Por REDACCION
Aun cuando la producción de alimentos en todo el mundo continúa en constante alza, habiendo alcanzado la última cosecha los 2.500 millones de toneladas -un 8,4% más que la anterior y superando un 6% el récord que se había fijado en 2011-, hay 842 millones de personas afectadas por hambre crónica, es decir, no ingieren los alimentos suficientes para poder llevar una vida activa normal.
El problema es la distribución, ya que la cantidad de alimentos es más que suficiente para satisfacer las necesidades de toda la población mundial, pero aún así 1 de cada 8 personas está hambrienta. Esto es clara consecuencia de la inequitativa distribución de los ingresos, generándose una desigualdad que queda plasmada en estas cifras realmente alarmantes, que además de hambre generan una pobreza crónica. Un dato revelador es por ejemplo que en Latinoamérica hay en la actualidad 164 millones de pobres, lo cual se da aún con muchos años de crecimiento sostenido de las economías de estos países. De los cuales, hay 47 millones que no pueden comprar los alimentos suficientes.
En informe de la FAO, el organismo de las Naciones Unidas dedicado a la alimentación, se consigna aún dentro de estos datos negativos como lo es los 842 millones de personas afectadas por el hambre, existen algunos indicios positivos, como por ejemplo que desde 2010 hasta ahora la cantidad de afectados se redujo en 26 millones, y además, es un 17% menor al registro de 1990. No se trata de datos excesivamente optimistas, pues los porcentajes son bajos, pero al menos se está marcando una tendencia en ese sentido, que de llegar a afianzarse como se confía, puede llegar a tener indicadores mucho más positivos en pocos años. En especial, si los gobiernos logran una mayor igualdad social en cuanto a la distribución de los ingresos, que son determinantes para esa inequidad en cuanto a la posibilidad de adquirir alimentos, lo cual no logra alcanzarse a pesar del crecimiento económico, y más que eso, al sobrante de alimentos que deja la producción.
La región del mundo más afectada sigue siendo la Africa subsahariana, donde se observan muy pocos progresos. En cambio, dos países que tuvieron mucha afectación en el pasado reciente, como son China y la India -ambos con enormes poblaciones-, ahora están produciendo en cantidad suficiente, creciendo en cantidad y también en calidad. En Latinoamérica, a pesar de la mala distribución del ingreso, se produjo una sustancial mejoría, aunque de todos modos siguen debajo de la línea de la pobreza 164 millones de personas, habiendo subido 11% la cantidad de indigentes. Es decir, en nuestra región existen indicadores contradictorios, pues aun cuando crece la producción de alimentos y se redujo la cantidad de pobres, en cambio una buena parte de ellos es más pobre que antes y ya no llega al mínimo nivel de alimentación.
Con respecto a la Argentina, apelando a cifras oficiales la FAO detalla que en 2012 la pobreza bajó a 5,7% a 4,3% y la indigencia de 1,9% a 1,7%, aunque señala que hay 5 millones de personas con inseguridad alimentaria, debido al 11,7%. Claro, estas cantidades son las tomadas del INDEC, que aquí bien sabemos son manipuladas de una manera total, existiendo un enorme contraste con los indicadores de organizaciones privadas, como de la Universidad Católica por ejemplo, que da cuenta de una pobreza que oscila entre 27 y 30%.
Que el problema son los ingresos, queda claramente reflejado al decir que en los países subdesarrollados, el grupo familiar debe destinar el 70% de sus ingresos para la compra de alimentos, en tanto que en los países de alto desarrollo ese desembolso apenas llega al 20% del total de ingresos, existiendo un caso realmente fuera de los indicadores como lo es Estados Unidos donde con sólo el 7% se contempla el gasto alimentario.
Pero además de la desigualdad de ingresos, que se considera esencial para que haya esos 842 millones de hambrientos, debe puntualizarse otro aspecto trascendente como es el desperdicio de alimentos, ya que cada año se arrojan a la basura unas 1.300 millones de toneladas de comida en buen estado. Es que, en los países desarrollados, cada habitante desperdicia unos 100 kilogramos de alimentos, lo cual da un volumen con el cual se podría atender la necesidad de unos 400 millones de personas, es decir, prácticamente la mitad de los afectados en todo el planeta.
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