los alumnos perdidos pero más allá de la disposición y el esfuerzo, el daño ya está hecho.
En Europa las escuelas abrieron para mantener la vinculación con los alumnos y de ser necesario cerraban cuando la situación epidemiológica era grave. En Argentina, los gobernantes no se tomaron esas molestias durante el 2020 y optaron por dejar que los docentes y las familias carguen el peso de la pesada mochila de garantizar las clases. En la mayoría de los casos, salió bastante mal al punto de generar desesperanza, desesperación y hartazgo.
Una consecuencia fue que los padres se organizaron para reclamar la vuelta de las clases presenciales, pero al ciento por ciento. No como ahora que se inventan burbujas a destiempo para cumplir con protocolos sanitarios de bioseguridad. Hay contradicciones evidentes cuando los alumnos de primaria o de secundaria van a los clubes a practicar deportes colectivos pero en la escuela estarán, desde hoy, sometidos a un estricto protocolo que bien hubiera útil para garantizar clases presenciales en 2020, no ahora. La política, a contramano.
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