Ver jugar y ver ganar




Dante Panzeri, el gran periodista deportivo de los años ´70, que desde la Revista El Gráfico disparaba sus aguafuertes, lo planteaba como un dilema que oficiaba de disparador, para describir las opciones que el simpatizante en el fútbol, tenía como premisa; no había lugar en esa lógica, que terminó en el título de uno de sus libros más recordados, para convertirlos en una certeza. Panzeri entendía que el fútbol carecía de ese concepto romántico, al menos en la aspiración de los hinchas, de nuclearlos con la expectativa de la tarde perfecta en una cancha y que, frente a lo esporádico, en general debía haber una definición en la cual no cabían ambas virtudes.
Esta observación un tanto filosófica, aplicada a la historia de este deporte, resulta objetable si tomamos ejemplos indiscutidos de equipos que consiguieron sus objetivos desarrollando un buen juego y ganando cosas importantes; no obstante, se admite que son excepciones y que en general, la mayoría no logra sostener en el tiempo, un perfil semejante, disipando toda polémica.
El fútbol mundial está siguiendo muy de cerca, este fenómeno sin solución de continuidad que sostiene, la Selección Argentina a casi un lustro del comienzo de la gestión de Lionel Scaloni, un caso inédito en el historial vinculado a las estadísticas y a la escasa experiencia del entrenador nacido en nuestra provincia, que, sin dirigir un solo partido en las ligas del mundo, se convirtió en el más ganador, liderando un combinado nacional en las principales competencias de este deporte.
Este ciclo que arrancó luego de los tristes episodios en el mundial de Rusia, mojón que seguramente también marcó a Scaloni, en tanto integrante de aquel cuerpo técnico encabezado por Jorge Sampaoli, estuvo atravesado por la incertidumbre y un escaso respaldo popular después del anuncio de su interinato.
Nadie imaginaba, ni el propio Claudio Tapia quien lo ungiera en ese entonces, que este hombre criado en Pujato, pero educado en Europa, convertiría esa debilidad en una fortaleza de alcances sin límites. Claro que hay argumentos objetivos que lo respaldan en esta campaña que no deja de proyectar aciertos, sin embargo, este ciclo que lo tiene todavía en el podio de los técnicos con mayores porcentajes de éxitos del futbol contemporáneo, deja ver un costado en el cual también la providencia ha hecho de las suyas, para que esta sucesión de victorias y títulos, se sostenga en valores casi inexplicables, mucho más si los mismos, se suscitan en una actividad altamente competitiva.
En todo caso ese segmento en que la diosa fortuna suele besar en la boca a un elegido, lejos está de desnutrir sus méritos, en todo caso los subraya a partir de los fundamentos con los que Scaloni firma cada una de sus intervenciones, ya sea con decisiones inobjetables dentro de un campo de juego u otras, menos visibles en los ámbitos privados, donde también sigue esta competencia, resaltando así su punto de equilibrio para gestionar semejante mundo de egos y ambiciones.
Después de esta primera ventana de partidos de las nuevas Eliminatorias, las conclusiones a la luz de los resultados y los merecimientos, siguen alimentando la euforia y en algún sentido más racional, la admiración por esa nobleza en el juego, al que no renuncia ni siquiera, por el natural empoderamiento que los objetivos alcanzados, muchas veces transmiten. En consecuencia, esta realidad fáctica, que escapa al chauvinismo criollo, refuta aquel viejo pensamiento de Dante Panzeri, para convertirlo en una afirmación innegable: Ver jugar y Ver Ganar, el nuevo slogan que define a lo que coloquialmente conocemos como La Scaloneta.
ÚLTIMA FUNCIÓN EN LA PAZ
Ya no jugará Messi en La Paz. Perdió 6-1 con Maradona en 2009; empató 1-1 con Sabella en 2012; perdió 2-0 desde afuera con Bauza en 2017, y ganó con Scaloni, en 2020 y en 2023, en el campo y a un costado. El público no dejó de corear “Meeeessi, Meeeessi, Meeeessi”, casi como un homenaje de despedida. Hasta hubo una ovación –y algunas corridas de desprevenidos– cuando en el final entró la camiseta con el 10…, que estuvo en la espalda de Ángel Correa.
La última función, porque no dejó de ser una atracción para todos, lo tuvo a Messi sentado en un extremo del banco, pegado a Leandro Paredes. Incluso, vestido diferente, con buzo celeste (cuando bajó el sol, le sumó una campera) y no con la camiseta azul que lucieron los que sí podían ingresar. Una imagen inédita: si bien en otras 23 ocasiones había estado con los suplentes en sus 18 años de selección, siempre con posibilidades de entrar. Ahora fue un plateísta privilegiado de una tarea de la selección que se metió en los libros de historia… sin él. A la noche tomaron rumbos diferentes: la delegación completa regresó a Buenos Aires, salvo Messi, que partió en un vuelo privado hacia Miami.
En pocas semanas se reencontrarán para otro módulo de partidos ante Paraguay en el Monumental y frente a los peruanos en Lima, al rosarino lo esperan días fatigables por la cargada agenda en la MLS y un nuevo viaje al Sur del continente para volver a ser el centro de un sistema que se resiste a pensarlo fuera de la actividad, toda una construcción que demandará un trabajo complejo de admisión y responsabilidad.
El mundo del fútbol sigue pensando sus competencias futuras, detrás de la imagen del Capitán argentino, al menos la FIFA y la CONMEBOL, fantasean con persuadirlo para que su condición de embajador sin cartera, extienda su influencia más allá de las fronteras deportivas albicelestes y se convierta en un tótem de los eventos por venir en los Estados Unidos, la nueva usina de sus interminables genialidades.
