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Editorial Viernes 21 de Enero de 2011

Mejor educación

Según el índice de calidad de educación primaria del Foro Económico Mundial, nuestro país se encuentra ubicado en el 95 lugar, desmejorando la posiciòn que tenía en el año 2000. En pocas palabras, hemos retrocedido.

Redacción

Por Redacción

Tener una mejor educación es seguramente uno de los grandes objetivos incumplidos que tiene la Argentina por delante, sobre el cual se ha dicho mucho y se ha hecho poco, aun cuando se haya incrementado el presupuesto. Es que, si bien se tuvo la intención con la adjudicación de más dinero, en cambio se careció de la inteligencia y capacidad para cumplimentar un más eficiente ordenamiento de todo el complejo sistema educativo, el cual continúa teniendo muchas deficiencias, algunas de ellas crónicas debido al excesivo tiempo que se han enquistado, y otras producto de la improvisación, e incluso del desconocimiento que evidencian ciertos funcionarios improvisados, puestos a desempeñar funciones que exceden en sus posibilidades.
Mejorar la educación, se ha dicho desde siempre y efectivamente lo compartimos en absoluto, es una de las metas primordiales que debe tener un país, pues de ahí depende su futuro. Sin una educación apropiada y conveniente, no existe porvenir.
Reiteramos que aún habiéndose producido una suba en el presupuesto educativo, continúan existiendo condiciones muy deficitarias en todos los niveles de la educación, tal como lo aseveran las estadísticas internacionales.
Uno de ellos por ejemplo, correspondiente a la organización de países más desarrollados, evaluando el desempeño de los estudiantes más avanzados, arroja que en la Argentina en 2009, se registraron resultados muy bajos en rendimiento, con notas cuyo promedio está por debajo del nivel mundial. En matemáticas los argentinos quedaron en la ubicación 55,  en competencia científica 56, y en comprensión de lectura 58, sobre un total de 65 países relevados.
Los resultados son en realidad pobres, aunque mejores que los logrados en este mismo evento en el año 2006, pero por debajo de los alcanzados en el año 2000, con lo cual queda en evidencia que no se advierte una línea equilibrada en el rendimiento, sino que se producen muy contradictorios vaivenes, lo cual es sin dudas resultado de la inestabilidad que tiene todo el conjunto del sistema educativo.
Más que deslindar responsabilidades, una actitud muy propia de los gobiernos que se suceden en nuestro país, lo que se hace indispensable es que haya una verdadera política de Estado en materia educativa, para que la misma se ubique por sobre las intenciones parciales de los funcionarios de turno, que tal vez puedan ser bien orientadas, pero que aisladamente no alcanzan los efectos pretendidos al ser aplicados de esa manera.
Por su parte el índice de Calidad de Educación Primaria del Foro Económico Mundial, ubica a nuestro país en el puesto 95, apareciendo de tal forma en otra ubicación sumamente desfavorable para nuestras aspiraciones, y por sobre todo, que desvanecen todos los justificativos que suelen argumentarse desde los despachos oficiales cada vez que se conocen estos índices tan negativos para la educación argentina.
Desde la educación de niveles iniciales e intermedios, pasamos también ahora al estrato terciario, ya que algo muy similar sucede con las universidades argentinas en su ubicación en el mundo. Es que el ranking elaborado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas de España, entre las mejores 200 universidades del mundo no aparece ninguna de nuestro país, siendo la mejor ubicada la Universidad de Buenos Aires en el lugar 274, para aparecer después la Universidad de La Plata en la posición 660 y la Universidad de Córdoba en el lugar 855.
Como desde el Gobierno nacional se ha salido a descalificar estas estadísticas, acudiendo a un abanico de argumentos que son al menos discutibles, confiamos en que no ocurra con la educación como con las cifras de la inflación. Es decir, que en lugar de reconocer el problema para poder enfrentarlo en cuanto a la búsqueda de soluciones, se trate de ocultarlo y de tal manera, contribuir para que siga agravándose.
Es que mientras no se asuma decididamente la realidad, partiendo de la admisión que la educación argentina padece de una serie de dolencias que vienen de antigua data, no sólo es incierto el futuro, sino que muy improbable que se puedan alcanzar soluciones.
Tengamos esperanza en que este desafío que aún queda pendiente de la Argentina, sea afrontado con toda la energía que las circunstancias requieren. El futuro está en juego.

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