Por REDACCION
Lamentablemente, la noticia de que la población de abejas está disminuyendo en el mundo no debe pasar desapercibida: nuestra supervivencia depende en gran medida de ellas. Las abejas son las responsables de la polinización del 70% de los cultivos que comemos, según datos difundidos por el Departamento de Agricultura de EE.UU.
Este pequeño insecto cumple una función esencial en la polinización de la mayoría de frutas y verduras que comemos a diario. En el país, los cultivos que necesitan de la polinización de las abejas son: durazno (Alto Valle del Río Negro y Cuyo), palto (norte argentino), almendro (Cuyo), cerezos (Cuyo y Patagonia), ciruelo y kiwi (región pampeana), cítricos, manzanas y peras. Además las abejas polinizan frutas finas, hortalizas, leguminosas (especies forrajeras) y otros cultivos industriales como girasol, algodón, nabo y colza. Las abejas en la Argentina, al igual que en otras partes del mundo, corren peligro. Según datos oficiales, hasta el 2004 el promedio de miel producida a nivel nacional era de unos 80.000 a 90.000 toneladas por año. En los últimos tres años, se redujo a casi la mitad.
Lucas Martínez, presidente de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA)
-nuclea a más de 2000 apicultores independientes en todo el país y otras asociaciones-, dice que es hora de tomar conciencia: "Las abejas son las centinelas de lo que sucede en el ambiente. La muerte de las abejas refleja un preocupante deterioro en el ambiente en que vivimos". En los servicios de polinización se nota de forma más patente. "Esto no es un cambio de un año a otro, hay un leve decrecimiento con los años. La gente está dejando la actividad", dice Martínez. Si bien no hay cifras confiables sobre la cantidad de abejas que hay en el país, existen otras formas de medición. Según SADA, alrededor de 4500 y 5000 apicultores dejaron la actividad en la pampa húmeda, zona núcleo de apicultura del país, desde el 2006 hasta la fecha. Otros apicultores, ante la desesperación por la muerte de sus abejas, buscan otras zonas donde estas puedan estar más protegidas. "Por medio de comunicaciones personales con los dueños de colmenas, me enteré de que ellos buscaban ambientes más al oeste pampeano para la multiplicación de abejas y la producción de miel ya que argumentaban que la introducción del cultivo de soja y el uso masivo de insecticidas conspiraban contra la producción de miel", afirma Gabriel Garnero, de la firma Agronehuen SRL.
La producción de miel en el país también está en descenso. Roberto Imberti, un apicultor de la provincia de Buenos Aires, viene registrando esta tendencia entre sus colmenas. Ingresó al mundo de la apicultura años atrás motivado por la curiosidad y la diversión, y ahora tiene 850 colmenas a su cargo. Cada una de estas colmenas tiene entre 80.000 y 4000 abejas, según la época del año. Lo que empezó siendo un pasatiempo, ahora ocupa su tiempo por completo.
"Hace veinte años sacábamos entre 60 y 80 kilos de miel por colmena, en cambio ahora estamos entre 25 y 30", dice Imberti. Cada vez hay menos flora apícola, es decir, plantas, arbustos y hierbas que aportan grandes cantidades de polen o néctar.
"La correspondiente disminución en volumen se debe principalmente a tres factores: causas climáticas, evolución de la frontera agrícola e impacto de algunos herbicidas e insecticidas", dice Ariel Guardia López, coordinador de la Unidad Apícola de la provincia de Buenos Aires.
Expertos consultados creen que el uso de los neonicotinoides -un insecticida tóxico muy utilizado en la agricultura- pone en peligro a las abejas. La Unión Europea, como forma de prevención, prohibió, desde diciembre del 2013, de forma parcial el uso de los tres plaguicidas pertenecientes a la familia de los neonicotinoides. El efecto de estos productos se empieza a sentir después de 20 años de uso.
SADA envió una carta al SENASA solicitando el "análisis de riesgos de los productos cuyas sustancias activas químicas sean neonicotinoides". Pidió "normativas claras para la utilización de estos productos, ya que con su uso están poniendo en riesgo el ambiente; y los productos que se comercialicen a futuro". Por culpa de estos agroquímicos, los apicultores están teniendo dificultades para conseguir un espacio en los campos donde colocar sus apiarios.
No son los únicos insectos que están desapareciendo. Hace unos años, cuando oscurecía, si uno prendía un foquito, era insoportable la cantidad de bichitos que revoloteaban atontados alrededor de la luz. En las zonas sojeras, hay menos bichos aleteando en las lamparitas de los ranchos. "Hoy vamos a matar a las abejas, mañana a las aves y luego a las demás especies. Estamos dentro de un sistema que se aleja mucho de lo natural y de la producción sustentable, equilibrada y diversa", denuncia Martínez.
¿Tomamos conciencia de estos desastres naturales?
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