Por Redacción
Estamos viviendo las horas previas a la Nochebuena, vísperas de una nueva Navidad, una de las fechas más significativas y trascendentes de la Iglesia católica, a la cual adhiere gran parte del mundo religioso, entre protestantes, ortodoxos y toda una amplísima variedad de sectores que celebran el 25 de diciembre, el cual recuerda el nacimiento de Jesucristo.
Fue en el año 350 cuando el papa Julio I solicitó que el 25 de diciembre fuera designado como la fecha de nacimiento de Cristo, lo cual fue decretado en el año 354 por el papa Liberio. Dice además la historia sobre este festejo religioso, que su primera mención sobre un banquete de Navidad fue en Constantinopla en 379, y que la fiesta fue introducida en Antioquía hacia el año 380.
La Navidad es la fiesta cristiana más popular, y por tal motivo es la que contiene más tradiciones, aunque más allá de estas referencias históricas, lo que en realidad es valedero que se trata de una instancia en la cual debe invadirnos la reflexión serena, el pensamiento más límpido y puro que combine mente y corazón, para hacernos mejores frente al ejemplo siempre vigente de Jesucristo, cuya fecha de nacimiento esperamos por estos momentos, para celebrar en nuestro espíritu.
Aunque, también debe decirse, desde hace muchísimo tiempo se fueron privilegiando las cuestiones gastronómicas por sobre las espirituales, aunque ambas deban ser debidamente sostenidas. Si bien la mesa es indispensable como momento de encuentro, debe estar regida por la moderación, evitando los excesos siempre innecesarios, imperando en la misma la religiosidad y las más puras intenciones, pues se nos ofrece la oportunidad del acercamiento, de la comprensión, del siempre válido espíritu solidario, y por sobre todas las cosas la enorme opción del encuentro familiar, en el cual se deben dejar atrás aquellos momentos no muy agradables producto de la vida cotidiana, privilegiando por sobre todas las cosas, el ejemplo que nos dejó Jesús, para ser mejores, más buenos y comprensivos. Un espejo incomparable, en el cual deberíamos mirarnos todos los días, pero que adquiere por estas horas una significación muy especial.
Desde esta sección editorial lo hemos dicho muchas veces y reiterado cuantas haya sido necesario, pues estas fechas tan especiales, enmarcadas en un clima de mayor comprensión y propicias para combinar esfuerzos y superar dificultades, son las que deben convocarnos a una paz espiritual muchas veces ausente en estos tiempos difíciles, donde el país se encuentra atravesando una etapa poco menos de reconstrucción, visualizándose un divisionismo que dificulta el reencuentro y que llena de obstáculos el futuro de todos los argentinos. Sea bienvenida entonces esta Nochebuena de sonrisas y ojalá de pensamientos profundos, esos mismos que llevan hacia mejor destino.
Mucho, tal vez demasiado, es lo que podría decirse en esta época de balance, pues los acontecimientos marcaron un año realmente complicado, transitando un camino donde hubo más espinas que flores, aunque nada podrá tener la fuerza suficiente para corromper la esperanza, esa misma que debe guiarnos hacia un mejor destino, renovando la confianza en el porvenir, más allá de las diferencias que nos separan. Día de comprensión y de perdón, de borrar y comenzar una nueva cuenta, tan válido en la personal y familiar, como en lo colectivo, donde tenemos por delante nada menos que a nuestra Patria, a veces tan maltratada. Que sea la Navidad, y el ejemplo del Señor, el que nos guíe hacia un mejor destino.
Y tras el inicio de esta nota con datos históricos y menciones sobre su significado y el fuerte impacto familiar de la fiesta, cerramos con los detalles de la celebración religiosa en la Iglesia católica, iniciando el denominado "tiempo de Navidad", abarcando la celebración de la Sagrada Familia, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios el 1 de enero, la solemnidad de la Epifanía del Señor el 6 de enero y la fiesta del Bautismo del Señor al domingo siguiente de Epifanía. El período de la Natividad también incluye otras festividades tales como la de San Esteban, protomártir (26 de diciembre), la de San Juan, apóstol y evangelista (27 de diciembre) y la de los Santos Inocentes (28 de diciembre).
Para todos, ¡Feliz Navidad!
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