Por Víctor Hugo Fux
Tras disputarse la Copa del Mundo en Alemania, con la consagración del seleccionado anfitrión en 1974, la competencia regresaría, cuatro años más tarde, al continente americano, respondiendo al sistema de alternancia que por entonces aplicaba la FIFA.
Nuestro país debía cumplir una serie de requisitos de la entidad rectora del deporte más popular. A la remodelación de tres estadios (River Plate, Vélez Sarsfield y Rosario Central), se debería agregar la construcción de otros tres (Córdoba, Mendoza y Mar del Plata), demandando la ejecución de esas obras una inversión multimillonaria.
La actualización de los aeropuertos y las comunicaciones, tendrían que mejorarse para dar respuesta a las necesidades planteadas en materia de conectividad.
Alojamientos para cada una de las delegaciones y centros de entrenamientos, también formaban parte de los requerimientos. El panorama, obviamente, era bastante complejo, pero a partir de la creación del Ente Autártico Mundial 78, todos los obstáculos se fueron superando y la confirmación del evento terminó llegando como una consecuencia lógica de un trabajo que se llevó adelante con absoluta responsabilidad, tanto en la sede central como en las distintas subsedes.
Aproximadamente tres meses antes del inicio de la primera Copa del Mundo en nuestro país, tres periodistas del Diario La Opinión de Rafaela, tras una serie de consultas ante el EAM 78, fuimos convocados para viajar a Rosario, la subsede elegida para gestionar las respectivas acreditaciones.
Con un Ford Falcon cedido por Rafael Actis, nos trasladamos hacia esa ciudad, Emilio Grande, Roberto Actis y el que suscribe. Previo depósito de 100 dólares cada uno en concepto de garantía y que se reintegrarían al finalizar el certamen, algo que nunca ocurrió, completamos los formularios de rigor, que nos extendió el periodista Emilio Lafferranderie (El Veco), redactor de El Gráfico, que estaba al frente del flamante Centro de Prensa.
En ese primer traslado nos concedieron la oportunidad de seleccionar el escenario de los partidos que se llevarían a cabo por la segunda fase, ya que habíamos acordado que en la primera cubriríamos un encuentro cada uno de los que jugaría Argentina.
Emilio y Roberto optaron por seguir en Buenos Aires en la siguiente ronda; en mi caso, sin opciones, me incliné por Rosario y tuve a la fortuna como aliada a raíz del segundo lugar ocupado por nuestra selección en el Grupo 1.
Un día antes de la ceremonia inaugural, que se realizó el 1 de junio en el estadio de River Plate, recibí mi acreditación en Rosario y en la mañana de aquella jornada memorable abordé un vuelo que me llevó desde Fisherton hasta Aeroparque en menos de una hora.
Taxi mediante, arribé al Monumental con el tiempo suficiente como para cruzarme con Pelé en el ascensor que nos llevaría hasta el entrepiso -cuánto hubiese pagado por tener un celular que en ese tiempo no existía- para ubicarme en el pupitre asignado, a la altura de la mitad de la cancha.
Tres o cuatro butacas hacia mi izquierda estaba Pinky. Una fila más abajo se ubicaba Bernardo Neustadt. Dos personalidades de los medios, compartiendo ese sector con La Opinión. ¡Qué privilegio!
El espectáculo, con la participación de gimnastas que fueron mutando en diferentes símbolos referidos al Mundial, fue una muestra de sincronización fantástica. La música y la la letra que identificaron a la gran cita mundialista, esa de "25 millones de argentinos...", dejaron oficialmente inaugurada la bien llamada "Fiesta de Todos". Argentina 78 era una realidad. En lo personal, otro sueño cumplido.
Ese día hubo un partido, apenas discreto y sin goles, entre Alemania y Polonia, que no estuvo ni por asomo a la altura de la ceremonia. En definitiva, esos 90 minutos de fútbol terminaron siendo un dato menor y rápidamente olvidable.
En cambio, el acto previo, a poco más de 46 años, perdura en mi mente como un recuerdo imborrable. Al igual que el debut del equipo del "Flaco", con una sufrida victoria frente a Hungría, que marcará, el próximo viernes, la continuidad de esta historia.