Hace algunas semanas, el diario La Nación publicó una extensa entrevista con Javier Frana en la que repasó momentos de su carrera como tenista que no muchos conocían. Un testimonio con mucha sinceridad de episodios que en otros tiempos pasaban desapercibidos, aunque podían intuirse.
Pero además recordó los tiempos siempre difíciles de los inicios en nuestra ciudad, con menciones específicas que generan nostalgia y algunas sonrisas por retrotraernos a épocas donde indiscutiblemente la cosas eran diferentes.
En un resumen, extraemos los párrafos más salientes de esa nota realizada por Claudio Cerviño.
"Javier Frana es rafaelino y hoy anda por los 57 años. Nació en la Navidad del 66 y pudo ser profesor de educación física o ingeniero agrónomo, pero eligió el tenis, hacerlo profesionalmente. No le fue mal: llegó a 30 del mundo, con tres títulos, alcanzó la final de dobles de Wimbledon (1991, con el mexicano Leonardo Lavalle), ganó el dobles mixto de Roland Garros (1996) con Patricia Tarabini y, por sobre todas las cosas, conquistó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, en dobles, junto con Christian Miniussi. Y además de lucirse en los courts, sobre todo en canchas rápidas, durante más de dos décadas se destacó como comentarista de ESPN en los principales torneos del circuito.
"Hoy, integra la escudería de Sebastián Gutiérrez como asesor del entrenador, que trabaja con Sebastián Báez, Francisco Comesaña, Solana Sierra y Bautista Torres. Tiene cinco hijos: Lucas y Valentina, de su primer matrimonio; Nicolás, hijo de su pareja, Viviana, y Francesco y Stefano, de ambos. 'Somos familia numerosa'. Los padres de Javier, Edgar (Bambi) y Mabel, fallecieron este año. 'Eran grandes ya. Fueron bendecidos con salud y años', apunta. Y tiene dos hermanos mayores: Daniel y José Luis. “¡Ya son abuelos! Yo todavía no'".
EL UNICO DEL CURSO AL QUE LE GUSTABA EL TENIS
"¡Increíble! Iba a la escuela primaria en Villa Rosas y todos los años nos llevaban a una salida cultural. Nos llevaban a una sala y nos proyectaban lo que había sido el Wimbledon del año anterior. Así veíamos Wimbledon. Imaginate el embole de los chicos a los que no les gustaba el tenis. De los 40/ 50 chicos, el único que estaba fascinado era yo. Veía Wimbledon, con el señor que entraba en delantal, con las raquetas de Björn Borg. Ahí quedó el tema. La película se me revela otra vez cuando con Leo Lavalle llegamos a la final de dobles. Era viernes y llegamos distraídos al vestuario, hablando fuerte. Cuando entramos había cuatro personas nomás. Los de atención, con sus delantales. Y los otros eran John McEnroe, a quien había visto en los videos, Iván Lendl, Stefan Edberg y Boris Becker. Dos por entrar a jugar las semifinales y otros dos para irse a practicar. En ese momento, un shock. Pensando en aquella película, me dije: 'Yo voy a jugar una final de Wimbledon'. Cuando sos chico creés que todo es normal. Jugar una final de Wimbledon por ejemplo. Hasta que caés. Pasé de ver la película en Rafaela con mis compañeros a estar en el vestuario y con la final por delante. Se te hace un nudo en la garganta... ¿Qué más puedo pedir?.
"No teníamos esa inmediatez, no había un más allá, porque Wimbledon no lo veías: te mostraban una foto como si fuese una reliquia. Vivíamos el día y jugábamos porque nos gustaba jugar. Pero no teníamos el objetivo de decir que queríamos ser profesionales: íbamos jugando. Por Bahía Blanca, por Salta, con faltas al colegio. Vivíamos así. Te digo más, mi último año de colegio, yo estaba haciendo los test vocacionales para ver qué hacía. Si estudiaba para profesor de educación física, si Agronomía. Si sabía que me gustaban las cosas al aire libre. Fui a un Sudamericano en Carrasco pensando: “Si hay uno peor que yo, me vuelvo tranquilo”. Y terminé ganando singles, dobles y por equipos. Vuelvo, gané los Nacionales, terminé número 1. Entonces dije “Pruebo profesional”. Papá me dijo: 'Te doy dos años. Acá tenés. Arreglatelás'. A los dos años estaba en la Copa Davis. Todo fue estrepitoso. Vivir eso para mi ya era tocar el cielo con las manos".
ESE INICIO INVIRTIENDO 2.800 DOLARES
"Mi papá tenía una pyme. Le iba bien, pero para el día a día en una ciudad pequeña como Rafaela. Mi carrera, la inversión inicial, fueron 2800 dólares. Con eso hice mi carrera. Para ir a Estados Unidos a jugar lo que en aquella época se llamaban Satélites. Cinco o seis semanas. Era mi primer viaje. Los Satélites tenían el sistema House-In, o sea que vivía en casas de familia. Ïbamos al club, volvíamos a comer a la casa y regresábamos al club. Era tratar de optimizar la plata al máximo. Gasté muy poco: el pasaje y algo más. Después hice otra gira, y una más a Brasil. Ahí me empezó a ir mejor y terminé punteando la general. El Satélite eran 4 semanas y un Master. Lo que hoy serían los Futures. Me fue bien. Viajé a España, también me fue bien. Fijate que en diciembre del 84 terminé el secundario en el Nacional de Rafaela, en el 85 fue esto de Estados Unidos, en el 86 fue lo de Brasil y Europa, y en octubre de ese año Tito Vázquez me convocó para la Copa Davis. En un año y medio pasé de estar en el patio del colegio a jugar la Davis. Fue demasiado rápido ese salto".
- Con 2800 dólares resolviste tu carrera entonces (LN).
"Eso y dos cosas más. Tuve un entrenador como el Chino Jorge Gerossi, que generosamente apostó por mi. Aun pudiendo mi padre pagarle, él vio la situación y me dijo: 'No te preocupes por la plata. Yo te ayudo y vamos juntos en el camino'. Eso para mi fue un alivio y una gran ayuda. Y después, hice las cosas rápido y bien para que ese proceso fuese muy vertiginoso. Pasé a jugar en el estadio Nacional de Chile la Davis, que era una caldera, una olla, cerrada, durísimo. Y no tenía la mínima experiencia. Lo máximo que había jugado era un Rumbo a la Davis en el Buenos Aires. Lo que viví en esa historia en Chile ya fue increíble. Me tiraron a los leones y arreglatelá.
En Copa Davis me pasaron las más difíciles. Ahora, no me preguntes por qué, pero a mi me salía una furia inexplicable. Yo no era peleador ni nada, pero si en ese momento me decían que me tenía que cagar a trompadas con todos los de la tribuna… Sentía que no me iban a intimidar. Era decir yo tengo una responsabilidad, yo estoy bajo bandera, laburando por mi país, dejando el lomo acá, y no me van a sacar del partido con agresiones".
- ¿En el circuito eras bravo así también? (LN)
"Yo era calentón conmigo, de enojarme mucho. Me costaba controlar la frustración. Lo aprendí con los años. En esa época no existía la psicología deportiva como hay ahora, el tema del manejo de las emociones. Pero en Copa Davis sentía que no podía enojarme y tirar un partido, frustrame y pegar un pelotazo a 200km/h para sacarme la rabia. En el circuito quizá lo hacía. Pero estando en la Davis sentía que yo tenía la obligación de dejar lo máximo. Mi consigna era honrar la decisión de que me hubieran designado para representar los colores. Llevaba mi mente a que no quede presa la cabeza de los factores externos, algo que suele pasar en la Davis. En la Copa, te tocás el hombro y enseguida te vienen a preguntar qué te pasa. En los torneos se te tiene que caer el hombro para que alguien se preocupe... Te vas cargando de tensiones y se acumula mucha adrenalina. Siempre traté de tomarlo como ese desafío que es un honor. Podré jugar mal, pero no por estar esclavo del temor".
LA RELACION CON MINIUSSI
"...En el 84, con Miniussi nos va bien en la Copa Rolex, en Port Washington, antes del Orange Bowl. Les ganamos la final a los hermanos Luke y Murphy Jensen, que después fueron campeones de Roland Garros. E hicimos cuartos en el Orange. Jugaban los mejores juniors del mundo. Muchos cracks".
-O sea que con Miniussi ya habías jugado antes de aquella Davis en Chile (LN).
"Claro. Esa vez de la Copa Rolex llegamos tarde a la final, nos perdimos manejando. Tenías multas. El partido era a las 10, te daban 15 minutos de perdón y después cada cinco minutos te iban quitando un game, hasta llegar al total de 30 minutos. Llegamos 10.27, empezamos 3-0 abajo y ellos tenían la opción de elegir si sacar o recibir. ¡Ganamos igual el partido! Después de eso, Tito Vázquez pensó en la posibilidad de formar un dobles a futuro, nos vio jugar, a mi me fue bien en dobles sin Miniussi, con Gustavo Guerrero. Y nos convocó. Yo tenía 19 y Christian 18. Y lo loco es que siendo casi los dos juniors, casi le ganamos a una de las mejores parejas del mundo de ese momento, Hans Gildemeister, que había sido 1, y Ricardo Acuña, que fue cuartofinalista de Wimbledon en singles y ganador de muchos torneos en dobles. Fue un debut extraordinario el de Chile".
"Eramos muy amigos. Debuté con él en la Davis en Chile y Christian ya tenía un partido previo ante Perú. Éramos novatos. Es loco, porque cosa de pendejos, en un momento no supe bien qué pasó y sentí algo…como que me quitaban el saludo, como que se armaban estos grupitos de más amigotes y me sentí excluido, como que me boludeaban. Y entre que hacíamos giras distintas, porque yo iba más por canchas rápidas, no nos veíamos un tiempo, y cuando volvíamos a vernos me preguntaba: “¿Ché, qué pasa que éste ya no me saluda?”. O no me hablaba. O que se sentó en una mesa con alguien con el que hace dos meses se estaban reputeando los dos y ahora están amigos. No entendía nada. Y ahí es como que bajé la cortina. Si me preguntás qué pasó, cuándo, en qué momento, no lo tengo claro.
-En Barcelona ya no había relación (LN).
"No, veníamos de un año y pico sin hablarnos. Fue un milagro la medalla y también marca que, en el fondo, no había nada grave. Porque si hubiera existido algo serio, grave, lo limpio de mi vida y ni en pedo juego con él. Lo cual no fue el caso. Eran cosas de pendejo, que cuando los agarran los grandes les dicen “¿cómo que no van a hablar?”. Los entrenadores tienen una responsabilidad. Eso es lo que aprendí. No me interesa enseñarle sólo de tenis a un jugador. Si así fuese, me dedico a otra cosa, me pongo a dar clases de tenis. Creo que un entrenador tiene que ser un formador en 360. Preparar a esa persona no sólo para que juegue lo mejor posible al tenis, sino para que tenga una vida después del tenis lo más integra y que saque del deporte los aprendizajes más necesarios. Para que cuando esté set abajo y break point 4-4 en el segundo, pueda referenciar al tenis y decir “¿Cómo salgo de ésta? ¿Cómo me dijo mi entrenador que tenía que encontrarle la vuelta? ¿Había que romper todo o frenar, parar, y por dónde voy?”. Ahí, Minuto y yo no tuvimos la suerte de tener los entrenadores que nos frenaran y dijeran “Paren, encerrémonos en una habitación y si se quieren pelear, peleen, o hablen”.
-Se podría haber arreglado en una charla entonces (LN).
"Sí, se podría haber solucionado, hablado en su momento. Nos faltó eso. Llegamos a Barcelona y los dos tuvimos la inteligencia de decir “hay cosas mucho más grandes que nosotros dos y que nuestra pelea. Yo no voy a perderme los Juegos Olímpicos por no jugar al lado tuyo”. Nunca nos dijimos eso, no pasó, pero creo que los dos lo entendimos igual. Eso reveló que las diferencias no eran grandes, nadie había estafado al otro. Nada, fuimos, hicimos un alto, tuvimos una muy buena convivencia y terminó siendo una ayuda. Porque en esos Juegos tuvimos un respeto muy fuerte, una distancia con alguien a quien conocés, con el que tuviste un problema, con el que no querés tener roces ni darle de comer. Nos cuidamos en la cancha de hacer lo que tenías que hacer. “Yo con éste no tengo margen para cagarla”. No nos afectó para nada. Los dos queríamos ganar. Nos necesitábamos y estábamos los dos en la misma canoa. A mi no me fue difícil. Somos socios de uno de los logros más importantes de nuestras carreras. Nunca volvimos a lo anterior, pero hicimos como un respeto de acá en adelante. Hoy nos cruzamos, nos saludamos respetuosamente. Las grandes peleas tienen su origen en una pelotudez. Tipo de “me borró mi nombre de la cancha de práctica”. Que está mal y da para calentarse. Pero veinte años después lo ves de otra manera. No voy a seguir peleado por esto".