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Deportes Miércoles 28 de Febrero de 2018

La gran epopeya de las 300 Indy

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FOTOS ARCHIVO LA OPINION LARGADA. Hombres y máquinas de Indianápolis aguardando el tradicional
FOTOS ARCHIVO LA OPINION LARGADA. Hombres y máquinas de Indianápolis aguardando el tradicional "enciendan sus motores" en Rafaela.  EL GANADOR. Al Unser Sr. sobre el Colt Ford Turbo.
FOTOS ARCHIVO LA OPINION LARGADA. Hombres y máquinas de Indianápolis aguardando el tradicional "enciendan sus motores" en Rafaela. EL GANADOR. Al Unser Sr. sobre el Colt Ford Turbo. Foto 1 de 2
FOTOS ARCHIVO LA OPINION LARGADA. Hombres y máquinas de Indianápolis aguardando el tradicional "enciendan sus motores" en Rafaela.  EL GANADOR. Al Unser Sr. sobre el Colt Ford Turbo.
FOTOS ARCHIVO LA OPINION LARGADA. Hombres y máquinas de Indianápolis aguardando el tradicional "enciendan sus motores" en Rafaela. EL GANADOR. Al Unser Sr. sobre el Colt Ford Turbo. Foto 2 de 2
Víctor Hugo Fux

Por Víctor Hugo Fux

Para quienes tuvimos el privilegio de vivir el acontecimiento de deporte motor de mayor relevancia en la historia casi centenaria del automovilismo rafaelino, se mantendrá inalterable el recuerdo de aquella epopeya llamada 300 Indy, que hace 47 años tuvo como testigo al emblemático "Templo de la Velocidad".

Aquel 28 de febrero de 1971 se hizo realidad el sueño de un grupo de dirigentes que no dudaron en responder con su patrimonio el compromiso asumido ante el United States Auto Club, ente fiscalizador de la Fórmula Championship.

Ese domingo se desarrolló una competencia memorable, única e irrepetible, con los autos y máquinas que llegaron desde los Estados Unidos, para que luego de tanto esfuerzo y sacrificio, Rafaela pueda transformarse durante algunos días en Indianápolis.

Los ilustres visitantes, liderados por el entonces campeón Al Unser Sr., también aceptaron el desafío llegado desde el otro extremo del continente para disputar una carrera que despertó tanta expectativa que formó parte del calendario oficial y terminó otorgando puntaje.

Cuando el USAC tomó esa postura y emitió el comunicado de rigor, la mayoría de los más calificados exponentes de la categoría más veloz del planeta, decidió trasladarse hasta esta ciudad para competir en las 300 Indy.

Los veintiocho autos, que fueron transportados en un avión acondicionado para que puedan arribar en perfectas condiciones al aeropuerto de Paraná, llegaron a la capital entrerriana en dos tandas, para ser derivados posteriormente a Rafaela por vía terrestre.

Después llegaron los protagonistas de la carrera que nadie se quería perder. Los pilotos, acompañados por dirigentes, mecánicos y familiares, debieron recorrer más de 100 kilómetros, recibiendo en el tramo final, el cariño de una multitud que se volcó a la ruta y los acompañó desde la altura de Nuevo Torino.

Después, el tiempo de la acción en el veloz escenario rafaelino, pasó a ocupar el centro de la escena. Desde que se encendió el primer motor, empezó a vibrar el pavimento del óvalo, en el que se establecieron promedios tan asombrosos, que ese mismo año fueron superiores a los que se lograron tres meses después en el mismísimo Indianápolis Motor Speedway.

El récord oficial logrado por Lloyd Ruby en clasificación se mantiene vigente, porque desde entonces nadie pudo bajar la barrera del minuto. La competencia tuvo como protagonista casi excluyente al campeón Al Unser Sr, el primero y el único ganador de las siempre añoradas 300 Indy.   


Poco menos de 52 años transcurrieron desde que el Club Atlético de Rafaela organizó su primera competencia automovilística hasta que se hizo realidad el sueño de los visionarios dirigentes de aquella época.

El 25 de mayo de 1919, con un legendario Overland, el que inscribió su nombre como ganador fue Oberdan Piovano; el 28 de febrero de 1971, el triunfo en la irrepetible 300 Indy, quedó en poder Al Unser.

Entre una y otra fecha, la institución organizó una buena cantidad de pruebas, entre las que sobresalieron nítidamente las 500 Millas Argentinas, la carrera internacional en el centro rafaelino y las 12 Horas de Turismo Carretera.

Las categorías más importantes del país visitaron los distintos escenarios que presentó Atlético. Desde el ubicado en la prolongación de bulevar Presidente Roca, hasta el actual óvalo que se identifica en el deporte motor como el Templo de Velocidad.

Ese trazado, que debió adaptarse a las exigencias del United States Auto Club (USAC), fue el utilizado para recibir a las 300 Indy, una carrera que se empezó a gestar mucho tiempo antes, para que el mítico dibujo peraltado llegue en óptimas condiciones a la fecha prevista.

Desde que se formalizó el anuncio de la llegada de los hombres y máquinas a este rincón del planeta, en el otro extremo del continente americano, la dirigencia de Atlético, liderada en ese tiempo por el ingeniero Eduardo Ricotti, no descansó un instante.

El compromiso asumido era tan importante que no admitía el mínimo error. Hombres y mujeres trabajaron codo a codo, para hacer sentir a los ilustres visitantes como si estuviesen en sus propias casas.

Todo el empeño puesto en favor de una causa que involucró no solamente a la entidad, sino a una comunidad que también se sumó voluntariamente, se vio reflejado en una organización impecable.

La cuenta regresiva, que desembocaría en el ansiado mes de febrero, por momentos parecía avanzar con lentitud y en otros de manera vertiginosa. El desembarco de Indianápolis en Rafaela era una simple cuestión de tiempo.

Las obras requeridas se ejecutaron en tiempo y forma. La autorización definitiva del USAC se constituyó en el primer éxito de una gestión acertada. Después, la ansiedad y la expectativa recorrieron tomadas de las manos el último tramo de una epopeya que ya tomaba forma.

En la semana previa, con los protagonistas ya instalados en Rafaela, se alcanzaba otra meta. A esa altura, como si fuese poca cosa, restaba lo más importante. La mesa estaba servida y la frutilla del postre a punto de disfrutarse.

Luego del récord aún vigente de Lloyd Ruby en la clasificación del viernes 26, bajando el minuto para completarse los poco más de 4.600 metros del veloz óvalo local, el paréntesis sabatino fue aprovechado por los equipos para ultimar los detalles para una carrera que, por disposición del USAC, otorgó puntaje en el inicio de la temporada 1971 de la Fórmula Championship.

El domingo 28 y bajo un cielo amenazante, los veintiocho participantes, encabezados por Al Unser, el campeón reinante y ganador de la edición anterior de las 500 Millas de Indianápolis, respondieron a la indicación de Tony Hulman, quien pronunció en español el clásico "enciendan sus motores" para hacer vibrar el pavimento del autódromo "Ciudad de Rafaela".

Los más de 35.000 espectadores deliraron cuando la incomparable sinfonía metálica de los turbos se instaló en un ambiente que se sacudió como nunca antes en su historia. Las vueltas previas al lanzamiento oficial, con los monopostos perfectamente ordenados detrás del auto de seguridad, fueron el anticipo de una carrera fantástica.

Al Unser, con el Colt Turbo Ford número 1, pintado de azul y amarillo, impuso condiciones de principio a fin, tanto en una como en la otra serie. Esa fue la modalidad aplicada, para que, en definitiva, la prueba se desarrolle en dos segmentos de 150 millas.

La lluvia, que todos los pronósticos vaticinaban, no empañó la mayor fiesta del automovilismo que vivió la ciudad hace 46 años. Claro, durante la noche y en el transcurso de la entrega de premios, que se realizó en la sede de Atlético, el cielo pareció desplomarse con más de 150 milímetros.

Por entonces, las 300 Indy empezaban a transformarse en leyenda. Su única e irrepetible disputa, quedará grabada a fuego en la memoria colectiva de quienes fuimos privilegiados testigos de uno de los mayores acontecimientos en la historia de la ciudad. Quienes vivimos aquella epopeya, debemos renovar nuestro compromiso, cada año, en esta fecha, para que la llama del recuerdo nunca se apague.

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