Sensaciones y sentimientos

Sociales 21 de noviembre de 2023 Por Redacción
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TODOS SOMOS EL IDIOMA

Por Hugo Borgna

Qué linda idea la de poder usar a gusto y paladar algo que pertenece a un conjunto. Es bueno también sentir la obligación de devolverlo en las mismas condiciones de salud con que se tomó.
El idioma tiene múltiples patitas -las palabras- y no se queja de que las apretujemos, pero con la condición de restituirlas mediante el suficiente aire para sobrevivir.
El vocablo “todos” tiene una incalculable potencia de inclusión. Dice claramente que la capacidad abarcadora del colectivo está colmada y que no son necesarias feminizaciones cuando está en modo plural; que la inventada “todes” no sintetiza conceptos ni crea espacios y que “todos y todas” es una sobreabundancia. De paso, que el agregado “x” al fin de uno o más nombres no resume conceptos y que los niños no son “infancias”: el diccionario dice que es el período de vida entre el nacimiento y el comienzo de la adolescencia.
Estos modos generan galimatías idiomáticos innecesariamente complicados. Las palabras no tienen connotación de pertenencia a un sexo. Si en un lugar hay hombres y mujeres, la referencia “todos” es suficiente. Que un ambiente sea mixto no implica que sean “amigues”.
Quienes ejercen una presidencia, son “presidentes”. Surge de un participio activo, sin discriminación de sexo. Si fueran mujeres, con decir “la” presidente queda saldada la deuda.
Es cierto. También que hay vocabularios paralelos.
Nuestro rico lunfardo, que ganó el derecho de tener un diccionario propio, estableció un modo de comunicación entre delincuentes para que sus contenidos no sean entendidos por la inoportuna presencia de la “yuta”; igualmente el argot -especie de lunfardo de otras latitudes- con la misma finalidad. Son útiles vocabularios creados por grupos específicos, y de alcance muy preciso.
Existe una tercera variante, nacida de Anthony Burgess para “Naranja mecánica”: el “nasdat”, argot que hablan el “pequeño Alex” y sus “drugos”. Ellos atacan a indefensas “ptitsas” y otros ancianos en sus domicilios, robando y vejando.
Estos modos de pertenencia a vocabularios paralelos a un idioma tienen un alcance limitado. Esas son, por lo general, las reglas del juego de las lenguas.
No pretenden un avance por sobre el idioma. Ni modificación ni agregado. Se tiene en cuenta que su gracia y encanto se perderían dentro del conjunto de formulismos que implica el uso correcto de los vocablos. El lunfardo naufragaría si un preso tuviera que decirle a otro “cuidado, Jacinto, está cerca un guardia”, en lugar de “araca, la cana”.
También es cierto que con el tiempo, los términos del argot se hicieron vecinos de las palabras reconocidas por las academias y, si bien se visitan, cada una queda en su casa. Para no “contaminarse”, claro, a pesar de convivir día a día. El lenguaje oficial y serio, debe ser comprensible por cualquier persona e entidad del mismo habla.
El relato de “Naranja mecánica” está narrado en primera persona por “el pequeño Alex” en el argot que le inventó Anthony Burgess, quien también incluye en el comienzo la traducción del nasdat juvenil al idioma en que en cada caso se editó. Todo perfectamente clasificado y ordenado.
La selección del vocabulario según la ocasión se hace automáticamente.
Sólo hay que establecer mentalmente para quien va dirigido. Entonces, con la claridad de una luz abierta a los sentidos se encuentran las palabras adecuadas. Pero el principio de distintos lectores o receptores orales sigue vigente; en ese momento el mensaje encuentra su lugar preciso.
De nuestra parte será bueno asumir que todos somos y hacemos el idioma, hasta con los establecidos puntos y coma, propuestos amorosamente por nuestra tía Academia.

Redacción

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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