Por REDACCION
El clima institucional en la Argentina se va poniendo cada vez más espeso. Poco queda de aquel espíritu de concordia que se viralizó en el sistema político nacional al anunciarse la primera cuarentena obligatoria, en marzo pasado, y ahora se advierte un preocupante brote de crispación que reaviva la grieta que marca a fuego la historia reciente del país. La lucha contra la pandemia del coronavirus aplacó inicialmente las disputas al mismo tiempo que se cristalizaba una alianza temporal contra el enemigo común, invisible por cierto y lamentablemente, letal.
Más de un centenar de días después la armonía se despide del escenario político para dejarle lugar a la confrontación, un estado de ánimo que nada suma a la democracia ni tampoco puede traducirse en una mejora en la calidad de vida de los argentinos.
La cultura del encuentro que tanto pregona el Papa Francisco desde el Vaticano como una opción para buscar acuerdos y soluciones reales a los problemas de la gente parece haber perdido otra oportunidad en esta Argentina del conflicto permanente y de las crisis recurrentes que impiden avanzar rumbo al progreso. Esa sensación de estancamiento es inevitable en esta coyuntura plagada por los desencuentros, en la que dejamos pasar una y otra vez el tren sin subirnos.
A pesar de este pánico generalizado que imprime el Covid-19, el Sumo Pontífice argentino tuvo una referencia crítica durante el fin de semana para la clase política al señalar que algunas formas de corrupción se producen cuando los gobernantes sienten más amor por sus familiares que por la propia patria y "ponen en el cargo a sus parientes". Francisco expresó, durante el rezo del Angelus, que algunas corrupciones en los gobiernos vienen realmente porque el amor por la parentela es más grande que el amor por la patria y ponen en el cargo a sus parientes.
En la Argentina sobran los (malos) ejemplos de dirigentes políticos -de todos los partidos, puesto que el nepotismo no tiene colores sino más bien responde a una cuestión corporativa de privilegios- que favorecen a sus familiares para acceder a un cargo en el Estado, sea en un poder ejecutivo, legislativo o incluso judicial. En todos lados, incluso encumbrados funcionarios rafaelinos en el Congreso nacional, la Legislatura provincial o incluso el Concejo Municipal no han podido resistir a la tentación de designar a familiares en un puesto público que terminan solventando los agobiados contribuyentes con el dinero de sus impuestos. Así, mientras el grueso de los jóvenes deben prepararse para competir por un empleo, superando exigentes instancias de evaluación y entrevistas, los hijos del poder ingresan con alfombra roja a un cargo estatal. La meritocracia, ausente.
La atmósfera de la política argentina, que por momentos se vuelve irrespirable, muestra crecientes peleas por el alcance y la continuidad del aislamiento obligatorio mientras se dispararon los contagios de coronavirus. En este punto, llama poderosamente la atención que el ministro de Salud de la Nación admita que se prohíba la actividad de los runners en la Ciudad de Buenos Aires por una cuestión de imagen "más que que por los contagios". Y la agenda monotemática marcada por la pandemia que prevaleció durante buena parte del otoño se descascaró y dejó entrar temas que derivan en nuevas polémicas en las que el Gobierno y la oposición ya encuentran pocos puntos de vista en común. Los ataques sistemáticos a los productores agropecuarios que derivan en fuertes pérdidas por la rotura de silobolsas donde conservan sus cosechas sin que se logre la detención de culpables, el festejo de estas acciones repudiables por parte de militantes en las redes sociales, el anuncio sorpresivo de la intervención de la empresa Vicentin, con promesa de inminente expropiación efectuada por el Presidente de la Nación, las declaraciones de cuestionados aunque reconocidos dirigentes de la vida pública -como Luis D' Elia- pidiendo la muerte de un ex jefe de Estado, el maltrato, la persecución y el hostigamiento de periodistas por el solo hecho de preguntar -como la conductora del noticiero de Telefé, Cristina Pérez- que cercenan la libertad de expresión, los escándalos en el Senado con micrófonos silenciados que dejaron sin voz a los opositores y el avance en la justicia en busca de impunidad en causas por corrupción que salpican a ex funcionarios que volvieron a ocupar cargos públicos en diciembre último constituyen hechos que lesionan gravemente la calidad de la democracia argentina.
Ante estas peligrosas actitudes del poder, lo que quedan a veces como respuesta son las protestas callejeras, desde caravanas-bocinazos hasta cacerolazos, para tratar de poner un límite a quienes se creen con derecho a hacer lo que se quiera por el simple hecho de haber ganado una elección. Los políticos no parecen dispuestos a hacer política para transformar positivamente la realidad sino solo para perpetuarse en el poder a la vez que garantizarse un buen pasar y un mejor futuro.
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