Por Redacción
Contundente como siempre, o tal vez más todavía, fue el papa Francisco en su primera misa del nuevo año, oficiada desde la basílica de San Pedro en el Vaticano, abordando a uno de sus temas predilectos: la miseria que crece en el mundo, la opresión y la violación de los derechos humanos fundamentales. Su advertencia, concretamente, estuvo orientada por "el río de miseria" que está creciendo en todo el mundo, teniendo su origen en "la maldad humana", por lo cual es el momento de terminar "con la arrogancia de los poderosos", y por sobre todas las cosas con "la falsa neutralidad hacia los conflictos, el hambre y la persecución, que desencadena un éxodo a veces mortal de los refugiados".
"Cada día, aunque deseamos vernos sostenidos por los signos de la presencia de Dios, nos encontramos con signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que está ausente", fue otra de las contundentes definiciones del Papa en su primer oficio religioso de este año, en el cual la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz. Su denuncia, estuvo orientada hacia que "la plenitud de los tiempos parece desmoronarse ante la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la humanidad".
Como en todas las ocasiones anteriores, la palabra del Papa no tuvo desperdicios ni excesos, sino que se encontraron perfectamente incluidas dentro de su posicionamiento de llamado en favor de los más necesitados y de los actos de grandeza que deben asomar entre quienes han provocado esta permanente violación de los derechos fundamentales de muchos en el mundo. "A veces nos preguntamos ¿cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúa humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables de nuestro mundo?", fue uno de los varios interrogantes que dejó planteados el Papa durante su sermón, para añadir por ejemplo "¿hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando la tierra de violencia y de odio, que provocan tantas víctimas inocentes", o bien "¿cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar su vida con tal de que se respeten sus derechos fundamentales?".
Con tales afirmaciones, la referencia estuvo directa hacia los conflictos bélicos y despóticos que se vienen registrando en numerosos países a costa de sus habitantes, que colmados en su resistencia, no tienen otra opción que poner en riesgo sus vidas para huir hacia otras latitudes, un fenómeno que estuvo y continúa asolando a Europa, con saldos realmente lamentables, que superan todos los límites humanos.
Este fenómeno fue descripto por el Papa como "un río de miseria alimentado por el pecado", pero que "nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo", reclamando que "todos estamos llamados a sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir". Volvió a machacar el Papa argentino, como lo hizo tantas veces anteriores, en la indiferencia que existe en el mundo, especialmente entre los poderosos, los que gobiernan y tienen poder de decisión sobre el resto, quienes muchas veces se ocultan detrás de ese clase de actitudes y posiciones para evitar tomar partido en actos de solidaridad y comprensión.
Como suele hacerlo en estas ocasiones, la exhortación y advertencia fue generalizada, no citando ningún país, ni siquiera alguno de los continentes, tampoco alguno de los conflictos en especial, aunque es inevitable enfocar sus conceptos hacia los refugiados y migrantes que se volcaron hacia países europeos durante 2015, llegando desde Africa, Asia y Oriente Medio.
La Santa Sede había difundido previamente el mensaje que pronunciaría el Pontífice para esta Jornada Mundial de la Paz, enmarcado bajo el lema "Vence la indiferencia y conquista la paz", lo que hizo que la plaza San Pedro y sus alrededores estuvieran en tal ocasión con una seguridad y presencia policial como nunca antes, previniendo la posibilidad de alguna manifestación de violencia.
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