Carta a don Guillermo Lehmann

SUPLEMENTO ESPECIAL 24 de octubre de 2022 Por REDACCION
Le escribo en pleno siglo 21, ya pasaron 141 años de aquel comienzo y quiero contarle lo que es hoy la ciudad para que se enorgullezca de ella.
12-Guillermo Lehmann
ILUSTRACIÓN OPM Guillermo Lehmann, el colonizador.

Por Orlando Pérez Manassero

Rafaela    24 de octubre de 2022

Estimado don Guillermo:

Hoy tomo la pluma para escribir la presente misiva haciéndole llegar a usted, antes que nada, mi más respetuoso y cordial saludo esperando que allí, donde sea que se encuentre, pueda leer estas líneas que hace tiempo le debía. Como sé que siempre fue usted una persona muy ocupada, voy a intentar hacerle conocer en pocas palabras noticias de una de las colonias que tuvo a bien formar.
Quizás recuerde que la última vez que mantuvo un contacto vía postal con mi bisabuelo fue allá por octubre de 1885 y que desde entonces, por una cosa o por otra que desconozco, se interrumpió ese intercambio epistolar. Hoy me atrevo a continuar con aquel diálogo que ambos mantenían a toda letra pues son muchos los hechos que se sucedieron desde entonces de los que seguramente no llegó a enterarse.
Un tiempo antes, en uno de los frecuentes viajes de mi bisabuelo a Esperanza -donde siempre fue cordialmente recibido en su casa- usted le comentó, según lo que él dejó documentado, que pensaba formar una colonia que llevaría su apellido y sería la principal población de todas aquellas que había creado y pensaba crear. Le digo que no sucedió exactamente como lo imaginaba. No sé si llegó a saber que fue otra de sus pequeñas aldeas la que ocupó ese lugar principal que usted soñaba, una que comenzó, como todas, con cuatro ranchos de barro y paja perdidos en medio de la vasta inmensidad de aquella pampa donde solo había espinillos, pastos bravos, espartillos y chilcales. Sucedió eso gracias al puñado de piamonteses a los que les vendiera por entonces la tierra, porque supieron ellos aprovechar la coyuntura y, duro trabajo mediante, convirtieron prontamente los campos aledaños al caserío de marras en un rubio y ondulante mar de trigales. Dicha aldea es la que, creo, usted nunca visitó personalmente pero ubicó en el mapa bautizándola con el nombre de Colonia Rafaela.
Permítame que compare a esa colonia con un reguero de pólvora que su chispa visionaria encendió; el fuego de la prosperidad corrió vertiginoso por ese trazo y, apenas seis años después de que usted decretara su creación, ya era un pueblo que contaba con cinco líneas de ferrocarril que lo conectaban con las principales ciudades del país y, en 26 años más, estallaría al fin en su ejido urbano el progreso cuando fue nombrada oficialmente Ciudad de Rafaela y se adueñaba de un crecimiento que aún hoy continúa.
Pero todo eso es historia antigua. Le escribo en pleno siglo 21, ya pasaron 141 años de aquel comienzo y quiero contarle lo que es hoy la ciudad para que se enorgullezca de ella. Fácil es decirlo, pero temo que no comprenda algunas cosas dada la cantidad de años transcurridos desde que usted la creó. Trataré de hacerme entender ubicándome en su época; aquella aldea de cuatro ranchos y 63 habitantes es hoy la tercera ciudad en tamaño de la provincia con una y media legua de largo de norte a sur y otro tanto de ancho de este a oeste albergando, créame ¡110.000 habitantes! Ya no se ven callejones de tierra con pantanos o polvaredas según el clima reinante; en el centro de la ciudad actual las calles están empedradas y las restantes casi todas cubiertas por una gruesa y lisa capa de piedra caliza pulverizada, arcilla calcinada y arena aglutinada con agua componiendo una dura mezcla que se llama cemento.
Ya no traquetean por ellas chatas, volantas y sulkis, solo se deslizan zumbando por allí cientos de miles de veloces vehículos de distintos tamaños, formas y colores, de cuatro o más ruedas de goma, sin caballos a la vista, trayendo o llevando gente y carga en ellos. Tal es la popularidad de estos aparatos que la ciudad tiene algo parecido a un hipódromo pero con su pista cubierta con asfalto donde compiten entre sí con ellos corriendo a tremendas velocidades hasta alcanzar la meta.
Mezclados con esos artificios circulan a pie los vecinos, otros lo hacen pedaleando en ligeros velocípedos y también con ingeniosos artilugios de dos ruedas que, en medio de estrepitosos rugidos, llevan montados sobre ellos a sus dueños en un vertiginoso andar y un frágil equilibrio.
Quizás piensa usted que el caos debe ser total en las calles, pero todo está relativamente ordenado por unos faroles que dan luces de distintos colores autorizando o no el paso, luces a las que casi todo viandante obedece. Hay más todavía; no me va a creer usted pero inmensos y ruidosos pájaros de metal más pesados que el aire, vuelan por sobre la ciudad llevando también gente en ellos y hasta tienen su nido en las afueras de la población.
Volviendo a las calles; de las anchas veredas surgen columnas metálicas, varias por cuadra, que tienen en lo alto pequeños pero potentes soles blancos alimentados por electricidad -vital fluido que viene por cables desde muy lejos- y que hacen de la noche día. Esos mismos solcitos se pueden ver en el interior de casas de familia, negocios y fábricas donde casi todo funciona con la bendita electricidad.
Y que puedo decirle de esas casas; las hay desde una planta hasta de veinte, una arriba de otra alcanzando alturas de vértigo, proyectadas y construidas para albergar a tanta cantidad de rafaelinos como los que hay en estos tiempos.
Abastece a la mayoría de esos hogares el agua que viene por grandes tubos desde el lejano río y por pequeños tubos se van de las edificaciones las aguas servidas y los desechos humanos. Las plazas, hay muchas, son arboladas y floridas, las calles barridas y la basura de los hogares recogida diariamente por lo que debe usted sentirse orgulloso de la prolija y limpia cara que presenta la ciudad.
Me gustaría contarle sobre lo que ven, lo que oyen y como se comunican los rafaelinos entre ellos y con el mundo pero sería alargar en demasía esta comunicación y temo que usted no llegaría a captar ciertas cosas que seguramente superarían su más desmadrada fantasía dado los enormes y continuos avances que tuvo la ciencia desde su tiempo hasta la actualidad. En otra oportunidad intentaré ser más ilustrativo al respecto, pero por ahora espero haber dejado a usted satisfecho y orgulloso de Rafaela -a la que alguien dio en llamar perla del oeste- su ciudad principal soñada aunque no lleve su apellido.
Don Guillermo; quedo a la espera, si así lo dispone, de sus comentarios y sin más me despido agradeciendo la atención que pueda dispensarle a la presente y reiterándole a usted mis cordiales saludos. Hasta otra oportunidad.

Un rafaelino del siglo 21

REDACCION

Redacción de Diario La Opinión de Rafaela
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