Por REDACCION
Pocas cosas golpean tan fuerte a las personas como perder el trabajo. Un telegrama sorpresivo tiene un efecto devastador porque cambia la vida en un abrir y cerrar de ojos. Sin escalas, te expulsa de una supuesta zona de confort al infierno tan temido, a una sensación de total incertidumbre en la que se disparan mil y una preguntas. A veces perder el empleo es un escenario que se percibe, que se ve venir porque una empresa o un comercio ingresó en un tobogán difícil de disimular. Si bien es difícil de aceptar el desenlace, al menos hay un duelo que consciente o inconscientemente se va haciendo.
Pero cuando la pérdida del trabajo es repentina, es inevitable la angustia y los temores. ¿Qué va a pasar con el pago del alquiler o la cuota del crédito hipotecario o prendario con el que financiamos la compra de un auto? ¿Y cómo vamos a cubrir los gastos de la educación de los chicos en una familia? ¿Cómo explicamos a esos chicos que vamos a cambiar los hábitos porque se reduce drásticamente la disponibilidad de dinero y que la prioridad será alimentarse? ¿Y los proyectos? ¿Y las expectativas de progresar y de que nos vaya bien?
La crisis es eso, un veneno que mata la esperanza y las ilusiones de una mejor calidad de vida. Depende de las fortalezas para escapar a la depresión y de seguir presentando batalla ante un contexto adverso. Pero a veces, es cierto, no alcanza con la actitud porque hay momentos que estás solo frente al espejo, la heladera se vacía y el bolsillo no tiene nada para pagar por pan, leche o un paquete de fideos de segunda marca que mitigue el hambre. Seguir sin la obra social también obliga a modificar la forma en la que accedemos a los servicios de salud. Ya no se podrá solicitar el turno del médico de siempre, al que conocemos y le confiamos todo. Ahora ante una urgencia o una consulta programada se deberá acudir a la estructura de la salud pública, donde hay excelentes profesionales pero que en tiempos de recesión están por momentos desbordados ante el incremento de la demanda.
Perder el empleo nos cambia felicidad por tristeza, miedo y angustia. Pero hay que capear el temporal y esperar por tiempos mejores en un mercado laboral que está, como tantos otros ámbitos de la vida moderna, en proceso de cambio permanente por el impacto de la revolución tecnológica.
En Rafaela, la Delegación de la UOCRA admitió que en el último año y medio se perdieron casi 800 puestos de trabajo en el sector de la construcción. Casi la mitad de esa cifra corresponde al primer semestre del 2018, lo que refleja la profundidad de la crisis. La segunda parte del año no será mejor, sino que más allá del optimismo engañoso del ministro Dujovne se impone el discurso más realista del también ministro Sica, que pidió cuidar la cadena de pagos de las pymes, las grandes generadoras de empleo en la Argentina.
El paro de este lunes impulsado por la CCT es en reclamo a un cambio en el rumbo económico del Gobierno nacional. También por la decisión de pedir prestado otra vez al FMI y los tarifazos. De todos modos, al trabajador despolitizado lo que le interesa más es el planteo por el modelo económico que lo expulsó del mercado laboral o bien amenaza con hacerlo si no reacciona la actividad económica (la producción, el consumo, etc.).
En este escenario, la semana pasada el INDEC actualizó la radiografía periódica que toma del mercado del trabajo. Y la primera conclusión es que la desocupación llegó al 9,1% en el primer trimestre del año y subió fuerte respecto de fines de 2017, cuando había sido del 7,2%. El dato representa un leve descenso con relación al primer trimestre de 2017, cuando había sido del 9,2%. En tanto, la subocupación se ubicó en 9,8%.
Para el INDEC los resultados "representan un aumento significativo en la tasa de desocupación con relación al trimestre
anterior, mientras las tasas de actividad y empleo no presentan diferencias estadísticamente significativas". De acuerdo a las cifras oficiales, la población que no tiene trabajo alcanza a 1.183.000 personas, mientras la subocupación afecta a
1.977.000 habitantes, sobre una población económicamente activa de 27,7 millones de personas que habitan los 31 aglomerados relevados por el INDEC. Asimismo, la subocupación demandante, personas que tienen un empleo parcial y salen a buscar trabajo afecta al 6,8% de los 31 aglomerados y la desocupación no demandante al 3% de los habitantes, que teniendo un empleo precario no salen a buscar uno mejor.
Si se traspolaran las cifras al total de la población, más decuatro millones de personas tienen problemas de empleo en la
Argentina. Sin duda es un gran problema para un país que hace dos años se había fijado como meta erradicar la pobreza.
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