Por REDACCION
La fuerza de la pandemia de Covid es tan poderosa que no hay país que haya podido resistir, ni siquiera aquellos considerados como desarrollados donde todo parece funcionar bien, con orden y organización, los efectos adversos en todos los ámbitos, desde lo sanitario hasta lo económico. Tras un primera etapa de sorpresa y conmoción ante lo desconocido, una vez comprobado el nivel de contagiosidad y letalidad del nuevo virus, la humanidad ingresó a una fase de miedo al caer en la cuenta que no tenía con qué defenderse de la amenaza más que recursos primitivos, como un barbijo, la distancia social y el lavado de manos. La misión fue entonces destinar todos los esfuerzos en conocer al adversario para luego neutralizarlo a través de las vacunas.
En el mientras tanto, los gobiernos también resolvieron echar mano de las restricciones de movimiento de personas y cierre de actividades no esenciales. En 2020, las escuelas cerraron sus puertas en todos los rincones del mundo aunque no en forma permanente sino que fue por períodos de tiempo breves en muchos casos y prolongados en otros tantos. Argentina fue uno de los países que en marzo del año pasado tomó la decisión de suspender las clases presenciales y explorar el camino de la virtualidad como un nuevo entorno de enseñanza y vinculación entre docentes y alumnos.
Abril de 2020 fue el mes en el que casi todo se detuvo, pero en mayo comenzaron a habilitarse tibiamente algunas actividades porque, nadie lo duda, no se puede vivir sin trabajar. Hubo sectores económicos que lograron adaptarse más rápidamente que otros a la nueva normalidad en tanto que otros no pudieron salir de las penumbras por varios meses, como el de la gastronomía, el turismo y servicios educativos (jardines de infantes).
En el caso de las clases en las escuelas primarias y secundarias, una vez que la presencialidad le dejó su lugar a la virtualidad ya no hubo vuelta atrás, lamentablemente, más allá de los reclamos de las comunidades de padres en distintas regiones del país. Es que a pesar de las distintas situaciones epidemiológicas que se observaban en una u otra región, la medida de suspender las actividades en las aulas regía para todos por igual, inaugurando una tragedia educativa cuyas consecuencias aún no se pueden dimensionar.
La política y los gobiernos, asustados y sin planificación y coordinación, optaron por cerrar actividades económicas y clases en aras de cuidar la salud de la población sin tener en cuenta los daños colaterales, como la extinción de miles de empresas con el lógico impacto negativo en el empleo. A medida que transcurría el 2020, las familias comenzaron a advertir los límites de un improvisado sistema educativo virtual y pusieron en marcha los pedidos para que se elaboren los protocolos que se permita el regreso a las aulas. No hubo caso, el tiempo fue pasando con debates improductivos hasta que se fue el año sin haber recuperado la presencialidad.
Recién en este 2021 maduró la decisión política para reabrir las escuelas, básicamente porque no había margen para no hacerlo. Bajo la presión de los padres aparecieron los protocolos para establecer los procedimientos en los centros educativos que posibilitaron, desde mediados de febrero, recuperar la presencialidad. Pero al mismo tiempo se consolidó la idea de que todo lo que se hizo en febrero se podría haber hecho en el segundo semestre del 2020.
Los docentes coinciden en señalar que el sistema de burbujas implementado este año bien podría haber sido útil para recuperar la presencialidad en agosto último, cuando comenzaba la segunda parte del ciclo lectivo pasado. Con buen criterio, el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, dijo en marzo pasado que en caso de registrarse un foco de contagio en una escuela lo que se debe hacer es suspender la actividad educativa en la menor unidad geográfica posible. Hubiera sido muy razonable que esa misma posición hubiera aparecido a mediados del año pasado. Queda así en evidencia la cadena de desaciertos de los gobiernos nacional y de las provincias que durmieron una larga siesta a la hora de trabajar para el retorno de la presencialidad.
Esta semana el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aseguró que la continuidad de las clases es algo que el presidente Alberto Fernández "puso como prioridad", por lo que las restricciones solo serán para "otras actividades". El funcionario expresó que aprendimos a trabajar con pandemia y llegó el momento de aprender una presencialidad escolar con pandemia. Hubiera sido importante esta postura a mediados del año pasado.
Ahora las tres prioridades son la salud, la economía y la presencialidad en las aulas, agregó Cafiero. Hubiera recibido una calificación de 10 si hubiera pronunciado esa frase en julio del 2020 y no la segunda semana de abril de 2021.
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