Boca vive una semana crucial, en la que el desafío es, conforme el devenir de los resultados y por la llegada de las urgencias, a todo o nada.
La dura derrota ante Racing en el Cilindro ubicó el próximo partido en un umbral hacia la continuidad o el eventual fin de ciclo: ya asomó River, el Superclásico de este sábado en la Bombonera, un compromiso de peso mayúsculo.
El aroma que se respira en las entrañas de Brandsen 805 huele a preocupación. Si Boca llegara a perder ante el Millonario, en una cancha como la Bombonera en la que no pierde desde hace 17 partidos, acaso llegaría una hecatombe.
La salud anímica del plantel y del técnico Diego Martínez, quienes respiraron tras la angustiante clasificación por penales ante Talleres en la Copa Argentina, se derrumbaría en caso de una derrota ante River, en el primer Superclásico desde la vuelta de Marcelo Gallardo.
Los objetivos son escasos. La temprana eliminación en la Copa Sudamericana ante Cruzeiro, en los octavos de final, dejó a Boca con pocas zanahorias por delante: lejos de la pelea en la Liga Profesional -a nueve puntos del líder Vélez- y con la ilusión de luchar por la Copa Argentina.
La clasificación a la próxima edición de la Copa Libertadores, con el agravante de no haber jugado la versión presente, se convierte en otro tema de preocupación: quedan sólo dos vías, la Tabla Anual -Boca está sexto, a dos unidades de la zona de clasificación- y la Copa Argentina, que otorga el pase directo al campeón.
Por eso el Superclásico se vislumbra como un probable punto de quiebre, según el resultado, aunque del otro lado existe una suerte de "motivación": River tiene los cuartos de final de la Copa Libertadores ante Colo Colo apenas tres días después, con la revancha en Núñez, por lo que habría que ver cómo queda el armado titular de Gallardo conforme a las necesidades de cara al objetivo copero.