Por REDACCION
Cada vez cuesta más mantenerse optimista en la Argentina con indicadores sociales y económicos en un tobogán sin final. El aumento de las tarifas de los servicios públicos de estos días constituye un nuevo golpe, seco, directo e intenso, al corazón del bolsillo al que siempre le quedan chirolas para ir al supermercado. Los argentinos siguen haciendo nuevos orificios al cinto de tanto ajuste al gasto de las familias. Se cobra menos a fin de mes, la plata vale poco y las cosas cuestan mucho, así no hay ecuación económica que sirva ni datos que alienten la esperanza.
La mejora en la cosecha aparece como un dato positivo para el primer trimestre del año. El cumplimiento de las metas fiscales comprometidas ante el FMI también. Son dos señales favorables en términos de macroeconomía, pero la cuestión es que derrama poco y nada a la microeconomía. Gran parte del salario se va a en pagar la luz, el gas, los combustibles y los impuestos, así no hay forma de recuperar el consumo que luego mueva al comercio y a la industria, a la vez que permita recuperar el empleo.
Al final de cada día se consulta por el cierre del dólar pero desde el Gobierno nacional no se habla de políticas para los sectores de la producción. Hay reuniones con este o aquel gobernador por el calendario electoral, pero ni el Presidente ni sus ministros explican de qué manera se puede poner de pie un país que en estos días se empobrece y se hunde en la miseria.
Cambiemos no cambió demasiado la lógica de la política argentina ni mucho más. O fracasó en el intento o bien solo se trató de un artilugio electoral para triunfar en las urnas. Hoy parecería que los argentinos tiene una decisión difícil que tomar: o vota por un modelo corrupto o por uno recesivo e insensible. Así de áspera parece la realidad argentina por estos días grises y lluviosos de verano.
Cientos de trabajadores reciben sus telegramas de despidos o bien asisten a su lugar de trabajo como todos los días y se encuentra con la ingrata sorpresa de que la fábrica o el comercio que los emplea ya no abrirá sus puertas. O que reduce su planta de personal por los aprietes de la coyuntura. Miles de familias la están pasando mal y al menos por unos meses más no tienen cómo ser optimistas, cómo alimentar las expectativas positivas. A veces ni siquiera el color esperanza de aquella canción de Diego Torres es el remedio para los tonos opacos del estado de ánimo. No alcanza con creer que se puede.
En Rafaela, decenas de trabajadores ya no pueden trabajar. Se quedaron sin su empleo en una fábrica de productos para el descanso, en una concesionaria de autos o en una tienda más pequeña. Es la crisis, se vende poco. Las estadísticas de enero son mortales en términos del sector automotriz, que sufrió una caída del 50 por ciento en los patentamientos en relación a igual mes del año pasado.
Ahora se entiende cuando los empresarios advertían hace tres meses que estaba preocupados por los efectos de la recesión. Algunos tienen más espalda que otros para aguantar un trimestre, otros un semestre pero, ¿y después? Ni el Gobierno ni los economistas le pueden decir a un empresario que desde marzo, es decir ¡el mes que viene! ya podrá aumentar sus ventas y por tanto que duerma tranquilo esta noche. Hay muchos que ya no duermen o lo hacen mal. Empresarios y trabajadores con miedo a perder su puesto en una fábrica o en una oficina.
Un grupo empresario santafesino con inversiones en Rafaela despidió casi 80 empleados esta semana. Y luego las noticias cuentan entre tantas cosas que la empresa de colectivos ERSA dejó de operar en la ciudad de Santiago del Estero y 400 personas se quedaron sin trabajo, entre administrativos, choferes y técnicos. La compañía decidió salir de la capital santiagueña al considerar que el servicio no es rentable luego de la quita de subsidios por parte del Gobierno nacional. En esa ciudad, el boleto de colectivos subió casi al doble: pasó de 10,35 a 19,50 pesos.
Las estadísticas oficiales de los primeros once meses permiten estimar que 2018 habría terminado con más 200 mil empleos en blanco menos que al inicio. En noviembre pasado había 12.177.900 trabajadores registrados, lo que representa una baja de 209.200 en el acumulado del año. Los datos corresponden al Reporte del Trabajo Registrado que elabora mensualmente la Secretaría de Trabajo. Al comenzar 2018 había 12.387.100 puestos de trabajo. Se podría incluso decir que el año pasado se habría perdido todo lo que se ganó en 2017 porque ese año había comenzado con 12.104.300 empleos.
Para cerrar, un dato fresco de la economía estadounidense: creó en enero la elocuente cantidad de 304.000 empleos y al mismo tiempo el aumento de los salarios se mantuvo levemente encima de la inflación, según reportó el viernes el departamento de Trabajo. Sana envidia.
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