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Editorial Viernes 11 de Diciembre de 2020

El drama de inseguridad

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REDACCION

Por REDACCION

Al margen de todo lo señalado por las estadísticas oficiales, que pretenden minimizar los problemas de inseguridad que se viven en el país, nadie puede desconocer que en los últimos tiempos las modalidades fueron mutando y todo apunta a seguir creciendo.

Es que el tema se instaló definitivamente y con mucha fuerza en la agenda pública desde hace un tiempo a esta parte y se va a profundizar en la medida que no se puedan neutralizar los efectos de la delincuencia con leyes que sean más inflexibles.

Los medios de comunicación, en particular los televisivos, ofrecen coberturas que ponen al descubierto una situación que diariamente presenta casos de inusitada violencia por parte de quienes "salen de cacería", buscando, particularmente, a las víctimas más desprotegidas.

En nuestro país, la extensión del sentimiento de inseguridad fue antecedida por un incremento exponencial de los delitos, que llegaron a duplicar en algunos casos, los que fueron denunciados en la década anterior.

Sin embargo, los analistas coinciden en destacar que la inseguridad no puede reducirse a este aumento estadístico, sino que involucra otras dimensiones políticas, económicas y culturales, que merecen estudios específicos.

Muchos especialistas insisten en que la violencia actual es una consecuencia de la crisis económica y por ese motivo se advierte un claro recrudecimiento.

No es un dato menor el hecho de los miles de delincuentes que recuperaron su libertad este año, en una decisión muy cuestionada del Gobierno, que intentó justificarla, sin convencer demasiado, que la pandemia obligaba a tomar esa medida.

Pero también se debe señalar que la violencia emerge tanto de los procesos de exclusión económica y social, como de las intervenciones y omisiones del Estado, fundamentalmente de las agencias del sistema punitivo.

Tomando como referencia esta descripción, la violencia se retroalimenta de las acciones de estigmatización y represión policiales, como así también de las judiciales.

Ambos procesos, operan degradando la capacidad del Estado de encarnar consensos normativos y vulnerando su potencia material y simbólica de encarnar la legalidad.

Rechazando el planteo reduccionista que concibe a las emociones como meras reacciones o consecuencias frente a hechos objetivos, debe señalarse que la extensión del sentimiento de inseguridad en Argentina produjo grandes transformaciones en los imaginarios y en las prácticas sociales.

En ese sentido, tanto los cambios operados en el plano de los relatos como en el de los sentimientos, los jóvenes varones pobres ocupan un lugar importante.

El llamado "consenso punitivo" que se esgrime como causa y legitimación de las políticas de mano dura, a partir del análisis de encuestas de victimización y de opinión, tiene igualmente su incidencia.

Se afirma, no obstante, que no existe una relación directa entre la generalización de la preocupación por el delito, las experiencias de victimización y el apoyo a medidas como la pena de muerte y la baja en la edad de imputabilidad, pese a las reiteradas demandas en esa materia.

Hay quienes opinan que el periodismo desempeña un rol significativo en la construcción de escenarios del miedo, algo que no se ajusta a la realidad, teniendo en cuenta la elocuencia de las imágenes que se difunden.

Debe señalarse que la trama organizativa de las distintas asociaciones y grupos, la diversidad de relatos y activismos, ubican en primer plano el modo en que estos nuevos actores tensionan y complejizan los relatos públicos sobre el estado, la violencia y el castigo.

A través del riguroso análisis de evidencias se rechazan habitualmente las afirmaciones más comunes, como la que afirma que el crecimiento en el mercado de la seguridad privada devino, obviamente, en un proceso de privatización de la seguridad pública.

Por el contrario, destaca cómo este mercado se orienta a la provisión de servicios y tareas que no son las tradicionalmente cubiertas por las policías locales, provinciales o federales, que incluso, se expandieron y diversificaron durante los últimos años.

De este modo, lejos de cuestionar el monopolio de la fuerza por parte del Estado, la seguridad privada forma parte del proceso de reconfiguración de varios espacios públicos y privados.

Después de tantas consideraciones, es impostergable abordar un tema que es tan latente como preocupante y que se vive a diario en nuestras calles, no solo en las ciudades populosas, sino también en las pequeñas comunidades.

Las mujeres, lógicamente, son las más expuestas a los cobardes ataques de los motochorros, una verdadera plaga que, lejos de erradicarse, no para de crecer; los asaltos a mano armada y los robos domiciliarios, tampoco encuentran una solución, porque los delincuentes gozan de una impunidad que es sin duda su mejor cómplice.

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