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Editorial Martes 21 de Septiembre de 2021

La palabra depreciada

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REDACCION

Por REDACCION

A pesar del trabajo de las consultoras profesionalizadas en sondear qué piensan los argentinos sobre tal o cual tema o dirigente político a través de encuestas con alto rigor metodológico, o bien intentar estimar el resultado de una elección, prácticamente nadie pudo anticipar lo que ocurrió en las PASO. Ni siquiera los máximos referentes del frente gobernante, entre ellos el presidente, la vicepresidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, pudieron anticipar el temporal: mansamente e ilusionados con el triunfo se concentraron en el bunker para seguir el avance del escrutinio y cuando asomaron los datos de las urnas comenzó la pesadilla. El oficialismo sufrió un golpe que lo tiró a la lona y lo dejó inmerso en una crisis que no pudo contenerse a nivel interno sino que trascendió institucionalmente: la Argentina se quedó sin gobierno durante una semana por una disputa entre la vicepresidenta y el presidente que terminó resolviéndose, claramente, a favor de la primera. 

El conflicto de poder por la falta de acuerdo sobre la fecha y la profundidad de los cambios en el equipo ministerial de la Nación, una jugada que debía hacerse en forma inmediata según la vicepresidenta mientras que el jefe de Estado buscaba postergar hasta las elecciones de noviembre, paralizó peligrosamente al "Estado presente", una figura discursiva favorita entre los populistas. Ese Estado que según sus dirigentes del momento dice estar presente tiene un país sumergido en la pobreza y la indigencia sin una hoja de ruta con dirección hacia una sociedad más justa e igualitaria que sea fruto de un modelo de desarrollo y crecimiento inclusivo. 

Las miserias de la política emergieron sin maquillaje con cartas públicas, mensajes en twitter o audios que se viralizan con calificaciones inaceptables para lo que representa el cargo del Presidente. Mequetrefe, enfermo, ocupa son calificativos que se quedarán en la escena pública durante un tiempo para contextualizar cada decisión (o indecisión) del actual jefe de Estado, vaciado de poder, cuestionado en términos absolutos, con una palabra desautorizada y sin credibilidad alguna.  

La puesta en escena del Presidente en La Rioja junto a un puñado de gobernadores fue necesaria para reconstituir un mínimo de capital político por parte de la más alta magistratura de la Nación. Había que hacerlo porque nadie a esta altura tiene en claro como salir a hablar en público desde la Casa Rosada sin hacer referencia a la encarnizada pelea de la semana posterior a las PASO. A propósito, fue una disputa desigual en la que la vicepresidenta se encargó de golpear y el presidente, exclusivamente, de soportar esa presión hasta que finalmente cedió, el viernes. Fue una rendición sin condiciones de una persona tan agobiada como atormentada, sin poder de decisión, sin estructura política para resistir. 

Uno de los tantísimos interrogantes del fin de semana fue qué diría Alberto Fernández al tormarle juramento a los nuevos ministros que desde ayer lo acompañan en la misión de revertir el resultado electoral o al menos buscar una derrota honrosa. Qué diría en la apertura de esa ceremonia en el Salón Blanco de Casa Rosada sobre lo que sucedió la semana pasada, sobre las decisiones que tomó o más precisamente tomaron por él. Tal vez admitir con que "esto es lo que quería Cristina" sería, sinceramente -el concepto de moda en el universo k-, lo más acertado en lugar de forzar aún más un poco creíble y ya exprimido relato. 

La incorporación de viejos lobos de la política, muy cuestionados por acciones y declaraciones pasadas, es un intento por revivir la gestión y achicar la derrota electoral. Pero la cicatriz de esta alocada última semana será imborrable, y a través de ella hemos descubierto lo peor de la política y personas miserables que venden su alma por un poco poder. 





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