Rafaela, una Suiza a la salteña




Por Marcos Javier Delfabro*
Los habitantes suizos tienen desde hace doce años la costumbre de cubrir sus glaciares con mantas de tela con el fin de evitar el contacto directo de los rayos solares con la superficie helada. Bajo el consejo del Instituto Nacional de la Nieve los vecinos del municipio de Oberwald cubren gran parte del Glaciar del Ródano con finas telas plásticas enfrentando así los deshielos de sus mantos no eternos causados por el calentamiento global.
Sin nieve, ni institutos, ni análisis ambientales en Rafaela parece que tomamos inspiración de nuestros hermanos cantoneses y optamos por “cubrir” nuestro periurbano con 900.000 bolsas plásticas al mes, lo que representa simbólicamente “darle techo” al barrio Antártida Argentina (paradójico ejemplo con nombre afín) en sólo dos meses de consumo de bolsitas de 20 x 30 centímetros abiertas y cosidas unas con otras, llegando a la friolera cifra de casi 45 has de nuestra ciudad tapadas con un vistoso y a la vez contaminante patchwork multicolor, como aquellas mantas tejidas por abuelas con cuadraditos de tela. Una bolsa plástica demora en promedio unos 60 años en degradarse.
Comparativamente, y como mérito de la confección en un ejemplo irreal y más aún de nuestra imaginación, es como si la abuela entre abuelas Reina Isabel al momento de festejar sus Bodas de Diamante en 2007 hubiera utilizado en perfecto estado la bolsa/cartera de cuando se casó con el Duque de Edimburgo en 1947. La misma bolsa de trama sintética acompañando el nacimiento de la cámara de fotos instantánea Polaroid, la independencia de India y Pakistán y todo lo que desde allí ocurrió hasta entrado el nuevo siglo. La misma bolsa sobreviviendo a la historia en sí.
Todos estos supuestos serían muy interesantes como perlas culturales si no fuera porque ese mismo longevo material hecho bolsas en estas tierras vuelan sin costura por todo el periurbano, arrojadas por inescrupulosos vecinos sin principios de vecindad, o incluso camiones de residuos sin cubrir dirigiéndose al relleno sanitario a toda velocidad y perdiendo su carga por los aires, en carreras contra el tiempo… contra el tiempo de vida de nuestro ambiente. También el propio relleno, modelo de una Rafaela sustentable que debe perfeccionarse, inunda su perímetro con bolsas de todo tipo, tamaño y micrones, en parte también por la inexistente barrera forestal que tanto se exige a la producción, pero la que tan poco se ejecuta con el ejemplo por parte de aquellos que pregonan con dedo sancionatorio.
Y todo esto en los caminos y campos del anillo verde que abraza a la urbe, causando todo tipo de daños no solo a la comarca rural sino a la natural y necesaria interacción campo-ciudad. Las bolsas más livianas, tipo verduleras, vuelan con mayor facilidad y quedan atrapadas entre alambrados y pasturas generando su ingesta por parte de vacunos que en su proceso de digestión les ocasionan la muerte. Tan cierto como desgarrador que haya animales a escasos metros de nuestros barrios que mueren por situaciones similares a las que nos impactan en redes, y que generan emojis de sorpresa, al enterarnos que delfines mueren en el mar por ingesta de plástico.
En el caso de las plantaciones la situación no es menos indignante, las bolsas se introducen en la tierra fruto de los movimientos naturales de vientos y polvo, y por el propio laboreo, aún utilizando técnicas no erosivas como la siembra directa, esto genera que cuando la semilla se implanta la superficie plástica impide su desarrollo como cultivo. También las bolsas plásticas llegan a los cauces de agua primero obstruyendo el normal escurrimiento de las mismas por cunetas y canales, y una vez que las pendientes las arrastran entre otras muchas basuras urbanas arrojadas por la gente llegan a cuencas más caudalosas generando nuevamente el efecto “delfín atragantado documentado por Greenpeace”. Duele saber que igual indignación que sentimos cuando vemos que allá lejos se degrada la naturaleza, acá algunos sean tan irresponsables para imitar esos malos ejemplos, y sin culpas pagas o sanciones sociales.
Existen opciones para comenzar a revertir esto. En la actualidad Productores Unidos de Rafaela tiene al aire una campaña de difusión y concientización sobre la utilización responsable de bolsas plásticas y el correcto direccionamiento de desperdicio por los espacios preparados para tal fin, sea la recolección de residuos domiciliarios o su entrega en el centro clasificador (larga espera para que sea replicado en otros puntos de la ciudad). Cada desperdicio en su lugar, menos en las cunetas de nuestros barrios periurbanos o en los campos de la producción. La denuncia es nuestra vía ciudadana para ejercer nuestro derecho a no ser contaminados, sea a través del teléfono 147, vía canales de denuncia formal, mediática o en redes con contacto pantalla a pantalla, carita enojada a carita enojada. Divulgar y denunciar puede comenzar a frenar este atropello.
También hay empresas que a través de sus programas de Desarrollo Sustentable toman bandera sobre esta problemática, y mediante acciones puntuales y sumando la interacción con otros actores como cooperativas laborales y los mismos productores agropecuarios preocupados por darle solución al tema, desarrollaron bolsas plásticas reutilizables. La cadena de supermercados local Pingüino cimentó este camino que es de esperar sea imitable por otras empresas que ofrecen envoltorios para el traslado de productos. Son plausibles las buenas ideas y siempre el campo estará para acompañarlas si de preservación del medioambiente y el trabajo rural se trata.
¿Y Salta dónde está? No es casual el título de esta nota. Siguiendo el principio de hermanamiento de ciudades europeas de la que tan orgullosos nos sentimos los rafaelinos con justa razón, bien podríamos trabar una relación vincular de aprendizaje con la antigua comuna suiza Oberwald del cantón de Valais. Tal vez de ellos podamos asimilar primero el don de reutilizar los plásticos como recursos y no como basura, puesto que en el ejemplo citado al inicio, obviamente al cierre de la temporada estival las mantas plásticas para glaciares son retiradas y preservadas para el verano siguiente.
Al mismo tiempo, unos miles de kilómetros más acá, bien podríamos establecer un hermanamiento con alguna localidad de la puna salteña, y quien dice que cosiendo nuestras bolsas, y tomando el ejemplo del reino de los chocolates y relojes podamos cederle en guarda por el verano nuestra manta de bolsas plásticas voladoras en campos pero unidas de a cuadraditos. ¿Con qué motivo? Según el Atlas de Glaciares de la Argentina de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación en el país hay 16.968 glaciares entre los cubiertos, descubiertos y otras tipologías, amén de manchones de nieve también identificados.
Salta está entre las doce provincias bendecidas con este recurso de agua dulce congelada. Un porcentaje menor pero no por ello menos impactante está conformado por superficies gélidas visibles.
Pues bien, si nuestra ciudad y fruto de los hermanamientos europeo-puneños hiciéramos bien las cosas, podríamos optar por reutilizar los envases todas las veces posibles y luego disponer cada bolsa plástica en su destino final adecuado, o con las generadas por Rafaela en un año podríamos… Atención: cubrir todos los hielos visibles de Salta, tanto sus glaciares descubiertos (0,25 km2) como sus manchones de nieve (1,27 km2). El equivalente a 3 barrios Antártida Argentina o 135 has de bolsas abiertas una al lado de la otra, suficientes para embanderar por completo a San Martín, su caballo y la plaza 25 de Mayo entera una treintena de veces. Impacta.
Pero más impacta recorrer el periurbano y sentir crujir nylon y no mantos naturalestras nuestros pasos.
(*) Licenciado en Publicidad. Productor agropecuario.

Redacción
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