Por REDACCION
En la Argentina, el rol de los organismos de inteligencia quedó en el ojo de la tormenta y disparó un conjunto de interrogantes a partir de las denuncias de Alberto Nisman, contra la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por un supuesto plan de encubrimiento de los iraníes que volaron el edificio de la AMIA en 1994 y más aún con la muerte dudosa del fiscal federal pocos días después. Los espías o agentes que integran la Secretaría de Inteligencia quedaron envueltos en la denuncia y en el escándalo rápidamente, por lo que quedaron en el centro de la escena sin determinarse cuál es el verdadero papel que desempeñan en una democracia moderna.
El fiscal Nisman incorporaba elementos a la causa que surgían de las investigaciones de los agentes de inteligencia. En tanto, el Gobierno cambió las autoridades de la Secretaría de Inteligencia a fines del año pasado, cuando designó a Oscar Parrilli al frente de la dependencia. Poco tiempo después demonizó a Antonio Stiuso, uno de los históricos agentes de la exSide (Secretaría de Inteligencia del Estado) y lo responsabilizó por proveer información errónea y las escuchas a Nisman, que sustentaron las denuncias del fiscal contra la Presidenta, el canciller Héctor Timerman y otros miembros o aliados del Gobierno, posteriormente desestimada por el juez Daniel Rafecas.
Presentado el caso, brotan los interrogantes en torno a una Secretaría que parece operar en las sombras y cuya función parece poco transparente. ¿Cuál es la contribución que hace a la democracia? ¿Cuál es el presupuesto y de qué manera se gastan sus fondos? ¿Cuántos agentes emplea? ¿Quién controla a la Secretaría de Inteligencia y cuáles son los criterios políticos para su conducción?
Las sospechas que los agentes o espías elaboran carpetas con informes sobre dirigentes opositores, jueces o empresarios sobrevuela un organismo cuestionado por su oscurantismo. Se trata de carpetas que mal utilizadas permiten extorsionar para exigir fondos o, incluso, cambiar fallos judiciales. Todo es posible en este mundo de espionajes que nunca emergía a la superficie hasta lo que sucedió con Nisman, desde su denuncia contra la jefa de Estado hasta su muerte misma.
Luego se atan cabos y se recuerdan otros momentos poco nobles de la exSide. Quedó en medio del escándalo por el supuesto pago de coimas para comprar voluntades en el Senado de la Nación a favor de la aprobación de la reforma laboral, durante el Gobierno de la Alianza y que, entre otros efectos, generó la renuncia del vicepresidente, Carlos Chacho Alvarez.
Así las cosas, el Poder Ejecutivo Nacional resolvió una profunda transformación de la matriz de inteligencia. El kirchnerismo gobierna desde hace once años y tuvo bajo su control a la Secretaría, pero hubo un quiebre hacia adentro y por tanto ahora quedó enfrentado con un grupo de espías desplazados. Lo curioso es que cuestionó en forma despiadada a los agentes de inteligencia como si se hubiera instalado ayer en el Gobierno cuando en realidad hace más de una década que maneja las riendas de la red oficial de espías.
De todos modos, sin el acompañamiento de la oposición, el oficialismo pudo en el Congreso aprobar la ley que creó la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), que tiene como puntos principales el traspaso de las escuchas telefónicas a la Procuración General de la Nación y la prohibición para intervenir en investigaciones criminales.
El debate sobre el papel que cumplen los organismos de inteligencia se extiende fronteras afuera. La Central de Inteligencia Americana (CIA) quedó debilitada por no anticipar los atentados con aviones civiles contra las Torres Gemelas y otros objetivos en Estados Unidos. También se presume que mintió sobre la existencia del arsenal químico de Irak, que fue el fundamento para que una coalición internacional realice una invasión a ese país para derrocar al dictador Saddam Hussein.
La trama se torna más compleja si se considera la relación entre los servicios secretos y la prensa. El libro que publicó en septiembre el periodista Udo Ulfkotte, con 17 años de experiencia en el reconocido diario Frankfurter Allgemeine Zeitung de Alemania, refleja la práctica extendida de los pagos a los medios alemanes por parte de Estados Unidos y la OTAN para promover su agenda. El libro Gekaufte Journalisten ('Periodistas comprados'), revela un recorrido de sobres desde la embajada estadounidense en Berlín, con sede junto a la Puerta de Brandemburgo, en dirección a las principales redacciones de medios alemanes. El autor admite haber recibido dinero de los servicios de inteligencia estadounidenses a cambio de enfocar varios temas desde un cierto punto de vista y denuncia que, gracias a este tipo de práctica, no son pocos los medios de comunicación alemanes que se han convertido en sucursales del servicio de propaganda de la OTAN. Un debate que recién se inicia y difícilmente tenga punto final.
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