Por REDACCION
Mucho antes de que la pandemia del Covid-19 se empiece a propagar a lo ancho de todo el mundo, una gran cantidad de países atravesaban por una situación preocupante en materia de alimentación.
El panorama, está claro, se vio agravado como consecuencia de la enfermedad, que derivó en mayores dificultades, no exclusivamente en lo sanitario, que adquirió ribetes impensados en varios rincones del planeta, sino que los inconvenientes afectaron las economías de los más vulnerables.
Durante todo este tiempo se escucharon testimonios conmovedores, porque el hambre es tan doloroso como la patología más delicada, y es en este tipo de circunstancias, donde todo se magnifica.
Es una realidad que nadie puede desconocer y que alcanza a cientos de millones de personas en todo el mundo, de acuerdo con todas las estadísticas que se divulgaron en un año crítico, que por ahora no le encuentra la vuelta al coronavirus, más allá de todos los intentos que vienen realizando los laboratorios más reconocidos para producir la vacuna.
Los analistas no dudan en señalar que la economía mundial enfrenta el mayor revés desde la Gran Depresión y que el hambre seguirá aumentando.
Se espera que el número de personas que se enfrentan a niveles posiblemente mortales de carencia alimentaria en los países en vías de desarrollo casi se duplique este año y alcance la cifra de 265 millones, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.
Una cifra que alarma desde cualquier punto que se la analice. Pero además, es factible que en todo el mundo, el número de niños de menos de 5 años que padecen emaciación -su peso está tan por debajo de lo normal- habrán de enfrentarse a riesgos problemas de salud y desarrollo a mediano plazo.
En ese sentido, las estimaciones hablan de una eventual duplicación de casos, ya que pasarían de siete a catorce millones en todo el planeta a raíz de esta pandemia que se declaró oficialmente en marzo y que nadie hoy está en condiciones de precisar hasta cuándo se extenderá.
Las cifras más altas de comunidades desprotegidas se concentran en el sur de Asia y en diferentes países de Africa, que además de vivir en una extrema pobreza, deben soportar conflictos militares y una adversidad climática evidente, por la sequía, las inundaciones y la erosión del suelo.
A pesar de todas esas presunciones, hoy no se puede definir a la realidad global como una hambruna, porque esa situación se desencadena habitualmente por dos factores clave que deben combinarse: la guerra y el medio ambiente.
Si bien existe una disponibilidad alimentaria para dar respuestas efectivas a todo el mundo, la misma no está correctamente distribuida por diferentes motivos, especialmente por la oferta y la demanda, factor limitante por elementales cuestiones relacionadas con el poder adquisitivo.
Una cantidad significativa de naciones producen más de lo que necesitan sus poblaciones en materia alimenticia, pero otras deben acudir a un sistema de importación que no siempre tienen el respaldo económico suficiente para concretar ese tipo de operatorias comerciales.
Por esas cuestiones básicas, la pandemia, como es lógico suponer, profundizará las desigualdades sociales, entre los más poderosos y los más postergados, en una brecha que se irá ampliando en la medida que no pueda encontrarse una vacuna segura y eficiente.
La caída del empleo, en términos nominales, también contribuye a incrementar esa diferencia, incluso porque también se vieron afectados los trabajadores informales, que no tienen coberturas esenciales, como la salud misma.
Pero es oportuno señalar que la pobreza no solamente se ve reflejada en una deficiente alimentación, ya que se suman otros factores tan importantes y significativos, como el acceso a la educación y al circuito laboral.
Son cuestiones que van de la mano, particularmente en este tiempo, donde la oferta se redujo como consecuencia de la automatización y es necesario el aprendizaje de algo más que un oficio para insertarse en el mercado.
Lejos de constituirse en una amenaza para aquellos países que históricamente tuvieron mayores carencias, el hambre es en la actualidad un flagelo que se manifiesta en naciones más ricas.
Ese fenómeno puede advertirse en los denominados "bancos de alimentos" de Estados Unidos, España y el Reino Unido. Incluso las personas que tienen ingresos razonables, están consumiendo menos frutas y verduras, para destinarle mayor presupuesto a comidas rápidas y de altas calorías.
Una solución transitoria, pero que de ninguna manera podrá aplicarse durante mucho tiempo, es la puesta en vigencia de los subsidios o planes sociales, orientados hacia los sectores más vulnerables.
Por ahora, sirven para atenuar una necesidad tan imperiosa, pero de ninguna manera pueden interpretarse como una respuesta definitiva.
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