Por REDACCION
A principios de año, un nuevo coronavirus empezó a propagarse desde Asia al resto del mundo. En marzo, se convirtió en una pandemia que, en apenas unas semanas, nos reveló no solo nuestra fragilidad física sino también la de nuestros sistemas económicos y sociales.
Intentar abarcar todos los aspectos en los que el COVID-19 marcó nuestra vida cotidiana es una tarea casi imposible de abarcar, pero de alguna manera se puede realizar un análisis de lo ocurrido en el año que hoy termina.
En primer lugar, debe señalarse que la pandemia hizo retroceder los esfuerzos para crear sociedades más equitativas. La desigualdad entre ricos y pobres empeoró durante la crisis del COVID-19 y aumentó la pobreza, por primera vez en un porcentaje no observado en las últimas décadas.
El mundo se caracteriza por una enorme desigualdad, con la mitad de la riqueza mundial concentrada en un grupo de personas que podría caber alrededor de una mesa de conferencias, según expresó un informe de las Naciones Unidas, que además prevé que en 2030 habrá todavía unos 500 millones de personas en la pobreza extrema.
En los últimos doce meses, el COVID-19 ha profundizado esas desigualdades, una realidad que destaca la Organización Internacional del Trabajo, al afirmar que unos 2.000 millones de trabajadores del sector informal son especialmente vulnerables.
A lo largo del año, la OIT publicó una serie de proyecciones que alertaban de que millones de personas perderían su trabajo o quedarían subempleadas como consecuencia de la pandemia, que generó una considerable recesión económica.
El organismo emitió, a lo largo del año, recomendaciones para mitigar el daño a los medios de vida, como la protección de los empleados en el lugar de trabajo y programas de estímulo económico y laboral.
En abril, la magnitud del sufrimiento mundial quedó reflejado en un informe de la ONU que mostró que la pobreza y el hambre estaban empeorando y que los países ya afectados por las crisis alimentarias eran muy vulnerables a partir de la pandemia.
Para hacer frente a las restricciones de circulación impuestas por el COVID-19, se encontraron algunas formas innovadoras para alimentar a los más pobres y vulnerables, valiéndose de entrega a domicilio y de mercados móviles.
Esto habla de cómo las ciudades de América Latina se han unido para apoyar a sus poblaciones y, además, refleja las advertencias de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del alto riesgo para la salud de muchos habitantes de los centros urbanos durante la pandemia, especialmente de los 1.200 millones que viven en favelas y otros asentamientos informales.
El estudio también llegó a la conclusión que las mujeres son las más afectadas por la crisis del COVID-19, ya que tienen más probabilidades de perder su fuente de ingresos y menos probabilidades de estar cubiertas por medidas de protección social.
Los números revelaron que la tasa de pobreza entre las mujeres aumentó más de un 9%, lo que equivale a unos 47 millones de personas. El dato representa un retroceso de décadas de avance hacia la erradicación de la pobreza extrema.
El progreso hacia la reducción de la pobreza infantil también sufrió un revés este año. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y el Banco Mundial informaron que unos 365 millones de niños vivían en la pobreza antes del inicio de la pandemia, número que se incrementó considerablemente en este nefasto 2020.
La pobreza extrema priva a cientos de millones de niños de la oportunidad de alcanzar su potencial en términos de desarrollo físico y cognitivo, pero además amenaza su capacidad para conseguir buenos trabajos en la edad adulta.
Este año, también, se interrumpió la educación de millones de niños en todo el mundo. Las escuelas se esforzaron, en algunos casos, por hacerle frente a los repetidos cierres y reaperturas de actividades, pero no resultó suficiente, porque los niños pobres, sin acceso a la conectividad, fueron los más afectados.
El cierre de escuelas como resultado de contingencias sanitarias y otras crisis no es nuevo, al menos no en el mundo en desarrollo. Sus consecuencias, siempre devastadoras, son bien conocidas: la pérdida de aprendizaje y mayores tasas de abandono escolar.
Lo que distingue a la pandemia de COVID-19 de las demás crisis es que viene afectando a los niños en todos los rincones del mundo y al mismo tiempo.
Los más pobres y vulnerables son claramente los más perjudicados cuando las escuelas cierran, algo que lamentablemente no encontró una solución acorde a la necesidad de defender la continuidad del aprendizaje y la apertura segura de las escuelas, cuando fuera posible.
Son algunos de los temas que merecen ser tenidos en cuenta, pero seguramente no los únicos, en un año atravesado por la pandemia.
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