Por REDACCION
Si hay algo en lo que muchos argentinos están de acuerdo es que la situación de crisis del país es permanente, esto es lo que debería ser una cuestión transitoria y excepcional es prácticamente un estado natural de las cosas. A esta altura no pocos dudan sobre si los argentinos tendrían la capacidad de vivir en un país ordenado dado el entrenamiento que implica desenvolverse diariamente en una Argentina siempre revuelta, tan cambiante e imprevisible que obliga a estar, todo el tiempo, "en guardia" y algo más. Quizás si alguna vez nos despojamos del subdesarrollismo y del estatus de "país emergente" para avanzar al casillero de las "naciones de primer mundo" entonces deberemos adquirir nuevas destrezas para manejarnos en un entorno más amigable y menos hostil por la inseguridad, la inflación, la calidad de los servicios, la infraestructura precaria y el hecho de que la plata nunca es suficiente, entre otras adversidades.
El punto es que en un país que atraviesa sucesivas crisis económicas son los especialistas en economía los que adquieren un rol protagónico en el debate de los asuntos públicos. Pero a la luz de tantas declaraciones, estudios, informes y otras contribuciones técnicas efectuadas por distintas fundaciones, institutos y consultoras que son ambientes habituales para el ejercicio profesional de los economistas, queda la sensación de que son unos "sabelotodos" cuando se encuentran como observadores y analistas de la coyuntura, pero que se les acaban las herramientas cuando se sitúan en un cargo público en materia de gestión.
Algo así como cuando están afuera del gobierno tienen todas las soluciones a los problemas, pero cuando ingresan a la estructura de los equipos económicos no tienen una idea de como resolverlos. Enorme paradoja para un país que, cuando se discute porque no logra crecer y consolidar el desarrollo con tanto potencial natural, se cae en la cuenta medio en serio y medio en broma en aquella frase que repetía el célebre Tato Bores: el problema de la Argentina son los argentinos.
En este contexto, se inscriben las declaraciones recientes del director de la consultora Economía & Regiones, Diego Giacomini, que sostuvo que "en el Gobierno nadie sabe de macroeconomía" al tiempo que consideró que no tuvo un "diagnóstico acertado" en material fiscal. "En el Gobierno nadie piensa la macroeconomía porque en el Gobierno nadie sabe de macroeconomía, y por tanto cometen errores que demuestran que es así", cuestionó tan sencillamente.
Para el experto, en el equipo económico designado por el presidente Mauricio Macri "no tuvieron desde el comienzo un diagnóstico acertado sobre que la madre de todos los problemas era lo fiscal; y que había que atacar rápidamente, e ir al hueso con un programa consistente".
Así, Giacomini de alguna manera sustenta esta visión de que hay dos economistas, los que saben están fuera del gobierno y los ineptos están dentro. Más aún, expresó al portal Infobae que "puntualmente el Gobierno tendría que haber hecho al final de 2015 un proyecto de Presupuesto 2016 propio, atacando lo fiscal con una reforma del Estado que llevara a una baja del gasto público, para permitir reducir el déficit y de ese modo poder bajar impuestos".
Por definición, un economista "estudia y analiza tanto las causas como consecuencias de los fenómenos económicos que involucran costes y beneficios, a través del cual estructura, interpreta y elabora modelos y leyes". Y el alto estatus del economista frente a la sociedad es resultado de la cantidad de información que el profesional debe de manejar para estudiar, entender y modelar la sociedad con relación a esos fenómenos.
Tampoco escapan los economistas a la grieta que atrapó, incluso, al periodismo en la figura del "periodismo militante". Entonces los diagnósticos se realizan desde una toma de posición determinada.
"La economía, estúpido" es una frase acuñada durante la campaña presidencial de los Estados Unidos en 1992, cuando Bill Clinton compitió contra un fortalecido George Bush que gozaba de amplia popularidad e imagen positiva a partir de sus éxitos en la política exterior. El dilema de Clinton era, entonces, cómo ganarle a un presidente tan sólido. Su equipo de campaña optó por enfocarse en los asuntos de la vida cotidiana de los estadounidenses, como las cuestiones económicas. Ganó las elecciones (también proponía cambio vs. más de lo mismo, una estrategia trillada en toda elección en todo punto del planeta, inclusive nuestra Argentina).
Ese eslogan norteamericano "la economía, estúpido" aplica en gran medida a la realidad argentina de estos días... y de estos años. Pero resulta que tenemos economistas que son unos fenómenos para encontrar los defectos cuando están afuera del gobierno y unos incapaces cuando deben conducir la economía. Una pena por este país "condenado al éxito".
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