Por REDACCION
Donald Trump transita las últimas horas como presidente de Estados Unidos sin pena ni gloria, con un legado que lo deja lejos de la galería de líderes que ocuparon la Casa Blanca y lo acerca al barro de los escándalos, las polémicas, las controversias, la altanería y la soberbia. Sin duda que el excéntrico millonario quedará lejos de la historia grande de la principal potencia mundial tanto por su gestión como por la forma de enfrentar las elecciones en las que buscó ser reelecto y el último tramo de su mandato.
Samuel Farber, Doctor en Sociología por la Universidad de California en Berkeley y profesor del Brooklyn College de la City University of New York recordó en un artículo publicado a mediados del año pasado que poco después de que asumiera la Presidencia, un grupo de 27 psiquiatras y especialistas en salud mental estadounidenses confeccionaron una extensa lista de trastornos de la personalidad de Donald Trump: narcisismo, trastorno delirante, paranoia, hedonismo desenfrenado, entre otros.
Impredecible e incapaz de generar confianza, Trump ha sido un continuo destructor de las reglas de comportamiento político esenciales. Se negó a dar a conocer sus declaraciones de impuestos y a colocar sus propiedades financieras e inmobiliarias en un fideicomiso ciego, prácticas habituales a las que han adherido desde hace muchos años tanto los republicanos como los demócratas, apunta Farber al analizar al líder republicano. Trump ha ignorado muchas reglas del juego institucional, especialmente aquellas que mantienen el "civismo" esencial para la estabilidad política y para una armoniosa alternancia en el poder entre republicanos y demócratas, subraya el analista.
Pero más allá de rechazar una y otra vez la derrota frente al candidato demócrata, Joe Biden, el presidente de los Estados Unidos de América hasta el mediodía de hoy deberá marcharse de la Casa Blanca. Afirma que ha obtenido la victoria, resiste en los tribunales a pesar de la seguidilla de reveses legales y se despide envuelto, como no podía ser de otra manera, en medio de una polémica puesto que no participará del traspaso del poder y de la asunción de su vencedor hoy en una militarizada ciudad de Washington.
Además, Trump no se aleja de la función pública en paz sino que enfrenta un segundo impeachment que podría afectar sus planes futuros en la política estadounidense. Más allá del rastro de división y decisiones muy cuestionables que deja atrás, hay que reconocer que en las elecciones de noviembre pasado logró una enorme cantidad de votos de los americanos. Trump abandonó el año pasado la OMS, en medio de la pandemia de Covid, y antes había resuelto retirar a Estados Unidos del Acuerdo ambiental de París para reducir el calentamiento global, medidas que su sucesor desandará.
Ahora bien, Trump "es un presidente con unos índices de aprobación netos (esto es, aprobación - desaprobación) más bajos del último siglo" según expresó el politólogo y analista español Daniel Vicente Guisado al portal 20minutos.es, puesto jamás ha superado "el 42% de aprobación" después de las primeras semanas de mandato. De forma comparativa se puede apreciar que "solo ha habido dos presidentes con índices de desaprobación más altos: Carter y Truman, y ambos en momentos muy puntuales de sus mandatos".
La semana pasada, la Cámara de Representantes aprobó someter al todavía presidente de Estados Unidos a su segundo impeachment, acusándole de "incitación a la violencia" por el asalto al Capitolio y convirtiéndole así en el primer mandatario estadounidense que es sometido dos veces a ese proceso.
Cabe preguntarse entonces como un dirigente salpicado continuamente por los conflictos y los escándalos institucionales pudo ser elegido presidente de la primera potencia mundial. Según Farber, la explicación se remonta al impacto que tuvo la crisis creada por la gran recesión económica de 2008. La recesión se sumó a los efectos duraderos de la creciente desindustrialización que los trabajadores estadounidenses sufrieron y frente a la cual el Partido Demócrata, ya sea bajo el ala de Carter, Clinton u Obama, no hizo gran cosa para mejorar la situación.
Por tanto, envuelto en un manto de autenticidad al postularse como un defensor de la gente común, Trump pudo imponerse en las elecciones del 2015 de la mano de su promesa de revitalizar el sueño americano para los estadounidenses. Y también a partir de una campaña electoral agresiva a través de las redes sociales, como Facebook, según entienden expertos en comunicación política, que incluyó tácticas de noticias falsas para afectar la imagen de su adversaria demócrata, Hillary Clinton.
Para evitar el fracaso, Trump niega la realidad, dicen quienes lo conocen. Como empresario, presentó sus múltiples quiebras como si fuera parte de un plan. "Él decía: 'Lo hice intencionalmente'", recuerda Jack O'Donnell, quien trabajó para él -fue director de un casino en Atlantic City- según cita un artículo de la BBC. "El fracaso no es una opción" era uno de los lemas de quien será, a partir de hoy, ex presidente de Estados Unidos. El fracaso fue una opción, está visto.
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